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MARTA RUIZ

Fuego amigo

Mientras la delegación oficial en Cuba permanece hermética, en Colombia el ministro de Defensa y los militares no cesan de recordarnos que esa gente, con la que el presidente quiere firmar un pacto, no es de confiar.

Marta Ruiz
1 de diciembre de 2012

Contrasta el buen clima en el que se están desarrollando los diálogos entre el Gobierno y las FARC en La Habana con el escepticismo de los colombianos. Según la última encuesta de Ipsos Napoleón Franco, la aprobación del proceso de paz pasó del 77% en septiembre al 57% en noviembre; y apenas el 41% cree que al final del día se logrará un acuerdo.
 
Este bajón es apenas normal, ya que tanto la guerrilla como el Gobierno parecen haberse puesto de acuerdo para quebrantar la fe en el proceso, enviando, como lo han hecho hasta ahora, mensajes contradictorios sobre el mismo.
 
Iván Márquez se inauguró como jefe del equipo negociador de la insurgencia en Oslo con una diatriba que cayó como un baldado de agua fría en medio país. La enjuagada fue tal, que ni siquiera el anuncio del cese de hostilidades unilateral, ni la liberación de los cuatro chinos que tenía secuestrados el Bloque Sur, ni el nuevo tono político que usaron las FARC en La Habana, insuflaron el optimismo. Posiblemente, porque no ha pasado inadvertida la frecuente referencia que hace Márquez a su plan b: un acuerdo de regularización de la guerra, como premio de consolación si fracasa la negociación.
 
Pero la pérdida de confianza en el proceso también se explica por el fuego amigo que ha recibido el propio Gobierno. Mientras la delegación oficial en Cuba, en cabeza de Humberto de la Calle, permanece hermética, en Colombia el ministro de Defensa y los militares no cesan de recordarnos que esa gente, con la que el presidente quiere firmar un pacto, no es de confiar. No había pasado un día del cese de hostilidades anunciado por las FARC cuando ya el deliberante general Alejandro Navas las estaba tildando de “pastorcitos mentirosos”, y el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, las acusaba de traidoras.
 
Como la impopularidad de la guerrilla no puede ser peor, los dardos lanzados desde las filas oficiales terminaron dando en otro blanco: la popularidad de Santos, ya de por sí maltrecha por el fallo de la Corte de La Haya. Al fin y al cabo ¿por qué confiarían los colombianos en unos mentirosos irredentos en los que no cree ni siquiera su contraparte?
 
El ministro Pinzón está cayendo en el mismo error de Márquez en Oslo, y es usar los micrófonos para elevar la moral de sus tropas, ignorando que es un país entero el que lo escucha. Atrapado en el lenguaje de la guerra, pasa por alto que parte del costo intrínseco de una negociación es que los adversarios se tienen que legitimar mutuamente.
 
La falta de confianza pública en el proceso no es un problema menor y revela que la estrategia de comunicación del Gobierno está fallando. El sigilo sin duda es vital para el buen desarrollo de los diálogos, pero lo que no puede pasar es que mientras los que llevan la batuta del proceso se mantienen en el mutismo, los que le apuestan al fracaso tengan altavoces.
 
El clima pesimista que hay en el país puede llevar a minimizar los alcances de lo que está ocurriendo en La Habana. Santos debería preguntarse si está haciendo lo suficiente para convencer a la opinión pública de que este era el momento adecuado para buscar un acuerdo de paz. Y recordar que una excesiva desconfianza puede ser tan perniciosa como un entusiasmo desbordado.
 
Twitter @martaruiz66

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