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Carlos Ossa Escobar

Tuve la fortuna de conocer y de trabajar con Carlos Ossa Escobar, un hombre reflexivo y serio a quien periodísticamente logré sacarle muchas declaraciones como director del Plan Nacional de Rehabilitación y después como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente a donde llegó con la AD M-19 para reformar la vetusta Constitución del 86 que, al final y por fortuna, fue derogada.

Javier Gómez, Javier Gómez
20 de agosto de 2019

Un hombre tranquilo pero extraordinariamente inquieto, al que siempre le conmovió el país ausente de las decisiones de Estado; fue un contumaz crítico del establecimiento al que logró sacarle las mejores decisiones para modernizar el país, pero al mismo tiempo comprometerlo con la paz negociada; un impenitente luchador contra el centralismo al que consideraba culpable del abandono del campo y los campesinos. 

No impugnaba la presencia guerrillera pero tampoco compartía sus métodos, por eso siempre se la jugó por la paz. Se sentó con Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y Alfonso Cano, entonces máximos líderes de las Farc; pasó por los campamentos guerrilleros del M-19, del EPL, ELN, es decir por el cedazo de la llamada Coordinadora Nacional Guerrillera. Conocer de primera mano esa realidad, el incontestable abandono del campo y desigualdad de los colombianos, lo condujo a que el presidente Virgilio Barco  lo llevara a liderar el Plan Nacional de Rehabilitación, un modelo que funcionó con muchos aciertos pero que las burocracias y futuros compromisos políticos de los gobiernos ulteriores acabaron inexplicablemente. 

Se fue Carlos Ossa Escobar, pero dejó un legado que sus amigos recogieron en un libro en el que se plasman sus memorias como servidor público y sus afectos familiares como buen valluno-paisa, si se me permite el término. Uno de esos legados lo recordó el concejal Juan Carlos Flórez en un merecido homenaje póstumo que le hizo en el cabildo distrital: “Carlos Ossa puso en práctica otro de sus mandamientos: se puede meter la pata en los asuntos públicos y privados, pero jamás la mano en los dineros públicos. Principio este al que fue fiel a rajatabla”. Mejor referencia no se pudo hacer en estos tiempos convulsionados por la corrupción pública y privada. 

Nunca utilizó sus cargos de privilegio para beneficio personal o para tratar de ocultar verdades, como durante el famoso caso del “cacho de marihuana” (que fue detectado por un agente de la policía en el aeropuerto El Dorado en el interior de un maletín) que enfrentó siendo codirector del Banco de la República. En Ossa Escobar esa inveterada colombianada de que “usted no sabe quién soy yo”, no cabía, y cuando el policía le preguntó qué contenía el pequeño sobre que llevaba en su portafolio, le dijo: “marihuana”. Sorprendido el agente con la respuesta acudió a su superior, quien enterado del asunto, le dijo a Ossa: “Doctor, no se preocupe diremos que es un té el que encontramos en su maletín”; a lo que el codirector del Banco de la República, insistió: “No señor, es marihuana”. “Ossa no sabía mentir”, me contó el exmagistrados Fernando Coral, su abogado y amigo personal. 

Este impase involuntario en una persona imbuida en las cifras macroeconómicas del país, terminó por cobrárselo la justicia y duró tres días en la cárcel: en esa época no existía la dosis personal; al salir decidió renunciar al cargo como codirector para no afectar la imagen del banco, y lo hizo no obstante el apoyo que le ofreció el entonces presidente Gaviria. 

Ese era Carlos Ossa Escobar, un hombre sencillo, un buen ser humano y, por supuesto, un funcionario decente al que los bogotanos le premiaron su honestidad al elegirlo al Concejo de la capital; un hombre del cual se podrán recuperar innumerables estudios sobre sus sesudos y serios análisis e investigaciones que interpretaron la realidad del país con sabiduría, pero al mismo tiempo contar tantas historias que una noche no alcanzó para agotar sus mensajes y enseñanzas en un homenaje que le hicimos muchos amigos días después de su lamentable partida. Adiós compañero Ossa.     

@jairotevi