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Desde Rusia con amor

¿Qué país se asoma detrás de nuestra selección de fútbol?

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
19 de julio de 2018

Quedan atrás la esperanza, durante cuatro años sostenida sin desmayo, el delirio ante los éxitos, la frustración cuando perdimos y un bello sentimiento de gratitud plasmado en desfiles y ceremonias de bienvenida que no se han dado, hasta donde sé, en todos los países de la región.  Parece que hay en nosotros algo de modestia y generosidad que contrasta con la arrogancia y mezquindad de otros.

La geografía de la pobreza aparece con nitidez en los jugadores que provienen de regiones poco desarrolladas, como el norte del Cauca, o las barriadas de las grandes ciudades, la comuna 13 de Medellín. Sin embargo, su elevada estatura promedio y, de modo general, la espléndida condición atlética que les caracteriza (¡ay qué fue de mi cuerpo juvenil!), demuestran a las claras que no padecieron hambre en su infancia; las carencias nutricionales en los albores de la vida son insuperables.

La pobreza en esos años tempranos, que es el denominador común, se asocia con bajos niveles de educación básica. Por fortuna, aquellos que militan en clubes grandes han venido superado esas carencias gracias a los apoyos que reciben para complementar una formación que en muchos casos quedó trunca. Su buen comportamiento en las canchas y fuera de ellas, es virtud que cabe atribuir, en proporción importante, al liderazgo moral de Pékerman. Tener conocimientos es una cosa; incorporar valores éticos en la conducta, otra.

Esta doble vertiente formativa aleja el riesgo de que, cuando haya concluido su breve ciclo como deportistas de alto rendimiento, y el elixir de la popularidad se haya esfumado, terminen dando espectáculos deplorables como el Diego Maradona en tierras de Puskin y Tolstoi (o Stalin y Putin, todo es cuestión de gustos).

Ese haberse levantado en medio de restricciones económicas explica el anhelo, que ya muchos han satisfecho, de una casa para la madre y un taxi para el padre, si este estuvo presente en la infancia, circunstancia que es más bien anómala. Familias matriarcales, y fuerte influencia de abuelos y tíos maternos, son esquemas comunes en los estratos sociales de los que provienen Cuadrado y sus compañeros.

La participación de personas de raza negra en el conjunto de la población puede ser del 10 por ciento, cifra inferior a la que tienen en la escuadra nacional.  Esta circunstancia no implica que nos hayamos vuelto una sociedad plenamente incluyente; ojalá así fuere, aunque algo hemos progresado: el factor determinante es el biotipo de las personas de esa etnia que las hace singularmente idóneas para deportes que requieren velocidad y fuerza. Esa misma predominancia racial la vimos en equipos tales como Inglaterra y Francia en la que los negros son un segmento minoritario de la sociedad. Por el contrario, ni en nuestra selección ni en otras, hubo jugadores que, al menos de manera aparente, tengan ancestros indígenas. ¿Discriminación soterrada? Quizás no. Los indígenas suelen vivir en sus resguardos y reproducirse en uniones endogámicas; su mundo tiende a ser cerrado y reticente. Es lo que sucede en nuestro país tanto como en otros, entre ellos Canadá y Australia.

La caracterización de la violencia generalizada en ciertas regiones, que, por desgracia, se ha recrudecido en los territorios que fueron de las Farc, nos divide entre quienes postulan la existencia de “una guerra de 52 años,” y la de aquellos otros que pensamos que los vectores del fenómeno son las economías ilegales, las disputas sobre tierras y la debilidad de la presencia estatal en ciertas zonas, una visión bastante más compleja que aquella que inspiró las negociaciones con ese grupo armado. Esas discrepancias teóricas, sin embargo, no alteran una realidad terrible que hemos padecido y de la que son víctimas nuestros dignos representantes en Rusia. Uno cuyo padre fue asesinado en Urabá, otro a quien le “desaparecieron” su progenitor en Mutatá, y otro más que creció en medio de la zozobra de las confrontaciones entre guerrilla y paramilitares en Tierra Alta, Córdoba.   

¿Cómo aprendieron a jugar en un entorno de severas carencias? En todos los casos surge un mentor, que pudo ser un familiar, o un entrenador de pueblo o barriada que no parece haber sido un funcionario público. Todo indica que en su formación deportiva inicial, al contrario de lo que sucede en países más avanzados, Alemania y Uruguay, por ejemplo, el Estado no fue un formador importante. Tampoco en zonas apartadas ha sido proveedor de infraestructura deportiva adecuada: abundan las historias sobre campos de barro o arena en los que se juega descalzo con pelotas de trapo.

En una fase posterior a los aprendizajes infantiles, en varios casos aparece el apoyo de la empresa privada mediante programas tales como el de Pony fútbol, y las divisiones inferiores de los clubes profesionales. Esto último, que puede ser importante desde la perspectiva técnica, quizás no siempre lo sea en su desarrollo como personas de bien. En el deporte profesional se mueven millonarios negocios de jugadores y de apuestas. Me dicen que a ese mercado concurren gentes de heterogénea condición, inclusive honorables…

En la actualidad, tenemos torneos bien organizados, aficionados y profesionales, lo cual permite que intermediarios extranjeros vengan con frecuencia a reclutar jóvenes promisorios. Por eso, con pocas excepciones, los seleccionados juegan en equipos foráneos, lo cual les da aplomo y seguridad.   

La acendrada religiosidad es constante. Los resultados positivos se obtienen “gracias a Dios”; tengo nítido recuerdo de los gestos de Yerry Mina indicando que el gol que acababa de marcar fue obra del Señor. No se preguntan los chicos de la selección si cuando el rival gana es porque Dios estaba distraído, o un dios alternativo fue más poderoso que el nuestro: la especulación teológica no es lo suyo. Varios integrantes del inolvidable grupo que nos representó en Rusia son cristianos, pero no católicos, muestra clara de la pérdida de feligreses que padece Roma en América Latina y África frente a las iglesias evangélicas. Hay aquí un serio problema de mercadeo que el papa Francisco no ha logrado revertir.

Briznas poéticas. De Aurelio Arturo, uno de los mejores poetas de Colombia: “Una palabra canta en mi corazón, susurrante hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica, cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles, me besa un largo sueño de viajes prodigiosos. Y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla”.