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Granito de arena

Mientras empresas norteamericanas compran a precio de ganga los recursos naturales de estos países, su gobierno cierra las fronteras a los desempleados que deja el proceso

Daniel Coronell
19 de febrero de 2006

La historia fue descubierta por la periodista Karla Iberia Sánchez. La brillante reportera de Televisa encontró enormes huecos en las arenas de la Baja California mexicana. Al lado de los extraños cráteres en el desierto, había huellas de camiones que continuaban hasta un muelle. No le tomó mucho tiempo establecer que alguien había estado llevándose la arena hacia Estados Unidos.

Siete millones de toneladas -un poco más de lo que pesa la gran Pirámide de Keops en Egipto- han salido en barcazas hacia el país del norte.

Las leyes norteamericanas prohíben la comercialización de la arena de sus propios desiertos. Consideran que su explotación afecta irreversiblemente los ecosistemas, especialmente los nacimientos de agua. Sin embargo, nada impide que la compren en México.

El negocio es redondo. Mientras que en Estados Unidos se pagan 25 dólares por un metro cúbico de arena, la mexicana -de mejor calidad- se compra localmente por cuatro pesos con 40 centavos. Un poco menos de 50 centavos de dólar.

La arena es utilizada para hacer playas artificiales y la mayor parte para la fabricación de premezclas de construcción. El boom de la finca raíz en Estados Unidos requiere cada vez más esta materia prima. Por eso ahora van a construir una banda transportadora para llevar la arena desde Mexicali, en México, hasta Calexico, Estados Unidos.

Como una obra de esta envergadura requiere autorización al más alto nivel, el presidente Bush ya firmó el permiso para que la banda cruce la custodiada frontera.

Pero eso no es lo más curioso. La explotación de la arena autorizada por la Comisión Nacional del Agua de México, puede terminar dejando sin agua a la zona de Baja California, y particularmente a la ciudad de Mexicali.

En junio de este año se iniciará en Estados Unidos el revestimiento del Canal Todo Americano. Ese canal es el cauce del antiguo río Álamo, cuyas filtraciones al subsuelo alimentan los acuíferos del Valle de Mexicali, al otro lado de la frontera.

Con la pavimentación -que requerirá mucha arena y premezclas de construcción- México perderá más de 80 millones de metros cúbicos de agua cada año. Una cantidad suficiente para abastecer a 800.000 personas en el mismo período.

La zona, que es seca por naturaleza, se quedará sin los humedales y lagunas que le han permitido sobrevivir y crecer.

Tierras que hoy son cultivables perderán su utilidad. Miles de personas quedarán sin empleo y una hambruna podría surgir en la Baja California.

El asunto no ha llegado aún a las primeras páginas de la prensa mexicana. En cambio ya prendió las alarmas de las organizaciones ambientales de Estados Unidos.

Esta semana presentaron un recurso de amparo ante la Corte, pidiendo que se suspenda la pavimentación del Canal Todo Americano.

Dentro de las justificaciones, además de las ecológicas, están las de inmigración. Dicen ellos que decenas de miles de mexicanos, empobrecidos por la crisis del agua, intentarán pasar la frontera para buscar trabajo en Estados Unidos.

¿A dónde más podrían ir?

En la China de Mao la familia del condenado a muerte debía pagar la bala para la ejecución. Ahora México aporta su considerable granito de arena, para morir de sed.

Mientras empresas norteamericanas compran a precio de ganga los recursos naturales de estos países, el gobierno de Estados Unidos cierra las fronteras a los desempleados que deja el proceso.

El presidente Bush reclama "el fin del aislacionismo". A nombre del libre comercio pide abrir los mercados y al mismo tiempo su Congreso tramita un proyecto para construir un muro que los separe definitivamente de América Latina.

Ya sabemos de dónde saldrá la arena. La mano de obra, también.

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