Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Feminista

Soy feminista convencido. Hay una evidencia matemática detrás de esa convicción. Como sociedad estamos perdiendo un potencial enorme al no utilizar plenamente el talento y la inteligencia de la mitad de la población. Es un desperdicio costoso. Llegó la hora de cambiar.

Camilo Granada, Camilo Granada
21 de agosto de 2019

Hace poco descubrí con asombro que en los años 90 se realizó un estudio médico científico para estudiar el cáncer del útero. El problema fue –aunque parezca increíble – que ¡todos los sujetos estudiados eran hombres! Es absurdo, ¿cierto? Pues en materia política nos pasa algo similar. Los problemas de sociedad, las decisiones políticas, se toman con una aplastante dominación de los hombres, que tan solo somos la mitad de la sociedad.

La evidencia es contundente. Tan solo el 21 por ciento de los congresistas, el 18 por ciento de los concejales, el 17 por ciento de los asambleístas departamentales, el 15 por ciento de los gobernadores y el 12 por ciento de los alcaldes son mujeres. El liderazgo en los partidos y movimientos políticos es aún más dominado por los hombres.

Lo lógico sería que esos porcentajes fueran similares —o por lo menos se acercaran— a la distribución de la población general. Si bien es cierto que esa no es una regla absoluta, claramente el abismo actual entre uno y otro es el síntoma de un problema. Y no lo digo solo por la injusticia que se comete contra las mujeres, que lo es, sino sobre todo porque si la democracia parte del gobierno de la gente por la gente, es indiscutible que tener un segmento de la población tan subrepresentado va en desmedro de la calidad de las decisiones y su legitimidad social (no hablo de su legalidad).

Es claro que en temas claves para la sociedad, más allá de las diferencias ideológicas y filosóficas, una mayor participación de las mujeres enriquecería la discusión y cambiaría la forma de aproximarnos a los temas y seguramente las decisiones y políticas adoptadas. No voy a decir que automáticamente serían mejores. Pero con seguridad serían distintas y más representativas.

En el mundo de las empresas la situación no es mucho mejor. El porcentaje de mujeres en posiciones de dirección y liderazgo tampoco supera el 30 por ciento en las juntas directivas y no alcanza el 20 por ciento entre los presidentes de compañías. Es claro que el famoso techo de cristal, esa barrera dura e infranqueable pero no admitida, que le impide a las mujeres acceder a los cargos más elevados de la jerarquía empresarial sigue siendo una realidad. Esto es más impactante aún cuando se mira el incremento de la participación de la mujer en el mercado laboral, el cual no ha dejado de crecer.

Y no es cierto que no estén preparadas. Hoy hay más mujeres que hombres estudiando en la universidad. En ese campo, pareciera que las diferencias se han nivelado. Pero seguimos teniendo una diferencia importante en los temas de ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas, o sea las carreras de la innovación y el futuro. Y ahí juega el sesgo patriarcal en hogares y muchos colegios. Se considera erradamente que ese tipo de disciplinas es para los hombres y que ellos tienen más aptitud que ellas. Eso no es cierto.

Como lo muestran varios estudios, es la forma como enseñamos ciencias y matemáticas que está mal. Hay un prejuicio latente en contra de las mujeres en esos campos. Y hay un círculo vicioso que hay que romper: No se reconoce suficientemente a las mujeres que triunfan en estas carreras. Por lo tanto no hay modelos a seguir, y muchas veces las mismas estudiantes sienten que ese camino no es para ellas. Hay tenemos que cambiar el modelo educativo y de orientación profesional.

En el mundo laboral los números son contundentes. Según los resultados del estudio de McKinsey sobre el tema, las empresas que son más diversas por género y raza tienen mayor probabilidad de generar ingresos superiores a los del sector al que pertenezcan. El estudio concluye que la diversidad atrae talento, mejora el clima organizacional, y la capacidad de conectarse con los consumidores. Lo anterior termina por mejorar los resultados financieros. La igualdad paga.

Hay cosas que podemos hacer para reducir el sesgo antifemenino en el campo laboral. Por supuesto, lo primero es la igualdad de remuneraciones. Es inaceptable que a mismas responsabilidades y cargos, haya casi un 20% de diferencia en el pago, solo atribuible al género.

También hay que atacar los sesgos legales. Muchos empresarios prefieren contratar y promover hombres para evitar el “problema” del embarazo y la licencia de maternidad. La representante a la cámara Juanita Goebertus presentó una muy buena iniciativa para que la licencia de maternidad sea compartida por padres y madres. Eso ayudaría a acabar con esa excusa para seleccionar hombres en el trabajo. Más importante aún, manda la señal de la importancia de la paternidad responsable, entendida como una presencia y dedicación reales, y no simplemente como el aporte económico al hogar. En un país donde la ausencia de la figura paterna es tan alta, estoy seguro que tener a los hombres más tiempo en la casa, dedicados a la crianza y a alimentar el vínculo emocional con sus hijos desde temprana edad, sería muy positivo.

Es imposible reflexionar sobre este tema sin tocar el tema de la violencia sexual, física y sicológica contra las mujeres. Al igual que contra la violencia infantil, el primer paso para erradicarla es atacar los estereotipos sociales que la banalizan y normalizan. Para ello no basta con subir las penas. Se requiere efectividad de la justicia y sanción social. Para eso el Estado y sociedad deben mostrar empatía, cuidado y respeto por las mujeres víctimas de violencia que se atreven a denunciar.

Tenemos un largo camino por recorrer como sociedad para respetar, tratar con igualdad a las mujeres. Y mientras tanto nos estamos desperdiciando e ignorando ideas, sensibilidades y propuestas de solución para nuestro país. Si no lo hacemos por convicción ética, hagámoslo al menos interés racional.