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¿EXISTE EL NUEVO PAIS?

Lo que dejaron al descubierto las elecciones no es un nuevo país, sino el país real

Semana
5 de diciembre de 1994

TODO EL MUNDO AMANECIO EL LUnes, el día siguiente de las elecciones, convencido de que había nacido un nuevo país. Así lo anunciaron por la radio los comentaristas, lo escribieron varios de los mejores y más ilustrados columnistas, lo pensaron así en el seno del gobierno, y con esa conclusión se quedaron los colombianos. La de que había una nueva Colombia; en la que las fuerzas chicas habían derrotado al clientelismo, la politiquería, las maquinarias, los dineros mal habidos y los chantajes de la guerrilla.
Pero si revisamos cuidadosamente los resultados electorales, no podemos decir que haya un nuevo país porque Antanas Mockus ganó en Bogotá, o porque cuatro curas hayan ganado en sus respectivos municipios. Ni que el fenómeno del domingo hubiera sido el de los candidatos cívicos, ni que hayan muerto los partidos, ni los caciques, ni que las cosas en Colombia estén mejor después que antes del domingo. Lo que dejaron al descubierto las elecciones no es un nuevo país, sino el país real o el real país, para efectos de esta columna.
Trataré de ser lo más cuidadosa posible para evitar tutelas cansonas. Pero yo, del gobierno, de los periodistas, o como simple colombiana, no estaría tan contenta con las elecciones del domingo si observamos en qué manos quedaron dos de las ciudades más importantes del país. Una semana después de las elecciones el alcalde de Medellín se debate desesperadamente por quitarse de encima las delicadas acusaciones de la valiente dirigente liberal Piedad Córdoba, mientras en Cali cae un mortal silencio sobre el triunfo del alcalde Guzmán, ficha del señor Manuel Francisco Becerra, quien, dicho sea de paso, se apoderó del Valle del Cauca y se consolidó como uno de los jefes políticos individualmente considerados más amenazadores del país, junto con el ex alcalde de Itaguí, Jorge Meza, cuyos cien mil y pico de votos dejan pensando si sí hay un nuevo país, o sencillamente es el real país.
El de los curas, mal llamados alcaldes cívicos, es un fenómeno de preocupante rebeldía contra la Iglesia, que obliga a hacer preocupantes análisis sobre las influencias que tienen detrás. Ignoro si el hecho de que al nuevo alcalde de Cúcuta no se le diga Pauselino, como se llama, sino Pauseleno, como se le apoda, sea un chiste de mal gusto para inventarle alianzas inexistentes con grupos guerrilleros, o si todas las cosas que se dijeron durante la campaña del nuevo cura-alcalde de La Dorada y de sus amistades con personas y grupos de dudosa reputación hubieran sido un montaje de la clase política tradicional.
No podemos asegurar que haya un nuevo país porque en Pereira no ganó la candidata del presidente López sino el de César Gaviria. O que hay un nuevo país porque en Bucaramanga a Montoya Puyana y sus 'three amigos' (Tiberio Villarreal, Tito Rueda y Rodolfo González Sierra) los derrotó el candidato del actual ministro de Gobierno, Horacio Serpa. O que haya un nuevo país porque el nuevo gobernador de Antioquia sea un hombre bueno de la vieja clase política liberal, Alvaro Uribe Vélez. O porque en Barranquilla haya ganado un médico, designado sucesor por su antecesor, el cura Hoyos, que era alcalde cívico pero que ahora es un jefe político como cualquier otro; que apoyó a Ernesto Samper en su momento, como cualquier político; que tiene caudal electoral propio, como cualquier político, y que designa a quien desea que lo suceda, como cualquier político.
Tampoco podemos decir que haya un nuevo país porque afortunadamente fue derrotado 'El Mafia' en San Andrés, por un candidato no político apoyado a buena hora por toda la clase política sanandresana, la misma clase política que supuestamente ya no existe en el nuevo país. O que haya un nuevo país porque Antonio Navarro Wolf, de quien nadie puede decir que no sea un político, se reencauchó en Pasto. O que haya un nuevo país porque Santofimio resucitó a través de sus candidatos, quienes obtuvieron la alcaldía de Ibagué y la Gobernación del Tolima. O que haya un nuevo país con el triunfo para la alcaldía de Neiva de un antiguo cacique Político, a quien creíamos retirado, Guillermo Plazas Alcid. O que haya un nuevo país porque en Cartagena ganó Guillermo Panizza, hombre querido y buena gente, del que se asegura que es cívico por que no es político sino constructor, aunque tenga el diploma político que obtuvo cuando fue gobernador de Bolívar.
Ni qué decir del nuevo país que representa el triunfo en Cundinamarca de la 'pollitiquería' de Leonor Serrano de Camargo. O del que representa el nuevo alcalde de Arauca. un exprófugo de la justicia, ex vinculado penalmente al proceso por el asesinato del corresponsal de El Tiempo en esa ciudad. Finalmente se dice que este es un nuevo país porque Antanas Mockus ganó en Bogotá sin una sola pancarta, sin una sola cuña, sin una sola valla. A Mockus la campaña se la hicieron los medios, a diferencia de otros colombianos, también buenos y honestos, igualmente interesados en ser alcaldes, que no ponen vallas, ni pancartas, pero que, a diferencia de Mockus, no tienen medios de comunicación, y por eso no son alcaldes. Yo sólo me pregunto, como prueba de la anterior afirmación: ¿Si Mockus no se hubiera bajado los pantalones, atrayendo así la permanente obsesiva y constante atención de los medios, sería a estas horas alcalde de Bogotá, o seguiría de rector de la Universidad Nacional?
No, mis queridos comentaristas radiales y escritos. Lo que pasó después de las elecciones del domingo no deja ver un nuevo país, porque es un país al que no sólo siguen gobernándolo los políticos, lo que no es malo cuando los políticos son buenos y honestos, sino también los dineros del narcotráfico y la infiltración 'cívica' de la guerrilla, lo que sí es pésimo. Así que dejemos de llamar nuevo país a lo que no es sino el real país.

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