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FAENA EN LOS MEDIOS

Los debates de los candidatos estuvieron flojos, pero los de los periodistas eran como para alquilar balcón.

Semana
20 de junio de 1994

NO CABE DUDA DE QUE LA CAMPAÑA electoral que termina este domingo tuvo como sucesos estelares los debates entre Andrés Pastrana y Ernesto Samper. Para unos Samper ganó los dos debates (el de los noticieros y el de 'El Tiempo'), para otros Pastrana perdió el primero y ganó o empató el segundo, y para muchos ambos candidatos estuvieron lejos de poder hacer un verdadero debate, profundo y serio, que le permitiera a la gente juzgar cuál de los dos proponía las mejores tesis de gobierno.
Pero si los candidatos dejaron mucho qué desear con los debates, otra cosa muy distinta ocurrió con los periodistas. Porque el verdadero debate -el polémico, el caliente, el intenso, el auténtico duelo a muerte- lo protagonizaron por distintos motivos los medios de comunicación, en el marco del debate tímido y tibio de los candidatos presidenciales.
Es difícil establecer una razón exacta que explique por qué el centro de atracción brincó de los políticos al periodismo. Yo creo que no hubo un motivo sino varios. Con todas las camDañas electorales ocurre que el primer tema que se discute es cuándo se van a enfrentar los candidatos más opcionados en un mano a mano público. En Estados Unidos descubrieron hace años que el debate es el único momento de verdadero interés nacional a lo largo de toda la campaña, aunque se trate de un montaje de circo para distraer televidentes en medio de un proceso en el que se está definiendo un asunto tan trascendental como el de quién va a gobernar a la Nación. Aquí sucedió lo mismo, pero los candidatos pusieron tantas condiciones para enfrentarse que con el paso del tiempo la verdadera pelea era la de los medios por el derecho a ser el escenario de un debate que parecía no llegar nunca.
Al comienzo la competencia consistió en que algunos programas de televisión montaban unos seudoenfrentamientos, que eran el resultado de unas respuestas pregrabadas por separado con cada candidato, para que pareciera que "El debate" había sido en el respectivo medio, debido a que los aspirantes no se ponían de acuerdo sobre el formato del encuentro ante las cámaras. De ahí se pasó a la táctica que utilizaron Pastrana y su equipo de tomarse por asalto las entrevistas radiales de su contendor para dejar la sensación de que era la única manera de obligar a Samper a aceptar debatir en público. Navarro hizo después una adaptación para televisión de esa estrategia, agregándole el toque cinematográfico del disfraz, en el cual su grupo político es rico en anécdotas. Y luero le tocó el turno de Samner, que se dedicó a voltear la arepa y demostrar que él siempre estaba listo a debatir pero que Andrés no llegaba a la cita, por miedo al duelo. Estos episodios pusieron en el centro de la polémica no a los candidatos -como debiera ser- sino a los directores de los medios, que terminaban protestando por los desplantes, verbalmente, por escrito o de las dos formas.
Después el asunto pasó a ser una pelea de celos entre medios, pues a unos les parecía una injusticia que el debate se hiciera en un horario que no coincidía con el de su programa. Fue famosa la declaratoria de parcialidad de un noticiero porque a su directora le dio una pataleta debido a que el debate se hizo a las nueve y no a las siete. Si con esa misma vehemencia hubieran protestado los candidatos que no tuvieron acceso a los debates por no figurar en el tope de las encuestas, el asunto habría sido inmanejable. La situación acabó siendo tan tirante y los periodistas estaban tan furiosos, que estoy convencido de que esa fue la verdadera razón por la cual Samper y Pastrana terminaron aceptando enfentarse ante las cámaras de televisión. Quién acertó y quién falló al aceptar el reto es algo que se sabrá en muy pocos días.
Pero el asunto no terminó ahí. La celebración de los debates provocó una nueva discusión entre periodistas que consistió en aue unos acusaban a los otros de pastranistas o de samperistas, y se llegó incluso a elaborar varias listas negras de lado y lado, cuya lectura va a ser poco menos que ridícula cuando baje el calor de la campaña. A la hora de escribir esta columna la perla que iba ganando el campeonato era aquella que acusaba a El Tiempo de ser el vocero de la campaña conservadora . Pero había y habrá muchas más.
El espectáculo , analizado en frío, puede parecer una falta de seriedad del gremio de los periodistas, pero hay que entender que la campaña ha estado tan floja que acabó por ocurrir lo que sucede con los malos partidos de fútbol, y es que la gente retira los ojos de la cancha y termina poniéndole más atención a lo que pasa en las tribunas.

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