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JORGE HUMBERTO BOTERO

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Extravíos del Homo Faber

Cuando los hombres prácticos abandonan el territorio que conocen, pueden perderse en el bosque del pensamiento abstracto.

Jorge Humberto Botero
27 de noviembre de 2020

El conocimiento derivado de la acción del hombre sobre el entorno físico es un elemento central del progreso de la especie. La repetición de unos determinados modos de actuar, tanto con las manos, como, desde la noche de los tiempos, con el concurso de un arsenal de herramientas de creciente complejidad, ha permitido a la especie modificar el mundo circundante para ponerlo a su servicio. Como el conocimiento así adquirido evoluciona, es posible ir modificando las rutinas productivas para ahorrar energía en la incesante tarea de buscar alimento, albergue y vestuario. Ese saber empírico constituye, a su vez, la materia prima de la reflexión abstracta, que es el otro elemento fundamental de las ciencias de la naturaleza.

No se trata de que prevalezca el conocimiento inductivo o práctico sobre la teoría, o a la inversa, pues ambos son indispensables, aunque si de reconocer su complementariedad, y las suspicacias inevitables entre los hombres prácticos y de los que teorizan sobre las distintas parcelas de la realidad. El orgullo de unos sobre lo que hacen y de otros sobre lo que piensan tiende a chocar.

No suelen los empresarios, hombres prácticos por excelencia, participar en debates públicos. Por eso cuando alguno decide romper ese pacto tácito de silencio vale la pena tomarlo en serio. Es el caso de Jimmy Mayer -un empresario exitoso que exporta buena parte de lo que sus empresas producen- quien en reciente reportaje en El Tiempo ha intentado explicar porqué es escasa la inversión en los sectores agrícola e industrial y, en consecuencia, lánguido el desempeño de las exportaciones diferentes a las de materias primas.

En algunas dimensiones el entrevistado tiene razón. Sin duda, los impuestos directos a cargo de las empresas han sido, elevados y superiores a los que deben pagar las empresas de los países con los que competimos. Sostiene que, si los gravámenes sobre la renta corporativa fueren menores, esa menor carga se traduciría en más recursos disponibles para remunerar a los trabajadores. En esto coincide con un postulado del Centro Democrático: menos impuestos, más salarios. Infortunadamente, esta equivalencia no es automática. Si los impuestos bajan, un empresario responsable -Mayer o cualquiera otro- destinará esos recursos a la adquisición de equipos, la disminución de pasivos o el reparto de utilidades. Solo aumentará salarios forzado por la competencia y contratará nuevos trabajadores si vaticina un aumento sostenible de la demanda.

Sin embargo, omite decir que esos excesos impositivos, que durante el actual gobierno se han aminorado, están hoy acompañados por una plétora de beneficios sectoriales (o, peor aún, asignados a empresas singulares, tales como las zonas francas unipersonales). Esta estructura seguramente será de nuevo cuestionada en la próxima reforma tributaria. Es probable que algunos gremios intenten preservar las menores tasas sobre la renta establecidas en años recientes, que a todas las empresas benefician, juntamente con los tratamientos de excepción, que rompen la equidad impositiva y suelen concentrarse en las de mayor tamaño. Sería un grave error. En un contexto de afugias fiscales como el actual, aumentar el recaudo es indispensable.

Acierta el Señor Mayer en su crítica a la mala calidad de los servicios estatales. En verdad la creciente complejidad de la regulación, y los retos que impone la masificación de la política social, no han estado acompañados de una mejora suficiente de la burocracia pública. Con notables excepciones -Banco de la República, Hacienda, Superfinanciera, Dane, Fuerza Pública- carecemos de una burocracia estable y profesional de buen nivel. El clientelismo es vigoroso y nos hemos venido llenando de contratistas, que no responden políticamente, en posiciones claves.

Llegamos así a la almendra de sus propuestas: renegociemos los TLC y apliquemos un arancel extraordinario del 15 o 20 por ciento a las importaciones. Los móviles de esta sugerencia son claros: El hecho de que existan esos TLC sin una protección adecuada para nuestras industrias ha desestimulado totalmente el hacer proyectos en el país.

Esta propuesta es contraria al consenso académico. En un libro reciente de Jorge García y otros -Porqué Colombia no exporta más- se lee: Colombia no ha explotado su potencial exportador de manufacturas porque los incentivos para hacerlo han sido magros, resultado de la alta protección a la producción local, de una infraestructura escasa y de servicios logísticos costosos. Para sustentar esta conclusión demuestran que La protección promedio al sector manufacturero entre 1950 y 2019 fue 78%, y los otros costos de comerciar fueron 29,37% y 10% para los costos internos de exportar, de importar y de transporte internacional, respectivamente.

Si se quisiere incrementar los aranceles habría que renegociar los tratados de comercio que hemos suscrito con varios países o bloques para nosotros importantes, tales como los Estados Unidos y la Unión Europea. Seguramente accederían a la elevación de aranceles que quisiéramos aplicarles sobre bases recíprocas. Como tal vez vislumbra nuestro entrevistado que competir en esas circunstancias sería complicado, aporta una solución: No soy amigo de los subsidios... Preferiría ver un esquema que le permita a la empresa descontar parte de lo que paga en impuesto de renta, basado en su nivel de exportaciones. ¿Será que una tarifa tributaria preferencial no es -igualmente- un subsidio?

Esto que parece tan disparatado recuerda la patafísica, una broma inventada por los surrealistas a mediados del siglo XX; fue definida como el estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones. Bajo los principios de esta ciencia puede aceptarse que cerrar, todavía más, el mercado interno a la competencia internacional es una fórmula adecuada…para incrementar las exportaciones. O que aumentar el consumo de grasas ayuda a bajar de peso.

Briznas poéticas. Prefiero a los poetas cargados de silencio y magros de palabras; Horacio Benavides, por ejemplo: No es el gemido del viento / ni la voz de las cañas / soy yo / vuelto piedra / por el dios de tus ojos.

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