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Ex alcaldadas de precandidato

El ensayo del doctor Peñalosa recuerda la tarea escolar de un niño de 6 años a quien le hubieran puesto a escribir cómo quisiera pasar sus vacaciones

Antonio Caballero
29 de octubre de 2001

Escribo esto un viernes, cuando no se sabe lo que va a pasar porque…

Perdón, cuando yo no sé lo que va a pasar. El ex alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa Londoño sí lo sabe, y nos lo reveló hace 15 días en esta revista bajo el escueto título de ‘Colombia 2025’. Vamos a ser un país feliz, admirado e imitado en muchos lugares del mundo. Vamos a tener cielos rosados, quebradas susurrantes, risa abundante. Colegios. Ciclovías. Internet. Fábricas de la Boeing en Cali y Laboratorios Glaxo-Smith Kline en Medellín. Prosperidad en el agro, altamente tecnificada. Desiertos convertidos en un huerto maravilloso con toda suerte de frutas y hortalizas de exportación. Cada año, cientos de miles de turistas extranjeros vendrán a hacer paseos en bicicleta de montaña, desde las brumas y los musgos de los páramos hasta nuestros espectaculares ríos, deteniéndose en pequeñas posadas atendidas por sus propietarios para degustar sofisticados platos de cocina criolla. Y mientras los extranjeros vienen en bandadas a gastar, a invertir, a darnos empleo en las sucursales locales de sus empresas, nosotros los colombianos nos dedicaremos, asegura el ex alcalde, a ser más creativos y felices: a la música, la pintura, la culinaria, la lectura, el cultivo de orquídeas, el conocimiento de nuestra fauna y flora local, el deporte, la astronomía. Recorreremos nuestras montañas y selvas deleitándonos en sus colores, sus brisas de diferentes temperaturas y aromas, enamorándonos de nuestro país bajo las estrellas, bailando merengue, protegiendo a las ranas.

Protegiéndolas, supongo, del riesgo de ser aplastadas por una bicicleta de montaña, que según el ensayo de futurología del doctor Peñalosa será lo único peligroso que habrá dentro de 25 años en Colombia. Porque no sólo se habrá acabado la guerra —“más corta de lo que se había supuesto”— sino que además habrá servido para unir al país en todos sus estamentos. Los guerreros mismos, asegura el ex alcalde, “decidieron que no podían seguir destruyendo este país que amaban, y llegó la paz”. La delincuencia se habrá reducido “a niveles insignificantes”. El sector público será “muy eficiente”. El problema de la corrupción será “mucho menor”, porque “los elegidos serán cada vez más capaces y menos rapaces”. En cuanto al narcotráfico, habrá “migrado a otros países”.

Esto del narcotráfico no queda muy claro. Pues según el doctor Peñalosa migrará a otros países gracias al “apoyo internacional” recibido por Colombia; lo cual implica que esos “otros países” se habrán sacrificado voluntariamente por nosotros, aceptando recibir en nuestro lugar sus secuelas de sangre y destrucción moral y ecológica. ¿Francia habrá arrancado sus viñedos para dar paso a los cocales? ¿El Japón habrá abandonado el famoso código ético de sus empresas para adoptar el “plata o plomo” de nuestros mafiosos? ¿Los Estados Unidos habrán renunciado a quedarse con las ganancias? No queda muy claro, digo. Pero ese es el defecto principal de todo el ensayo del doctor Peñalosa, por otra parte tan lindo: que nada queda muy claro. Es decir: que no queda claro cómo se va a llegar a todo eso.

Pues las recetas que da el doctor Peñalosa son más bien vagas: “El ser humano puede soñar y construir sus sueños”. “Los problemas se ven tan grandes antes de resolverlos y tan sencillos después de hacerlo”. Cosas así. En su bienpensante bobería, el ensayo del doctor Peñalosa recuerda la tarea escolar de un niño de 6 años a quien hubieran puesto a escribir una redacción sobre cómo quisiera pasar sus vacaciones (o, en el caso del ex alcalde, la jubilación). Es más: me atrevería a sospechar que, en su afán de ser todavía más lúdico y didáctico que su sucesor Antanas Mockus, el ex alcalde les traspasó a sus hijos pequeños el encargo de SEMANA: “A ver, niños, escriban en qué país les gustaría vivir”. “¡Aquí en Central Park!”, exclamaría el menor. “Pero con ciclovías”, añadiría, conociendo a su papá, el mayorcito. “¡Ay! ¡Y felices!”, diría la niña. Y todos dirían a coro: “¡Sí! ¡Qué delicia!”. El doctor Peñalosa anotó entonces las respuestas, las mecanografió intercalándoles algunas palabras de adulto (“sector privado”, “anacronismo de la guerrilla”, “emancipación de las minorías violentas”), y les añadió de su propia cosecha unas cuantas recomendaciones autoritarias:

“Tecnología militar del exterior”. “Una verdadera legislación de guerra”. “Procedimientos penales de emergencia, mucho más expeditos” (porque “la Nación se ahogaba en filosofía legal”). “Construir gran cantidad de cárceles”. Autorización a la Policía para hacer “requisas a cualquier hora y en cualquier sitio”. Campañas de televisión “para darle legitimidad al sistema”. Ah, sí: y “movilización en transporte público exclusivamente”. O en bicicleta. O en bicicleta. O en bicicleta.

Lo más preocupante del lindo ensayito escolar del ex alcalde Peñalosa no es, sin embargo, ni su autoritarismo apenas esbozado ni su ñoñería manifiesta; sino el hecho de que las dos cosas despertaron de inmediato entusiastas cartas de adhesión publicadas en esta revista. Cartas que demuestran una vez más que los colombianos no quieren mirar la realidad de frente, y prefieren que venga un demagogo a pintarles pajaritos de oro.

No era eso Enrique Peñalosa cuando, como alcalde, hizo tantas cosas excelentes (y unas pocas tontas) en Bogotá. Pero es que ya no es alcalde, sino precandidato presidencial para dentro de cuatro años. Lo demuestra el hecho de que su texto, imaginariamente fechado “hoy, 5 de febrero de 2025”, termina diciendo que “hace 20 años (o sea, en 2005) decidimos construir nuestro destino”.