Home

Opinión

Artículo

FRACASOS DE UN PARO EXITOSO

17 de marzo de 1997

Si yo fuera un trabajador estatal y me dijeran que el aumento del salario es de 13 por ciento, cuando la inflación del año llegó al doble, yo entraría en paro. Me taparía los oídos frente a los discursos macroeconómicos sobre la necesidad de estabilizar el gasto, y tendría la certeza de que si éste es el gobierno de la gente, de lo que están hablando es de otra distinta a uno.Es previsible que cualquier trabajador estatal en las mismas circunstancias tome una decisión idéntica. No hay muchos antecedentes de incrementos salariales en los que se ofrezca una cifra que le baja así duro el poder adquisitivo al trabajador. Que los salarios sean altos o bajos no cambia mucho la cosa, puesto que tanto en un caso como en el otro se trata de pasar de una situación buena o mala a una peor.Sin embargo el paro estatal se ha sentido mucho menos de lo previsible (¿todavía están en paro?), y no está clara la explicación de porqué. Claro que en esto también actúan los factores de confusión, entre los cuales los más destacados son los protagonistas del gobierno y el sindicalismo, que hablan al mismo tiempo de éxito y de fracaso, y de ciertos medios de comunicación que limitan el cubrimiento del paro a este tipo de declaraciones, como si confrontar dos mentiras llevara en forma automática a una verdad.Lo cierto es que hay más paro de lo que el gobierno ha registrado, pero en actividades menos sensibles de lo que los sindicalistas han dicho. Una explicación puede estar en que los episodios huelguísticos del pasado _en especial en telecomunicaciones han llevado a crear un esquema en el que se eliminan los impactos de las huelgas, como fue el caso de Telecom con César Gaviria, y en que el Estado ha reducido su tamaño en actividades cruciales, como las del sector bancario.El comportamiento del gobierno, a mi juicio, ha sido hábil pero peligroso. Hábil porque ha sabido identificar paro con violencia y amedrentar a posibles huelguistas; hábil porque con las vacaciones estudiantiles desactivó uno de los focos de protestas más beligerante, y hábil porque se dedicó a fragmentar el movimiento sindical, mediante negociaciones particulares con aumentos superiores a los ofrecidos a las centrales, enviando así el mensaje de que es mejor negociar por fuera de los organizadores del paro.Pero esta estrategia es muy peligrosa. Primero, porque asustar a la ciudadanía con la violencia no contribuye en nada al clima de paz del que habla el país en todas las esferas, incluidas las del gobierno. Segundo, porque la declaratoria de vacaciones escolares por parte del Ministerio de Educación es una transacción inconcebible de los principios, según los cuales el paro es malo porque no se pueden interrumpir los servicios públicos. Con esta actitud lo que se ve es que al gobierno lo que le parece malo es que le hagan paro, pero no que los estudiantes no estudien. Y tercero porque la negociación fragmentada con los sindicatos, para romper el paro, puede terminar siendo más costosa que una mejor oferta global a través de las centrales obreras.Hay más enseñanzas. Que los sindicatos colombianos han perdido una capacidad importante de movilización popular, que en el pasado remoto tuvo en sus manos a través del liberalismo y luego de la izquierda. Que el apoyo conservador al paro fue un chiste, que dejó a esa colectividad con el pecado y sin el género, pues quedó claro que la influencia de los godos en el movimiento sindical, más que floja es negativa.Esto indica que uno de los bastiones de la actividad política, que son los trabajadores organizados, no tiene dueño, y que en Colombia se ha visto que cuando esto ocurre aparece la guerrilla para abrevar en ese manantial. Y que los líderes sindicales aún congregan a su gente, pero con un nivel de éxito muy inferior al del pasado.Por eso a la hora de hacer el balance de este paro sería bueno que los protagonistas se dedicaran a la autocrítica y evitaran limitarse a la pugna verbal entre el éxito y el fracaso, porque con los paros pasa lo mismo que con los carros: se mueven o están quietos, y es absurdo discutir sobre eso. Basta con mirar, y punto.

Noticias Destacadas

Luis Carlos Vélez Columna Semana

La vaca

Luis Carlos Vélez