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Fenómeno barrial

Tiene razón Milei, el papel de las Naciones Unidas frente a los retos del mundo actual se ha quedado pequeño.

María Andrea Nieto
28 de septiembre de 2024

Soy un economista, un economista liberal, libertario, que jamás tuvo la misión de hacer política y que fue honrado con el cargo de la presidencia de la república de Argentina, frente al fracaso estrepitoso de más de un siglo de políticas colectivistas que destruyeron el país”.

Así inició Javier Milei su primer discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Vale la pena mencionar que en la biografía de su cuenta de X, Milei solo indica “economista”. Una diferencia enorme con el resto de los presidentes del mundo que son eso: presidentes.

Sin frases rimbombantes ni delirantes, el presidente argentino reconoció el papel histórico de la ONU después de las dos guerras mundiales y señaló que, siete décadas después de su creación, este organismo multilateral se convirtió en un monstruo burocrático que en lugar de velar por los derechos humanos, como fue su premisa fundacional, pretende ahora imponer un “modelo de gobierno supranacional” en el que el socialismo, el colectivismo y la ideología woke son los elementos principales.

Tiene razón Milei, el papel de las Naciones Unidas frente a los retos del mundo actual se ha quedado pequeño. Para no irnos muy lejos, ¿cuál ha sido la postura de la ONU frente a los delitos de lesa humanidad cometidos por las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua? Inexistente. ¿Por qué? Pues porque, en efecto, la ideología de izquierda o “colectivista”, como la llama Milei, se apoderó de la narrativa para inmiscuirse en los países miembros y convencer a las sociedades de que el crecimiento económico es malo, que el mundo se va a acabar pasado mañana y que hay que defender los derechos humanos de unos cuantos, dejando de lado la preocupación por millones.

Milei propuso a los países del mundo virar hacia la defensa de la libertad de los seres humanos que, no es más, según él, que la igualdad ante la ley, el derecho a la vida, a la propiedad privada y procurar limitar el “poder del monarca”.

Latinoamérica está por fin surgiendo de entre las ruinas en la que la dejaron los gobiernos castrochavistas. Los casos de Argentina y El Salvador son ejemplos de ello. Es que pareciera que la Guerra Fría, es decir, el enfrentamiento entre el comunismo de la Unión Soviética y el capitalismo de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, se demoró en terminar por estos lares del planeta, después de la caída del Muro de Berlín.

Justo para 1989, Cuba era un país comunista ejemplar gracias a que la URSS le subsidiaba todo. Pero una vez Gorbachov inició la perestroika, las ayudas a la isla fueron suspendidas y empezó la decadencia de una economía que se volvió dependiente. Fueron diez años muy difíciles para el régimen, que se encontró de frente con el bloqueo económico de Estados Unidos al bastión comunista caribeño que tantas canas les sacó. Y de ahí se pegaron en una narrativa para culpar a Estados Unidos del atraso del que fueron víctimas por depender de Rusia. ¿Por qué en esa lógica de guerra geopolítica tendría que haberse eliminado ese embargo? ¿Lo habría hecho Rusia en caso contrario? Pero para la salvación del comunismo cubano, en 1999 llegó Hugo Chávez al poder en Venezuela y ayudó con el petróleo que le expropió a su país, para sacar a flote el proyecto de los hermanos Castro que tanto admiraba.

El resultado de esa secuela de la Guerra Fría fue la expansión en América Latina de la ideología chastrochavista, un modelo fracasado que solo produjo miseria a sus pueblos y el enriquecimiento de sus dictadores. Los Castro llevan 60 años en Cuba y la genocida dupla de Chávez-Maduro 25 en Venezuela, con 8 millones de exiliados.

Y por alguna razón retorcida de la historia, esta narrativa implantó la creencia de que esas dictaduras era lo que los respectivos pueblos “anhelaban” y “respaldaban”. Lo cierto es que, del río Grande hacia el sur, más de 60 millones de seres humanos han sido esclavizados por una ideología que propende por la miseria, la satanización de la riqueza y la restricción de la libertad en todas sus formas.

Milei es un faro de esperanza. La libertad que promueve conlleva también una gigantesca responsabilidad porque no solo debe recuperar los indicadores económicos que los kirchneristas destruyeron en su país por influjo de Chávez, sino que tiene la obligación de procurar que las clases sociales más vulnerables puedan salir de la pobreza sin la abolición total de los subsidios. Es tiempo de reconocer que en la izquierda hay políticas importantes para sostener e implementar, como en la derecha y en los libertarios.

Al parecer, el economista Milei podría ser un ejemplo de ello. Se requiere humildad, como lo mencionó ante los países del planeta, y por ello se espera que nunca olvide su origen del fenómeno barrial que creció a tal magnitud que está hablándoles a los inversionistas y millonarios del planeta. Ojalá que la prosperidad llegue a todos los rincones de la Argentina y, de paso, se convierta en una lección para el resto de los países que no cuentan con un economista como presidente, sino con uno que siente que es el mandatario “del corazón de la tierra”, la megalómana frase con la que, por el contrario, abrió su discurso el presidente de Colombia, que ahora ya no tiene jurisdicción intergaláctica, sino, a duras penas, terrícola.

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