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¡Hipócritas con Venezuela!

No le falta razón al dictador Nicolás Maduro al afirmar que “Juan Manuel Santos perdió el límite para hacer el ridículo”.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
2 de agosto de 2017

Desde que reconoció públicamente que Hugo Chávez era “su nuevo mejor amigo”, Santos fue su aliado incondicional, llegó hasta a hacer guardia de honor frente a su ataúd (Foto 1 y Foto 2). En las recientes semanas, fiel a su estilo, dramatiza y a aparenta que defiende la democracia y las libertades del pueblo venezolano, no obstante, durante 7 años nunca le importó el asesinato de opositores, tampoco que se les encarcelará, jamás dijo una sílaba sobre la represión, ni respecto el carácter narcotraficante del régimen, menos sobre la tolerancia de ese Estado con grupos terroristas. ¡Nada! Tocó que Trump lo apretara, pero no deja de ser hipocresía.

La hipocresía frente a la situación de Venezuela brota por todas partes. A la mayoría de “analistas, académicos y periodistas” les ganó el antiuribismo al momento de juzgar lo que pasaba en el país vecino. Prefirieron cerrar los ojos ante lo que evidentemente era un proceso de deterioro de la democracia y de las libertades. No podían aceptar que tuvieran razón las voces de alerta que se levantaban desde la administración Uribe y luego desde la oposición a Santos. Todo lo reducían a un problema de “provincianismo” e invocaban su supuesta erudición y una pretendida superioridad intelectual, muy bogotana, para despotricar y descalificar a quienes señalaban el peligro. ¡Despistados! Muchos de esos salen ahora convenientemente a condenar a Maduro, denunciar la represión oficial y defender los derechos humanos. ¿Dónde estuvieron casi dos décadas?

La burla del resultado del plebiscito del 2 de octubre; la presión a la Corte Constitucional para que legalizara el golpe de mano de Santos y las FARC en nombre de la paz (allá se llama “revolución”); la captura del Consejo Nacional Electoral, el Consejo de Estado, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo Superior de la Judicatura, la Registraduría, la Defensoría, la Procuraduría y la Fiscalía; los poderes para que el Presidente dicte leyes habilitantes más allá de lo que soñó Chávez; la incapacidad del Congreso comprado; la capitulación de la Constitución ante el Acuerdo de La Habana; en fin, todo lo que sucede en Colombia y que encaja en el modelo chavista no merece preocupación alguna de los que hoy oportunistamente salen a criticar igual conducta en Venezuela. Hipocresía pura.

Cuando en 2007 se denunció la alianza farchavista y se expusieron las pruebas del contubernio entre el gobierno del Teniente Coronel y esa guerrilla, los nuevos que hoy condenan al chavismo eran los que acusaban al Gobierno Uribe de desestabilizar la seguridad y la paz en la región. Por física ignorancia, odio o porque eran parte del juego, desconocían que lo que se armaba contra Colombia era una tenaza de gobiernos populistas de extrema izquierda, narcotráfico y terrorismo (leer: La Tenaza farchavista). ¡Había que salir desde los medios y a la academia a decir lo contrario! ¡El que atentaba contra la democracia y la paz era el gobierno colombiano! Los mismos que cínicamente nos vienen a hablar de “posverdad”.

Curiosamente, esos recién llegados a la defensa de la democracia en Venezuela pregonan la necesidad de dialogar, dialogar y dialogar, una estrategia que le quita presión a Maduro y le da tiempo al régimen, precisamente el tiempo que necesita para aumentar la represión y completar la “revolución” con el sometimiento total y absoluto de todas las instituciones. No son demócratas, son dictadores amparados en el mito de una “revolución” que lo justifica todo. Como lo dijo el propio Maduro, “si fuera destruida la revolución bolivariana nosotros iríamos al combate, nosotros jamás nos rendiríamos y lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas” (Video https://www.youtube.com/watch?v=ZO8TR7pTrRQ) . Hay que entender la lógica criminal del chavismo. Cada vez que enfrenta un obstáculo en vez de corregir apuesta por “profundizar” la “revolución”.

Maduro y Diosdado tienen tanto de revolucionarios como el general Manuel Antonio Noriega en la Panamá de los años ochenta. Regímenes narcotraficantes y represivos. La comunidad internacional no se puede quedar en diplomacia de babas y pura retórica “académica”. Si ese régimen no se cae, toca tumbarlo, inclusive con el uso de la fuerza, preferiblemente respetando el derecho internacional, pero, en todo caso, asumiendo la “responsabilidad de proteger” que tiene la comunidad internacional ante lo que cada vez es más innegable, la violación sistemática y masiva de los derechos humanos en Venezuela.

Si el chavismo logra superar la coyuntura buscará instalarse por medio siglo en ese país, como ocurrió en Cuba, lo cual no sólo es inaceptable desde el punto de vista de las garantías democráticas y los derechos humanos, sino una intolerable amenaza a la seguridad de Colombia. Una dictadura como la de Cuba en Venezuela teniendo como socios al narcotráfico, las FARC, el ELN, la izquierda y una importante facción del Partido Liberal en cabeza del expresidente Ernesto Samper y de sectores santistas, no es cualquier cosa. Admitir la entronización de esa dictadura es otorgarle una plataforma de ventaja a quienes quieren llevar a Colombia por ese camino (leer Venezuela: Farchavismo).

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