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La metamorfosis calculada de Gustavo Petro

Ya no es de izquierda, ya no convocará constituyente ni expropiará a nadie. En la búsqueda desesperada de nuevos electores el exalcalde agudiza su estrategia efectista y despliega todas las formas de lucha en la comunicación.

Germán Manga, Germán Manga
30 de mayo de 2018

En su discurso del pasado domingo para celebrar los 4.851.254 votos que obtuvo en las elecciones, dijo Gustavo Petro “matemáticamente hay un hecho: la ventaja que Duque y sus aliados tomó sobre nosotros ha disminuido completamente en 10 puntos porcentuales”.

Genio y figura, reza el proverbio. “El estilo es el hombre”, dijo Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon. La personalidad. Lo que nos caracteriza. Lo que somos… En el caso de Petro, -hombre polémico, que agita pasiones y enfrentamientos-, el estilo manipulador, efectista, truculento, cuando se necesita mendaz, en busca de imponer sus argumentos y propósitos sin considerar qué tan lejos estén de la realidad.

La votación que obtuvo el pasado domingo es la mayor que haya obtenido un candidato de izquierda en la historia de Colombia, pero lo mantiene lejos de la posibilidad de superar a Iván Duque en apenas tres semanas (las primeras encuestas presentan una diferencia de entre 10 y 30 puntos en su contra). Fácil deducir cuál es su principal y obvia preocupación: cómo obtener los millones de votos adicionales que necesitaría para ganar en junio.  

En las encuestas publicadas en el año 2017 Petro nunca estuvo por encima del 13%. En febrero de 2018 subió a 20%, en marzo a 24%, después de la consulta a 26% y ahí se quedó.  Duque por su parte pasó del 9.0% que tuvo hasta febrero a 22% en inicios de marzo y a 40% después de la consulta. En las urnas Petro obtuvo 25.08% de los votos y Duque 39.14%. La mayoría de las encuestas acertaron. La distancia de su votación frente a Duque disminuyó 62.658 votos que no son 10 puntos porcentuales, sino 2,3%. Y como lo señalaron las encuestas, nunca pasó de su techo.  

Sus posibilidades de ganar espacios o construir alianzas entre los partidos perdedores es bastante limitada, entre otras razones porque tiene enemigos fuertes en todas partes –Claudia López y Robledo en la Alianza Verde, Clara López en la candidatura Liberal, casi toda la dirigencia de la U, del partido conservador y de Cambio radical-. El que movió el tablero y creció exponencialmente en la primera vuelta fue Fajardo, pero sus votos no son endosables en forma directa a nadie y si lo fueran su primera opción no sería él. Fajardo marcó claras distancias en la campaña y dijo que Petro “está en la polarización” y quiere convertir en odio la indignación que hay en el país. “Eso se traduce en una capacidad innegable que tiene de simplificar las cosas para aumentar esa rabia y para dividir al país en dos y nosotros no queremos esa Colombia”, le dijo en entrevista a Vicky Dávila.

La opción que le queda es conquistar votantes abstencionistas o indecisos, pero encostalado en los límites que le imponen sus propias contradicciones. Puede aumentar el peronismo que lo conectó con parte importante de la Colombia más pobre – educación gratis, más subsidios, más ayudas, empleos en la Ecopetrol de la energía alternativa y en el agro de los aguacates, etc-. Pero esos estratos son poco dinámicos electoralmente y el intento le reduciría espacio entre los votantes antiuribistas de Fajardo, que son gente pensante. La otra posibilidad es bajarle voltios a las propuestas que generan pánico y resistencia entre la clase media y las oligarquías, que tampoco tragan entero.

Dispara en esos sectores, todas las alarmas, que en forma abrupta y repentina ahora se dedique a decir que su propuesta no es socialista sino “desarrollo del capitalismo”, que si gana ya no convocará una Constituyente, que jamás propuso expropiar a la gente, que no se puede construir la clase media en Colombia sin la iniciativa y la propiedad privada o que insista en apropiarse de las banderas de Álvaro Gómez en lo del “acuerdo sobre lo fundamental”.

Esta semana hizo otro interesante aporte en esa nueva dinámica. En entrevista con Julio Sánchez en W radio Petro dijo que impuso en su campaña la obligación de abandonar la violencia en la red y que prohibió que hubiera personas y/o robots dedicados a divulgar y repetir mensajes destructivos. Lo hizo pocas horas después de que la ex reina Paulina Vega se viera obligada a cerrar su cuenta de Twitter bajo el acoso feroz, las ofensas y los ultrajes envenenados de las barras bravas de Petro.  

Roger Stone, el diabólico experto en desinformación del partido republicano de Estados Unidos, cuenta en el documental “Get Me Roger Stone” cómo la caída de los republicanos tuvo relación con una campaña de ataques sistemática, sostenida y multiplataforma, contra Obama y contra los demócratas. Difícil encontrar algo que se le asemeje más que la batería de comunicaciones de Petro y de su entorno, hábiles y agresivos para defender o impulsar sus causas –los resultados y hasta las promesas incumplidas en la alcaldía, las basuras de Aguas de Bogotá, etc- para defender sus proyectos –el tranvía, el metro subterráneo, la guerra a Transmilenio-, o para desprestigiar adversarios –Peñalosa y Álvaro Uribe particularmente-.  Una lectura desprevenida y rigurosa de la cuenta Twitter de Petro –en mora de hacerse desde la academia- ilustraría rápidamente cómo operan, lo que dicen y cómo atacan a todo aquel que se atreve a confrontar o a criticar sus proyectos.

Ingeniosa y audaz, esta metamorfosis en cámara rápida de Gustavo Petro en busca de un destino para sus aspiraciones en las tres semanas que faltan para las elecciones, preocupa y enerva a mucha gente.  La escritora Juana Uribe Pachón, “mama grande” de los melodramas en la televisión colombiana, lo resumió en un trino: “No le creo a Petro su “moderación” repentina. Lo saben los que trabajaron con él en la alcaldía. No oye, no respeta las normas, no delega y cuando tiene algo en mente hace lo que sea. Al primer revés en el Congreso (donde es minoría) convoca constituyente”.

 

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