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Francia de cara a la crisis

Francia es la economía europea llamada ahora a hacer ajustes estructurales, pero está dejando pasar el tiempo.

Semana
21 de noviembre de 2012

Luis XIV lo dijo, “l’Etat, c’est moi”, el Estado soy yo. Esto resume el estatismo francés: un Estado grande e interventor en áreas que se considerarían en otros países como de derecho privado. Ese estatismo persiste hasta el día de hoy. El control que ejerce el Estado francés sobre el sector privado no se compadece con un mundo integrado y cambiante. Las reglas son rígidas. Mientras que el gasto público es cercano al 57 por ciento del PIB, la deuda pública constituye un 90 por ciento del mismo, y con tendencia a subir. Francia ha llegado al punto de un casi permanente déficit fiscal. No es sorpresivo que Moody´s haya bajado la calificación de la deuda del país a AA1, cuando antes gozaba de AAA. Ya Standard & Poor´s había bajado su calificación en enero.

La riqueza, las ganancias, las utilidades y los ingresos altos enfrentan fuertes tasas impositivas. Los ricos se sienten abusados y el régimen desconfía del capitalismo. Todo, desde el mercado de trabajo hasta las farmacias, los taxis, todo está rigurosamente regulado. Pero hay cosas positivas también. Francia es la quinta economía del mundo y la sexta exportadora. En la primera mitad del 2012 fue el cuarto país más alto recipiente de inversión extranjera directa. Tiene más multinacionales que Inglaterra y sus productos son el top of the line en cuanto a bienes lujosos y servicios. La infraestructura, especialmente en transporte y energía, es líder en el mundo y no tiene explosión demográfica.

Las dos imágenes son las dos caras de una misma moneda. A los franceses les gustan altos estándares de vida. Han podido pedir prestado a tasas baratas en los últimos años, incluso después de la elección de un presidente socialista. Pero el crecimiento se ha estancado y la economía está al borde de una recesión por segunda vez en cinco años. Varias compañías piensan cerrar fábricas como lo hizo Peugeot. El desempleo es de más de tres millones de personas, con una tasa del 10 por ciento, 25 por ciento para los jóvenes y mucho más alto entre las minorías étnicas que viven en las afueras de las grandes ciudades.

Francia no ha reaccionado con las reformas que se necesitan para enfrentar la crisis de la zona euro. Otros países en Europa como Italia, España, Grecia y Portugal, han reformado su mercado de trabajo, los sistemas de pensiones y la seguridad social, para cumplir las metas impuestas por las autoridades monetarias europeas. No obstante, Francia no parece dispuesta a hacerlo.

François Hollande es el segundo presidente socialista desde el inicio de la V República en 1958. Es un presidente poderoso. Controla ambas cámaras del Parlamento, la mayoría de las regiones, departamentos y municipios. Y así y todo no está convencido de las medidas de choque que tiene que tomar para evitar un desborde fiscal y una crisis de deuda. Duda, y prefiere el consenso a la confrontación.

Ni Hollande ni sus más cercanos colaboradores tienen experiencia empresarial. Los partidos políticos han ignorado la grave situación de la economía francesa y de la euro crisis. Hollande ha cumplido con las promesas de campaña que no dejan de ser populistas, incluyendo la disminución en el pago de los ministros, el freno de un aumento en la edad de retiro de 60 a 62 años, la imposición de nuevos impuestos a los ricos, incluyendo una tasa de 75 por ciento en los ingresos superiores a 1.3 millones de dólares.

A pesar de que Hollande no ha tomado medidas realmente duras -porque él no está convencido de las mismas- su popularidad ha caído a menos del 50 por ciento. Pareciera que Hollande y su equipo no hubieran entendido la naturaleza y la gravedad de la crisis que atraviesa Francia, y menos entienden las reformas que hay que hacer en forma urgente. Ha insistido que seguirá con su meta de bajar el déficit fiscal a 3 por ciento en el 2013, con el objetivo de alcanzar un equilibrio en el 2017. La economía está estancada y Francia, al estar en la Eurozona, no puede acudir a la devaluación de la moneda o a la emisión primaria. Le queda pedir prestado en los mercados, con spreads más altos pues su calificación crediticia cayó, y con el riesgo de aumentar el abultado 90 por ciento de deuda como porcentaje del PIB.

La economía está estancada y puede irse a una recesión este último trimestre. A duras penas va a crecer el año entrante. El clima de los negocios ha empeorado. Hay un exceso de regulaciones, impuestos excepcionalmente altos. Hay pocas compañías nuevas, hay menos compañías medianas y pequeñas, por lo tanto la generación de empleo es escasa. Muchas de las compañías no son competitivas y el gobierno está viviendo por encima de sus medios.

Con la audacia suficiente, Hollande podría reformar a Francia. Tiene todo el apoyo político en el Parlamento y las regiones. Hollande sabe que hay un problema de competitividad. Ha prometido recientemente implementar los cambios contenidos en un informe escrito por Louis Gallois, un hombre de negocios, quien menciona la necesidad de disminuir los beneficios que reciben los ciudadanos. Esta semana incluso habló del excesivo tamaño del Estado. Hollande sabe lo que tiene que hacer, pero duda, teme y no toma decisiones impopulares.

Las medidas que ha tomado son de izquierda y son rechazadas por el sector privado: impuesto de renta del 75 por ciento para los más pudientes, mayores impuestos a las empresas, al patrimonio, ganancias de capital y dividendos, al tiempo que sube el salario mínimo y retrocede parcialmente en un acuerdo que había para aumentar la edad de la jubilación.

Lo que está en juego es no solo el futuro de Francia, sino el del euro también. A Hollande no le gusta que Angela Merkel insista tanto en la austeridad. Pero no ha dado la cara cuando se trata de alcanzar la integración política necesaria para resolver la crisis del euro. Se requiere una integración fiscal, donde los países tienen que cumplir con metas de déficit fiscal preacordadas en los países de la zona euro. Sería un mayor control por parte de Europa sobre las políticas económicas de los países. Francia a duras penas ha ratificado el fiscal compact, que es aquel acuerdo que obliga a que los países de la eurozona equilibren sus finanzas públicas. Pero ni la élite ni los votantes están dispuestos a transferir más soberanía a Europa, así como no están preparados para profundas reformas estructurales. Mientras que la mayoría de los países están evaluando cuánto tendrían que ceder en soberanía, Francia está eludiendo hablar del tema.

¿Qué movió a Moody´s a degradar la calificación de la deuda de Francia de Aaa a Aa1? Por un lado, el panorama de largo plazo es negativo debido a la gradual pérdida de competitividad y las rigideces de los mercados de trabajos, bienes y servicios. Por otro lado, tanto las demandas interna como la externa están débiles en el corto y largo plazo, especialmente por las rigideces mencionadas. Y lo más importante, la capacidad de aguante de Francia frente a futuras crisis del euro está disminuyendo, con una crisis de deuda que se anuncia en el horizonte, un comportamiento fiscal fuera de control y el costo de financiación elevado debido a una crisis de confianza.

Al mismo tiempo Moody´s explica que Francia, sin embargo, mantiene una calificación alta, Aa1, porque el país tiene fortalezas como una economía grande y diversificada y podría llegar a tener la voluntad política de hacer las reformas estructurales que Hollande ha comenzado a esbozar, lo que permitiría en el mediano plazo superar las rigideces y adoptar las medidas de austeridad que ya han hecho sus vecinos como España, Italia, Grecia y Portugal. En todo caso sabemos que el que sigue es Francia.

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