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George W. Bush y los 33 enanitos

Eso que llaman “globalización” y que es la imposición del peso económico de los Estados Unidos siempre se ha llamado imperialismo

Antonio Caballero
28 de mayo de 2001

Tendrían que haber sido 34 los enanitos que rodearon al presidente Bush en la Cumbre de las Américas de Quebec, contando a Cuba. Pero Cuba no fue invitada. Lleva más de 40 años ganándose a pulso el honor de que los Estados Unidos no la inviten a sus periódicas encerronas de lobo con ovejas: desde que el Che Guevara, en Punta del Este, denunció a la OEA como “ministerio de colonias” del gobierno norteamericano. En esta última reunión propuso el lobo la creación, para el año 2005, de un Area de Libre Comercio de las Américas (Alca) que garantice la libre circulación de capitales y mercancías (pero no de personas) “desde Alaska hasta la Tierra del Fuego”. Expresión geográfica que, por aséptica que parezca, resulta particularmente engañosa: porque las relaciones no se establecen entre llanuras y montañas, sino entre economías de muy distinta envergadura, como son la norteamericana por un lado y las restantes 33 por el otro. De lo que se trata es de que los Estados Unidos, sin trabas proteccionistas por parte de los demás pero sin abandonar las propias (aranceles antidumping, subvenciones a sus productores agrícolas), puedan terminar de adueñarse de los recursos y de los mercados de todos. Se trata de que las ovejas se comprometan a no defenderse en lo más mínimo mientras el lobo de las come. ¡Y había que ver el alborozo de las ovejitas en Quebec! Sólo puso reparos al lobuno trato el presidente Cardoso del Brasil, que antes de ser político fue economista serio y no lo ha olvidado del todo. ¿Es que no se han dado cuenta los demás de los resultados catastróficos que ha tenido para sus países una década de reformas económicas neoliberales? Hasta una revista tan partidaria de esas cosas como The Economist los llama, eufemísticamente, “disappointing”: decepcionantes. Pero es que han sido decepcionantes para la gente en general, que se ha empobrecido como nunca, pero no para los asistentes a la Cumbre, los dirigentes, a quienes les va cada día mejor. Bastaba con ver ahí la media sonrisa de parapléjico contento de Pérez de Cuéllar, que hoy funge como primer ministro del Perú y le sirvió a Bush padre de alfombra durante la Guerra del Golfo, en calidad de secretario de la ONU. Ni por un sólo día ha dejado de cobrar un sueldo por aquí o por allá. Le ha seguido yendo bien. No tiene queja del Imperio. Del Imperio, sí. Porque esto que ahora llaman “globalización”, y que es simplemente la imposición del peso económico de los Estados Unidos sobre el resto del mundo para beneficio de aquéllos, se ha llamado siempre imperialismo. Bastante lo han padecido las Américas desde la premonitoria advertencia de Simón Bolívar a principios del siglo XIX sobre esos Estados Unidos, que parecían ya desde entonces “destinados por la Providencia a colmar de males a la América en nombre de la libertad”. De hartos males nos han colmado. A veces directamente por la fuerza de las intervenciones militares: desde las guerras de amputación de México o de conquista de Cuba hasta este recientísimo Plan Colombia que apenas empieza a desenroscarse; a veces, más frecuentemente, gracias a la colaboración de los cipayos locales: los ejércitos armados y educados por ellos, las oligarquías a su sueldo y a su servicio. Siempre en nombre la libertad, política, económica, e inclusive sanitaria o moral: contra el comunismo, por el libre comercio, contra la droga. Y siempre con resultados… well: rather disappointing, como diría The Economist. Con resultados espantosos en lo político, en lo social, en lo sanitario, en lo moral. A este continente lo han hundido en sangre y podredumbre sus clases dirigentes, a su vez dirigidas desde los Estados Unidos. Los cipayos del Imperio por su miope codicia, y el Imperio por su natural egoísmo imperial. ¿Y todavía quieren más? Vuelvo a lo de Cuba. No es que en estos 40 años de ruptura con el Imperio los cubanos hayan sido particularmente felices, sometidos como están a su propia dictadura policial y burocrática, y a la pobreza (aunque no a la miseria aterradora de sus vecinos de Haití, de la República Dominicana, o de esta “más antigua democracia de América Latina” que se llama Colombia). Pero por lo menos sus males son suyos: tienen la dignidad de lo propio. En medio de un continente de estados asociados, anexionados y vasallos, Cuba puede seguir llamándose el único “territorio libre de América”. Eso no se come, de acuerdo. Pero es un consuelo.

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