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“La señorita Julia”. Liv Ullmann, 2015

Una película para recordar y evocar al maestro Bergman, con su actriz consagrada y ahora directora, con la clara influencia del talentoso director, quien precisamente hace 50 años, en 1966, realizó su primer trabajo con él: “Persona”, una joya del cine mundial.

Gustavo Valencia Patiño, Gustavo Valencia Patiño
23 de septiembre de 2016

Siempre que Liv Ullmann dirige una película (con esta son cinco), la referencia inmediata es con el maestro Ingmar Bergman, con aquel cine tan especial que entregó este realizador sueco y que dejó tantos e inolvidables films, muchos de ellos pertenecientes a los clásicos, tiempo del cine universal. Es una inevitable asociación que siempre estará presente con ella. Ella su gran actriz, su mujer por algún tiempo, ahora su aventajada alumna en materia fílmica. Es de cierta manera evocación y nostalgia con el cine del talentoso director, con la notoria influencia en su actriz preferida, ahora detrás de cámaras y con un estilo más definido, más propio que se ha ido concretando a través de las películas que ha realizado y que se puede apreciar en esta su última obra.

En esta ocasión partiendo de la conocida obra teatral “La señorita Julia” de August Strindberg, que a nivel temático le permite a la directora hablar de sexo, Iglesia y pecado mortal. Eran otras épocas en que la religión exigía la muerte misma como expiación de aquel horrendo pecado. Un tema que conserva gran actualidad, que se mantiene con más fuerza de lo que se puede aceptar esta conexión de sexo igual a pecado, aunque ya nadie quiera suicidarse por este “pecado”, el sentido que implica un trasfondo religioso de lo prohibido y pecaminoso aún se mantiene. Resaltando que todavía el sexo se encuentra sometido a muchos tabúes, mitos y en relación directa con la religión que lo condena y prohíbe, en esta actual sociedad, supuestamente permisiva, liberal y moderna.

Como no lo es aunque lo parezca, volver a los extremos de antes, que ya no se viven, es una forma de llamar la atención para mirar el presente de manera más realista, más objetiva. Este tema de la Iglesia y la religión es de cierta forma recurrente en algunas de las realizaciones de Liv Ullmann y que encuentra su mayor expresión en su film de 1995 “Kristin Lavransdatter”, una gigantesca superproducción del cine noruego, ambientada en el siglo XIV, que habla del poder político y social de la Iglesia en aquel entonces, partiendo de la novela de la escritora Sigrid Undset, premio Nobel de literatura.

Además resulta interesante observar cómo se adapta una obra de teatro al cine, en el que hay que evitar que se convierta en el aburrido y desesperante teatro filmado, o en una adaptación que por tratar de salir de la escena teatral al pasar a exteriores ya no guarda mucha proporción con el original del dramaturgo. De lo uno y de lo otro se encuentra atiborrada la historia del cine. Llevar a la pantalla grande ya sea una obra literaria o teatral, es antes que nada trasvasar un arte hecho en palabras a otros que es hecho en imágenes, o sea, que existen grandes diferencias en cuanto a su esencia misma y por tanto, deben apreciarse en la película pues no puede ser un calco visual ni tampoco un relato que cambia o se extravía de lo que el autor escribió. Todo trabajo de este tipo supone, al menos, un punto intermedio entre la conservación de la pieza original y el sello fílmico, la impronta personal que le puede agregar el director que se enfrenta al exigente reto de trasladar imágenes mentales a imágenes fílmicas.

Así que Liv Ullmann opta por una primera secuencia completamente visual, sin diálogos, toda una diletancia, en que como ya se indicó, se aprecia la influencia de su maestro, pero también el toque muy definido de ella. Una introducción fílmica muy original, que es uno de los aportes de la directora de cine en imágenes a la obra de teatro que comienza luego de este bien logrado preludio, en el que se resume todo lo que se verá durante la película en materia cinematográfica: composición fílmica, luz y contraluz, búsqueda del mejor ángulo y enfoque con su debida iluminación o penumbra, un preciosismo que habla de su toque muy personal, con el manejo de diversos planos que van entregando una particular sobriedad, a la vez el gusto por los detalles en la puesta en escena y en su respectivo rodaje que son dos aspectos muy diferentes, aunque hagan parte del mismo todo indisoluble. Sin embargo, el punto central y en el que descansa toda la filmación está en el movimiento de cámara, muy sutil por cierto, muy acorde con el drama que se va desarrollando.

En ese movimiento de cámara reside el secreto de esta adaptación y su filmación, como en el de toda película que acude a que la cámara se desplace (aunque, infortunadamente, la cámara fija sea la constante ahora en desmedro del cine y de la imagen fílmica), logrando lo principal de todo ello que es la creación del espacio cinematográfico, esa propiedad tan particular y exclusiva que sólo le pertenece a la imagen fílmica. Así en este caso con la creación de dicho espacio cinematográfico se sale del teatro filmado, y siguiendo a la obra original en que la mayor parte del drama se desarrolla en la cocina de la mansión, es la diversidad de planos y enfoques, producto del desplazamiento de la cámara, lo que hace que no haya ninguna pesadez visual y muy por el contrario se conviertan las imágenes en algo fluido y dinámico, donde se representa el drama, el clímax del mismo y el trabajo de sus actores. En últimas, arte fílmico en su mejor expresión.

En ese aporte fílmico de la directora a la adaptación literaria es que se desarrolla la obra de Strindberg y lo que conserva de contemporáneo este dramaturgo de finales del siglo XIX. Además del tema de la religión y el sexo, el otro aspecto muy ligado a éste, es el de la división social de clases y su justificación misma hecha por la fiel cocinera, convicción ideológica para poder mantener una conducta y comportamiento aparentemente naturales. El planteamiento sobre la sumisión y su diferencia cuando se manifiesta en servidumbre o en servilismo es el otro eje temático de esta pieza teatral, que por ello mismo mantiene su vigencia y actualidad. Un último punto importante de reseñar y donde se nota la presencia de quien dirige es en el trabajo de actores, por cierto, sólo tres que son parte del original y en lo que Liv Ullmann se mantiene fiel al texto, desarrollando un gran trabajo con Jessica Chastain, actriz dramática que demuestra su talento y capacidad interpretativa, lo mismo que Samantha Morton en el papel de la devota y obediente doméstica. El actor escogido… en fin, asuntos de toda realización donde intervienen otros factores económicos y de mercadeo que atañen a toda filmación, decisión de los productores y los financistas de toda película sobre los intérpretes y demás asuntos pertinentes, en especial en una coproducción internacional.

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