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Geografía de la violencia

Tertuliando con amigos hace varios años salió la propuesta de señalar en el mapa nacional aquellos pueblos que alguno de nosotros, los tertulianos, había conocido a partir de un asesinato, un secuestro, una masacre. Uno de los pueblos mencionados, recuerdo, fue Tierralta.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
25 de junio de 2019

Alguien en la mesa destacó una crónica que por esos días se había publicado, un texto que cobra total vigencia estos días (aunque en realidad nunca la perdió). Lo escribió Carlos Marín Calderín y comienza diciendo: 

“Si en Tierralta pusieran cruces en las calles donde se han cometido asesinatos, tendrían que clavar una en la puerta del cementerio, hasta donde ha llegado la muerte a irrespetarse a sí misma, como aquel 22 de diciembre de 1982 cuando mataron a don Nicolás Negrete Babilonia, ganadero, y otra en la iglesia San José, hasta donde ha llegado la muerte a matar a Dios. Por estas calles que hoy vuelvo a caminar, han sido acribillados dos curas, dos exalcaldes, un líder indígena, un expersonero, un coronel, el sobrino de un obispo y cientos de Francisco, decenas de Aurelio, docenas de Manuel y miles de otros anónimos porque sí y porque no. A Tierralta se llega fácil, aunque aquí haya sido difícil vivir”.

Era tal la violencia en este pueblo que las calles perdieron sus números y comenzaron a ser referidas por sus muertos. “Llegas a la esquina donde mataron a Édinson y coges a la derecha”, “doblas por donde mataron al cura, ahí es”. Cerca de allí queda Valencia, donde se refugiaba don Berna, y queda también la hacienda Las tangas, donde los hermanos Castaño “casi matan y entierran a toda Colombia” y donde con motosierras “despedazaron cuerpos por cantidades industriales”. Allí nacieron Los tangueros, los primeros grupos paramilitares. (http://www.revistadonjuan.com/historias/tierralta-el-pueblo-donde-cada-calle-tiene-un-muerto+articulo+13010322).

La crónica de Marín -cruda, dura, aterradora, desgarradora- es como una muestra en chiquito de este país al que la violencia se le fue metiendo por todos los recovecos, atacando sin miramientos a todo el que respire, a cualquiera, ora acusado de guerrillero o soplón de la guerrilla, ora de paraco o soplón de los paracos, pero en el fondo siempre por la misma causa: la posesión de la tierra y el ejercicio de poder sobre esa tierra como abono del narcotráfico. 

A Tierralta llegó luego para quedarse el Clan del Golfo y, más recientemente, llegaron grupos disidentes de las Farc. ¿El resultado? Hoy es otra vez una caldera del diablo. El miedo de nuevo. Y el dolor que hizo costra, que es lo peor: la pérdida de toda sensación. Un país tetrapléjico. 

Todo comienza por Córdoba, el de las tierras más bellas y fértiles, el único departamento Caribe que al tiempo produce y exporta la droga. Y los números de la violencia nacional en alza: según el informe Forensis 2018, “Es la primera vez desde que se iniciaron las negociaciones con las Farc que se rompe la tendencia a la baja en el apartado de muertes violentas”. De nuevo se oye: “Es culpa del abandono de Estado”. ¿Por qué el gobierno no le hace frente? Mientras “las fuerzas del mal” se toman de nuevo el país, varios militares se sientan ante la JEP para hablar de los falsos positivos y las condecoraciones que recibieron por cuenta de víctimas inocentes. 

@sanchezbaute



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