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HISTORIA Y GEOGRAFIA

Antonio Caballero
28 de julio de 1997

Dicen algunos dirigentes del grupo empresarial llamado Sindicato Antioqueño que el presidente Ernesto Samper no puede pretender iniciar diálogos de paz con las guerrillas porque no tiene la "autoridad moral", ni la "credibilidad", ni la "legitimidad", ni la "honestidad", ni la "rectitud" suficientes para eso. Al margen de lo difícil que es calcular a partir de quépunto exacto empiezan a ser 'suficientes' cosas como la honestidad, el argumento es absurdo. ¿De dónde sacan los señores del Sindicato que para hacer la paz se necesitan virtudes de esa clase?
Es una pregunta histórica. Porque si revisamos un poco las 20 ó 30 paces que, con sus correspondientes guerras, constituyen la historia de Colombia, lo que se comprueba es que quienes hicieron las paces no tenían ninguna de esas virtudes: las tenían mucho más quienes hicieron las guerras. Por ejemplo, ninguna legitimidad tenía el general Rojas Pinilla, y poca honestidad y credibilidad podían atribuírsele a un hombre que, como él, acababa de traicionar a su superior jerárquico el presidente Laureano Gómez dándole un golpe de Estado; y sin embargo fue Rojas, y no Laureano, el que hizo la paz con las guerrillas liberales de la época. Y en cambio, también por ejemplo, alguien como el presidente Belisario Betancur, con toda su irreprochable legitimidad electoral y una rectitud tan grande que, según sus críticos, rayaba en la bobería, fue incapaz de hacer la paz con las guerrillas de las Farc, el ELN, el EPL y el M-19.
Y es que para hacer la paz, como lo enseña la historia, se necesitan solamente dos cosas que poco tienen que ver con las virtudes cívicas, o con las teologales, o con las cardinales: decisión política y autoridad sobre los militares. Belisario tuvo la primera, pero no la segunda. Y no sólo desde la jornada tremenda del Palacio de Justicia, sino desde mucho antes: desde la pataleta del general Landazábal. En cambio Samper sí parece tenerla, pese a las reticencias verbales del general Bedoya: el hecho es que consiguió que los militares se tragaran el sapo de tener que despejar medio Caquetá para que las Farc montaran su 'circo' de la devolución de los soldados prisioneros. Y, aunque hasta ahora no ha tenido la otra mitad que hace falta, la voluntad política, parece estar encontrándola. No lo digo por lo que dice Samper, a quien -como los señores del Sindicato Antioqueño- suelo creerle poco. Sino por lo que está empezando a hacer. El despeje del Caquetá fue el primer hecho. Y el segundo es la autorización que acaba de dar a los gobernadores para que entablen diálogos regionales con los alzados en armas. Que no se llaman 'diálogos' -porque Samper, más sinuoso que recto, prefiere hablar de "simples acercamientos"- pero que bastan para que el gobernador de Norte de Santander, Sergio Entrena López, se cuelgue de esa brocha para anunciar que el Primer Cabildo Regional por la Paz se reunirá el próximo 21 de junio en el municipio de El Tarra, porque "aquí hay que conversar con las Farc, el ELN, el EPL y los paramilitares".
Muchos, sin duda muy cargados de virtudes, se oponen a tales diálogos por razones de principio. Pero a ellos hay que hacerles otra pregunta, ya no de historia sino de geografía. ¿En dónde queda El Tarra?
Pues queda "aquí", como dice el gobernador; donde "hay que conversar". O, mejor dicho, por allá. El Tarra queda en Colombia, en una de esas 20 ó 30 regiones de Colombia en donde se libran 20 ó 30 guerras distintas. Específicamente, El Tarra queda en el Catatumbo, el cual queda a su vez en el departamento de Norte de Santander, cubre una hoya hidrográfica de 28.416 kilómetros cuadrados, baña los municipios de Abrego, Ocaña, San Calixto, Teorama, Hacarí y Cúcuta y recibe numerosos afluentes, entre ellos los ríos El Brandy, Orú, Salobre, San Miguelito, Sardinata, Zulia y Oro, este último formado por los ríos Intermedio y Suroeste. Así como en junio los colombianos nos enteramos de donde quedaba Cartagena del Chairá, en julio nos vamos a enterar de donde queda El Tarra. Allá hay frentes de todas las guerrillas, y actúan paramilitares aliados con las autodefensas de Córdoba y Urabá (¿dónde queda Urabá, señores del Sindicato Antioqueño?). Y hay petróleo. Y hay (o había, antes de que llegara la apertura) cultivos de arroz, café, tabaco y trigo. Y hay guerra.
Es ahí, donde hay guerra, y donde están todos los protagonistas de la guerra, donde hay que conversar, aunque semejante cosa parezca ir en contravía de las grandes virtudes, de los grandes principios, de las grandes palabras. Porque para intentar hacer la paz más útiles que las grandes virtudes suelen ser cosas sencillas como la geografía y la historia. Y si Samper quiere intentarlo, no hay que impedírselo alegando que es indigno. Tal vez no cumpla eso tampoco, pero a lo mejor sí. ¿Acaso no está a punto de cumplir su promesa electoral de crear un millón 300.000 empleos abriendo el cupo burocrático del nuevo Ministerio de Cultura?