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Guerra cercana del tercer tipo

El mal manejo del posconflicto está llevando a Colombia de regreso a una espiral de violencia de características distintas a la de los ciclos anteriores. Ya la calidad de la víctima dice poco de la identidad grupal del victimario en una guerra de todos contra todos y se mezclan narcotraficantes, intereses políticos, grupos armados ilegales de todo tipo, mientras el ciudadano ve crecer el descontrol oficial.

Clara López Obregón, Clara López Obregón
24 de septiembre de 2019

La guerra tiene toda clase de clasificaciones que caen bajo dos grandes tipos: guerras simétricas o convencionales entre dos grandes fuerzas, generalmente países enfrentados, pero también al interior de un país, en las cuales operan reglas internacionalmente aceptadas; y las asimétricas, como la guerra de guerrillas, en las cuales una parte tiene evidente inferioridad de recursos bélicos que lleva a la utilización de tácticas atípicas, por fuera del marco jurídico internacionalmente aceptado.

Con la firma de los acuerdos de paz que puso fin al conflicto interno de más de cincuenta años, se empezaron a registrar disminuciones iniciales de los índices de violencia que llevaron a pensar que el país se encaminaba hacia un posconflicto exitoso. No obstante, los obstáculos a la implementación resultaron difíciles de superar en medio del desacuerdo nacido del plebiscito y de la posterior renegociación de los acuerdos que se ha traducido en la resistencia del gobierno actual a ejecutar el acuerdo del Colón tal cual fue finalmente suscrito y refrendado.   

El antagonismo sobre cuál paz debe implementarse ha derivado en lo que, parodiando a Steven Spielberg, podría denominarse una guerra cercana del tercer tipo. Es una guerra donde los múltiples bandos enfrentados no están claramente delimitadas, ninguna de las partes involucradas respeta las reglas, la violencia que generan se degenera progresivamente y la existencia misma de la nueva confrontación no es reconocida como tal por las autoridades.

En el conflicto armado anterior, había dos partes: el Estado con su ejército regular y las guerrillas por fuera de la ley. En los casos en que la parte oficial acudía a tácticas cuestionables como la colaboración de grupos armados ilegales, la respuesta, mal que bien, era que ello estaba claramente por fuera de la ley, así reinara la impunidad. 

En este nuevo tipo de confrontación que empieza a configurarse, hay síntomas que indican que los bandos en contienda se confunden entre sí. Uno de ellos es la célebre grabación denunciada por Semana, en la cual el general Diego Villegas, comandante de la fuerza de tarea Vulcano del ejército afirmó: “Si toca sicariar, sicariamos; si nos toca aliarnos con los ‘Pelusos‘, nos vamos a aliar”, sin que hasta la fecha se haya producido la reacción de rechazo oficial que la afirmación amerita. O las fotos de Juan Guaidó con los paramilitares que le ayudaron a cruzar la frontera, con el conocimiento de la oposición venezolana y, presumiblemente, del gobierno colombiano, que tampoco ha merecido el rechazo de las autoridades.

Otra característica de este nuevo tipo de guerra es que arrecia la violencia política sin que se sepa a ciencia cierta quién o quienes la están promoviendo.  Investigadores del Cerac afirman que en el 77 por ciento de los casos de violencia política se desconoce al posible responsable aun cuando hay una correlación entre la ubicación geográfica de los hechos y las economías ilegales. En igual sentido, la mayoría de los asesinatos de líderes sociales no tiene identificación aparente de los perpetradores.

En Turbo aparece una manifestación urbana preocupante al estilo de las maras centroamericanas con un número elevado de jóvenes asesinados en medio de enfrentamientos entre pandillas y la negación del fenómeno por las autoridades locales. En Bogotá, en la parte rural de Ciudad Bolívar ya se habla del retorno de los paramilitares y en Usme, de un toque de queda para los jóvenes impuesto por criminales.

El mal manejo del posconflicto está llevando a Colombia de regreso a una espiral de violencia de características distintas a la de los ciclos anteriores. Ya la calidad de la víctima dice poco de la identidad grupal del victimario en una guerra de todos contra todos y se mezclan narcotraficantes, intereses políticos, grupos armados ilegales de todo tipo, mientras el ciudadano ve crecer el descontrol oficial.

En vez de sacar la violencia de la política, esta esta permeando todas las relaciones sociales. Llegó la hora de ponerle el cascabel al gato, disciplinar a los sectores descarriados de la fuerza pública y adelantar una gestión social integral en los territorios antes de que sea demasiado tarde.

 

 

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