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Frente a las selecciones

Hay una selección arbitraria de precandidatos La interferencia de las encuestas

Semana
4 de septiembre de 2000

Es inevitable que al cumplirse los dos primeros años de un gobierno el país entre en la elección del siguiente, como un entretenimiento que ha sido constante y por cierto más divertido que afrontar la solución de los problemas reales de la Nación.

Regresa, si es que en algún momento desaparece del todo, la política como espectáculo de circo y prueba de gladiadores, que en el fondo no es muy distinta de las competencias del juego de la pelota. Sin embargo, las selecciones, a las que me refiero, no son las del fútbol, sino las que preceden a la contienda electoral.

Hoy se escoge a los elegibles de manera bien diferente a como se hacía tiempos ha. Se da, como siempre, la notoriedad que va marcando indefectiblemente a los presidenciables. Poco a poco se va sabiendo quién va a ser el sucesor de un presidente. En ese estado las cosas, las encuestas entran y registran las preferencias. Eso solo estaría bien.

Pero, a manera de una interferencia moderna, la labor diaria y persistente de las firmas de sondeos, las enarbola como gran poder de decisión, instalado en la antesala de las determinaciones populares. Si la democracia, en su mejor sentido, es la expresión del ‘poder ascendente’ (de la base hacia el vértice), de lo cual se ocupa con claridad Norberto

Bobbio, quienes desempeñan posiciones claves en la elaboración de los rastreos de opinión, a veces personas bastante anónimas, se revisten de un gran poder descendente, el cual predetermina desde arriba las inclinaciones de la base.

En ocasiones, con abuso evidente, se entrega al público un nombre que aún no está en juego, con lo que se le procura un resultado adverso, al medirlo con otros nombres consagrados, desestimulándose su salida a la competencia política. Es un auténtico atropello utilizar de ese modo a una persona para someterla a lo que ella misma aún no se ha sometido. Rosso José no ha dicho aún que sí y ya se le mide en desventaja.

En otros casos, no menos arbitrarios y por efecto de unas pocas voluntades determinantes, se le regala a algún favorito la nombradía relativa de presidenciable, ‘posicionándolo’. Ese tal comienza a figurar en listas y la gente a apostarle, con la mansedumbre de quien recibe las fichas de un determinado juego. Los encuestadores reparten, son los talladores. Así han entrado al juego a Julio César júnior, de quien no se sabe siquiera que haya sido ministro.

De cómo están hechas las encuestas poco se conoce. Son como los embutidos, en la comparación algo carnívora que hacía AIvaro Gómez: quienes los consumen ignoran todo acerca de su procedencia. Con demasiada frecuencia, las encuestas parecen servir a quien las paga. Se fabrican con preguntas que condicionan una determinada respuesta, de aquellas que prohibía el Código Civil, en punto de confesiones. Las preguntas que se omiten son, a veces, las más notorias (uno se dice, por qué no lo preguntaron de esta otra manera, a ver cuál fuera el resultado), y se omiten pues de su respuesta se derivarían contradicciones a la orientación general del sondeo. Esto da lugar a que se hable de sondeos liberales, sondeos conservadores, de izquierda, y hasta serpistas y noemiístas.

El Centro Liberal de Consultoría le ha dado, por estos días, un gran estímulo a la candidatura de Horacio Serpa (gracias, lo necesitaba). Es el momento para el candidato liberal oficialista de volver a exclamar: “Yo no creía en las encuestas hasta que me empezó a ir bien en ellas”. Ya muchos piensan en él como seguro presidente, porque, además, existe la constante, según la cual, quienes compiten en unas elecciones son presidentes alternos. Turbay y Betancur compitieron en una primera ocasión en 1978 y fueron elegidos sucesivamente; Samper y Pastrana, en el 94, primero fue el uno y luego el otro. Para el actual período se enfrentaron Andrés Pastrana y Horacio Serpa. Desgastado el primero, como lo está, sin olvidar que ambos ofrecieron cinco municipios de despeje, es bien posible que lo reemplace el segundo, a quien ya parece haber olvidado el elefante (Los elefantes no tienen memoria es novela de Agatha Christie).

Lo que las encuestas hacen imposible es que una de aquellas personas, que saltaban a la palestra, señaladas por algunos notables conocedores de sus méritos (tipo Hernando Gómez Tanco) pueda acceder hoy a las posiciones de poder. Se le atraviesan sin falta las encuestas. Y por esta paradoja, lo que la aristocracia permitía, esto es, el acceso de un ciudadano común, pero eminente, hoy se hace imposible, mientras sea desconocido.

Y es de ver lo que un aspirante tiene que hacer para ser conocido. El caso de Juan Manuel Santos, que prefiere desacreditarse como ministro de Hacienda y así alcanzar notoriedad, para no hablar de lo que tuvo que hacer Mockus, lo cual no les está permitido a las mujeres ni en un 30 por ciento.

Una democracia es directa o representativa, pero nadie puede arrogarse representación o intermediación alguna, a la cual no ha sido llamado. Si la aristocracia no era democrática, por antonomasia, tampoco lo es la encuestocracia.

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