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Hacerse las cosas

Una vez me enamoré de una ministra peruana porque la vi haciendo fila para que Roberto Bolaño le firmara un libro. ¿Cuándo se ha visto que los ministros hagan fila?

Semana
12 de febrero de 2006

Hace ya muchos años yo tuve una esposa que cuando se ponía brava conmigo me mataba un perro. Quiero decir que hervía una salchicha, la sumergía en salsas rojas y amarillas, trituraba un puñado de papitas de bolsa, y la comida resultaba ser el más deprimente de los perros calientes. Hace muchos más años todavía, cuando mi mamá estaba harta de cocinarles a un marido machista y a media docena de hijos malcriados, nos mataba un huevo por la noche: un par de huevos tibios sobre el arroz blanco. Esas comidas, para mí, tenían sabor a castigo. Hasta que una noche descubrí, viviendo solo, que si uno se sirve una salchicha con mostaza, que si uno pone un par de huevos fritos sobre el arroz blanco, y lo hace todo con sus propias manos, esas comidas son buenas y saben a victoria. Yo no conozco a Nicanor Restrepo, quien fuera presidente del Sindicato Antioqueño durante mucho tiempo, pero tengo amigos que lo conocen. Ellos me cuentan que cuando este señor salió del puesto mejor pagado que hay en Medellín, su chofer le confesó que estaba muy preocupado. Restrepo le dijo que tranquilo, que él iba a seguir manejando el mismo carro, pero el chofer le aclaró que no estaba preocupado por él sino por el doctor. "¿Por mí?" le preguntó Nicanor sorprendido. "Sí, doctor, porque es que usted no sabe hacer nada". Y era verdad: el alto ejecutivo no sabía hacer fila en los aeropuertos, creía que las cuentas se pagaban solas, que los tintos llegaban a las mesas como por arte de magia, que las chequeras brotaban por generación espontánea. Y el alto ejecutivo se fue a hacer un doctorado en sociología en París, pero no en la Sorbona, sino en la vida diaria: comprando tomates, planchando camisas, hirviendo huevos, pagando arriendos y lavando platos También recuerda el susto que me pegó una amiga en una noche de sinceridad. Me dijo que ella admiraba con locura al gran poeta Juan Manuel Roca, y que leía sus versos como las beatas recitan sus jaculatorias a Dios, con arrobos de mística pasión. Hasta que un domingo por la mañana -me contó- vio por la calle al vate, en sudadera, comprándose un par de aguacates. Ese acto prosaico de palpar con las yemas de los dedos sobre la cáscara verde, a ver si los aguacates estaban maduros, le pareció la cosa más pedestre del mundo y desde entonces, cada vez que cogía entre las manos un libro del poeta, la imagen de los aguacates le volvía a la memoria, y ya nunca más pudo sentir respeto por sus versos. Aquella noche tuve pesadillas y al otro día, con el fantasma de que alguna lectora despreciara mis artículos o mis novelas tan solo porque me hubiera visto comprando naranjas en El Éxito, le pedí a Alejandro Santos que cambiaran mi foto de SEMANA y que pusieran en cambio la de mi hermano menor, que es menos canoso que yo, y se deja crecer una chivera ridícula. Fue una imbecilidad: ahora mi hermano me cuenta (y siempre empieza el cuento diciéndome "¡Güevón!") que a veces en El Éxito hay señoras que se le acercan y le preguntan, "¿Y es que también usted compra naranjas?", con lo que las lectoras que no pierdo a causa de lo que escribo, las pierdo a causa de los mercados de mi hermano menor. Hay un aforismo de Lichtenberg sobre no sé qué príncipe alemán, que siempre me ha dejado estupefacto por su carga de buena observación: "Caminaba como alguien que nunca hubiera tenido que abrirse una puerta con sus propias manos". Es perfecto: ese es el caminado de los ministros y de los presidentes, que tienen una especie de ábrete sésamo mudo grabado con tinta simpática sobre la frente. Una vez yo me enamoré de una ministra peruana tan solo porque la vi haciendo fila para que Roberto Bolaño le firmara un libro. ¿Cuándo se ha visto que los ministros hagan fila? Con estas cinco historias deshilvanadas quiero llegar a una conclusión. Hay una dicha secreta en hacerse las cosas por sí mismo. Colombia es un país que vive todavía en régimen de servidumbre. Hay muchachas del servicio, porteros, choferes, señoras de los tintos, mandaderos, y sobre todo madres sacrificadas y esposas abnegadas. Hay esclavos y amos. Lo triste es que los amos se mueren convencidos de que vivieron libres porque son los que mandan y los que no mueven un dedo. Y en cambio "los esclavos son amos de sus amos, y los amos, esclavos de sus esclavos", como escribió una filósofa caleña. Todos deberíamos descubrir la dicha y la liberación interior que produce hacerse un perro, freírse un huevo, tender una cama, planchar una camisa, prepararse un té, hacer fila, comprar naranjas? Lo único que le pido a mi hermano menor que no haga en público es salir los domingos en sudadera, a escoger con sus manos los aguacates maduros.

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