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Los Fragmentos de Salcedo

El Monumento del Holocausto no se puede equiparar a Fragmentos, la obra que inauguró Salcedo en Bogotá. Sin embargo, cuando la visité la semana pasada sentí algo parecido a lo de Berlín: que caminaba, ya no entre tumbas, sino sobre ellas. Y me sentí irrespetuoso al hacerlo porque debajo de este inmenso mausoleo yacían todos los muertos de la violencia en Colombia.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
6 de enero de 2019

En las novenas a las que fui invitado este año se habló de Fragmentos, la obra de Doris Salcedo. Ninguno de mis amigos la había visitado, pero todos opinaban parecido: que la artista debió haber hecho una inmensa paloma para cambiar la estatua de Bolívar o para emplazarla en el pico de un cerro bogotano o “en algún lugar en que a Uribe no se le olvide nunca que Santos hizo la paz”. Alguien dijo que debió haber sido una hilera de soldados de rostros triunfantes. O un guerrillero arrodillado entregando su fusil a un soldado. Otro corrigió: debía entregarlo al mismo Santos. Creí que era sarcasmo, pero no.

Recordé el Monumento del Holocausto en Berlín y la discusión que en su momento planteó: luego de la Guerra, a Alemania le tomó mucho tiempo comenzar a trabajar sobre los escombros, tanto físicos como emocionales. Una vez curadas las heridas inició la discusión de si hacer o no un monumento para no olvidar el horror, en qué sitio de la ciudad iría, cómo debería ser, etc. En 2005 fue inaugurado.

La primera vez que lo vi, a través de la ventanilla de un taxi, me pareció que eran solo unas tumbas de diversos tamaños. Ya luego, cuando lo visité y me adentré por entre sus pasillos, los bloques de granitos comenzaron a perder importancia sentí el aire repleto de fantasmas y una paz que angustiaba. Solo había silencio. Me electricé al imaginar los gritos de terror en los campos de concentración.

A pesar de que en su momento la crítica fue rotunda y negativa, alegando que se trata de una obra en exceso abstracta y fría que aparentemente no dice nada sobre el holocausto, caminar por estos pasillos me generó ansiedad y una fuerte opresión en el estómago. Justo por esos días que visité Berlín Doris Salcedo inauguró en Londres su Shibolet.

El Monumento del Holocausto no se puede equiparar a Fragmentos, la obra que inauguró ahora Salcedo en Bogotá. Sin embargo, cuando la visité la semana pasada sentí algo parecido a lo de Berlín: que caminaba, ya no entre tumbas, sino sobre ellas. Y me sentí irrespetuoso al hacerlo porque debajo de este inmenso mausoleo yacían todos los muertos de la violencia en Colombia.

No fui el único. Vi a muchos tocar las placas resultantes de la fundición de las armas de las Farc. Vi palparlas con mucho respeto. Como quien constata o acaricia una cicatriz en la piel de otro. Vi también gente sentada sobre ellas, en especial jóvenes, con la mirada fracturada. Escuché el silencio opresivo de los cementerios y recordé que antiguamente un monumento era lo mismo que un sepulcro.

También vi lo contrario: gente que se devolvía tan solo mirarla desde la puerta. “Tanta publicidad y es una pendejada”, oí decir a uno, y a otro, hablando del Acuerdo de Paz: “De aquí viene el hueco fiscal. Por eso nos van a subir los impuestos”. La politiquería ha polarizado hasta al arte.

Luego del horror, el hombre parece haber perdido la capacidad de conmoverse. Perdimos la piel y nos quedó un cuero duro al que, de tanto ser golpeado, ya no lo altera el dolor. Hay que darse la oportunidad de sentir.

¡Feliz  Año Nuevo!

@sanchezbaute

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