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GUERRILLERICEMONOS

Hay que voltear la pagina del narcotráfico y meterle el mismo empeño al problema de la guerrilla.

Semana
7 de agosto de 1995

AL PASO QUE VAN LAS COSAS, NADA tiene de raro que entre el momento de escribir esta columna y el día en que sale publicada (cinco días) haya sido detenido o se haya entregado ya Miguel Rodríguez Orejuela. De ser así, le expedirán acta de defunción al cartel de Cali y el país quedará a la espera de la nueva consigna antidrogas que se le ocurra al gobierno de Estados Unidos.
El hécho cierto es que en menos tiempo del que el más optimista entre los optimistas hubiera soñado, los organismos de seguridad del gobierno de Ernesto Samper borraron del mapa a la cupula del cartel caleño. Si eso contribuye o no a eliminar el fenómeno del narcotráfico en el mundo, es harina de otro costal. Lo concreto es que la orden de meter tras las rejas a los siete grandes está prácticamente consumada.
Aun en el caso de que algún pez gordo quede suelto, Colombia debe voltear ya la página y hacerle caso al travieso Myles Frechette, quien con dosis parejas de humor y cinismo le pide a Samper que desnarcotice las relaciones con Estados Unidos. Hay que cogerle la caña. Pero no sólo para eliminar el sesgo de droga en el diálogo con los gringos, sino para quitarlo también de la actualidad colombiana.
Nadie duda de la obligación que tiene todo país de combatir cualquier delito, en este caso el narcotráfico. Pero en la relación costo-beneficio, para Colombia es mucho más importante meterle muela al tema de la guerrilla. Hay más muertos, más delitos, más dolor, más pobreza, más injusticia más estupidez más barbarie, más hipocresía, más cobardía y más, muchas más mentiras involucradas en el problema guerrillero que en el narcotráfico. Es más viejo y más hondo el daño que le ha causado la presencia guerrillera a Colombia que lo que ha sufrido el país con los narcos, aun teniendo en cuenta la corrupción profunda que ha provocado la plata de estos.
Además, ya está demostrado hasta la saciedad que en Colombia es imposible emprender simultáneamente dos campañas de la envergadura que exigen los dos temas que estamos mencionando.
Hay que guerrillerizar la realidad colombiana, metiendo al país hasta el cuello en la solución del problema, cualquiera que sea la fórmula. Con el episodio de los militares y el memorando mediante el cual le querían desmontar por la puerta de atrás la decisión de despejar de tropa parte del municipio de La Uribe, el Presidente demostró el tamaño de su empeño por alcanzar una paz negociada. Y en el discurso famoso del "Aquí mando yo", también reflejó su desilusión por la respuesta de los guerrilleros al ofrecimiento presidencial de diálogo.
Que se le meta, entonces, toda la fuerza al diálogo, con voluntad y generosidad, y con la conciencia de que ya metidos en un escenario de esa naturaleza hay que hacer concesiones, y no pocas. Diálogo abierto y frentero. Incluso en el Hotel Tequendama en lugar de La Uribe, como dice Alvaro Gómez. Pero a la vez hay que aplicar toda la fuerza y la eficacia militar que se ha exhibido en la lucha contra los narcos. Es la única manera.
No existe ninguna posibilidad de que la guerrilla subsista si el gobierno encabeza un propósito nacional de acabar con ella. Eso no significa arrasar la tierra sino arrasar el problema. Diálogo y plomo. Pero no pocas dosis de ambas medicinas, sino una combinación profunda de las formas de lucha.
Y es en ese escenario donde debe aparecer en su dimensión real la famosa red de solidaridad del presidente Samper. La inversión social que tanto se anunció durante la campaña presidencial tiene que ser el machete de abrir trocha en el proceso de paz. Se dice que ya está empezando a funcionar en algunos lugares del país. Habrá que ver.
No faltará quien diga que entre las prioridades del país está antes la de responderle al mundo con la eliminación del tráfico de drogas. Pero también va siendo hora de limpiar el interior de la casa y dejar para después el arreglo de la fachada.

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