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En vos desconfío

Con seguridad, o por cuenta de esta clase de seguridad, parte de la ineficiencia del país se debe a las permanentes raqueteadas, revisadas, escaneadas, haga la fila, un documento con foto. Es una dictadura que aceptamos mansos a la entrada de cualquier despachito público, a la salida de todo gran edificio de oficinas, en las porterías de barrios de clase media, con olor a sopa de pasta-arveja-zanahoria. Todo lo trancan.

Poly Martínez, Poly Martínez
12 de abril de 2019

Mirada fría, gesto de mentón hacia arriba, ni una palabra. ¿Señor, qué se le ofrece? Otra vez el tin-tan rápido del mentón y responde: “El bolso…”. Estira el brazo, pone la mano como en coquita para sostenerlo mientras uno abre la cartera-morral-mochila-maletín-talego = el bolso. Escanea como si tuviera ojos de hombre biónico. Y remata: “Siga”.

Con seguridad, o por cuenta de esta clase de seguridad, parte de la ineficiencia del país se debe a las permanentes raqueteadas, revisadas, escaneadas, haga la fila, un documento con foto. Es una dictadura que aceptamos mansos a la entrada de cualquier despachito público, a la salida de todo gran edificio de oficinas, en las porterías de barrios de clase media, con olor a sopa de pasta-arveja-zanahoria. Todo lo trancan.

Así como hay unos que quisieran lanzar un grito vagabundo y no los dejan, esta semana lancé un tuit ya desesperada por el régimen de la “bolidictadura” del guarda de seguridad en los supermercados Carulla y Éxito que, bolígrafo en mano, pide la factura para escribirle un mamarracho, verificar que lo que uno lleva corresponde, con ese criterio científico tan nuestro que es el ojímetro.

Y dije en pocas palabras que, por experiencia, fuera de estas tiendas del Grupo Éxito, solo en Cuba hay algo igual. Bueno, la verdad es que en otros almacenes de cadena del país también ejercen ese control parroquial a primera vista, pero que lleva una carga de fondo y le pone la firma a un mensaje contundente: desconfían del cliente. Sí: desconfían del cliente.

Ya sé que ese chulo en la tirilla de compra busca que el cliente no regrese a robar (como respondió el bot del Éxito), pero también revisé reportes de Fenalco que indican que, entre las diversas modalidades de hurto a estos almacenes, ese truco no es el más utilizado; es más, es de los menos.  Entonces, que recaiga en un guarda de seguridad privada parte de la estrategia de control de los supermercados es cuestionable en estos tiempos de cámaras, chips de seguridad y vigilancia más sofisticada, en la que deberían invertir parte de sus inmensas ganancias en vez de viciar la relación con las personas.  

Tal vez parte de la crisis permanente en que vivimos, que por constante ya es una forma de vida, obedece a la cultura de la desconfianza. Uno de los pilares de nuestro pacto social es el de dudar del otro.

En vez de crear espacios cotidianos de confianza que nos permitan avanzar, hacemos lo contrario, más allá de esas frases emotivas y publicitarias de “el placer de comprar” (y la tortura de pagar) o “creemos en todos por igual”. Es, en realidad, la permanente duda sobre las personas, sus verdaderas intenciones, lo que esconden, a lo que se suma una profunda envidia, que es otro de esos pilares de ese pacto tácito que tenemos como sociedad, un acuerdo podrido que seguimos arrastrando a pesar de que nos ha demostrado suficientemente que no funciona.

Hace poco publicaron los resultados de una encuesta sobre confianza, la cual arrojó que el 74 % de los colombianos no confían en su vecino. ¿Pero cómo si ni siquiera lo saludan? Las barreras invisibles, pero no invencibles, también están en los ascensores de los edificios de oficinas donde día a día los mismos suben y bajan como sardinas sin pronunciar palabra, entre muchos otros gestos cotidianos.  

Por eso necesitamos un documento autenticado en notaría para hacer cualquier cosa, por eso “señorita, el bolso por el detector y la chaqueta y el computador y me da el número de serie”; por eso a quienes trabajan en los edificios de oficinas les revisan todo antes de salir, bajo el principio de que esta es una sociedad de cacos, más que de profesionales o trabajadores; por eso a las personas que trabajan en las casas de familia, que limpian y arreglan el desorden, a la salida las revisan, diciéndoles así que solo confían en su capacidad de recoger mugre. Esa suciedad mental, ese prejuicio en realidad habla de quien las contrata.

Y, claro, acostumbrados como estamos a no confiar ni creer, compramos también la idea de que es buena esa desconfianza con la que los supermercados marcan a sus clientes.

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