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Odio (6). Rosado homofóbico

Colombia enfrenta una de las peores crisis morales de su historia. Esa inmoralidad se llama corrupción. Sin embargo, lo que más indigna en Colombia no es la corrupción. Los políticos han sido hábiles para trasladar a la tal ideología de género los reflectores que deberían encandilarlos a ellos.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
4 de diciembre de 2017

Burlarse del color de una camisa en un momento tan crucial de nuestra historia es banalizar la discusión política. Al hacerlo, el presidente de Fedegan irrespetó de paso a Colombia: no es este ya un país de campesinos analfabetas. Hay una vasta población que se ha esmerado en educarse. ¿Por qué no les habla sobre temas de trascendencia en lugar de tratarlos como si fueran ignorantes? ¿Por qué, en lugar de rebajar el nivel del debate, no promueve ideas para llevar el país a la modernidad? Conservar las etiquetas y los estereotipos es aferrase al odio y al pasado. Él y su mujer insisten en anclar al país en la ignorancia quizás porque a nada le teme más un político que a un elector educado. 

Todo es política: la pose, el gesto, el tono de voz, el hmmm aparentemente banal. Las religiones no van tanto de espiritualidad como de política. De hecho, se autodenominan “El poder de Dios sobre la tierra”. Sucede en los grupos evangélicos, que buscan las almas porque detrás hay diezmos y hay votos; y sucede igual con el papa, jefe del Estado Vaticano, que es un ente político. Desde Caín y Abel, el odio y la exclusión siempre han dado réditos políticos. La homofobia no es un tema religioso, sino político. Si la religión necesitó en el pasado construir el odio a los homosexuales hay que preguntarse entonces por qué la religión -y por tanto, la política- necesitan también hoy de la homofobia para sobrevivir. ¿Por qué les es tan necesario conservar vivo ese odio?

Con su salida en falso Lafaurie buscó de soslayo enarbolar la bandera del odio en contra de una comunidad que no tiene velas en el momento actual del país. Ese odio no es recíproco. “Los gais saben más de los heterosexuales que los heterosexuales de los gais. Saben tanto de los heterosexuales como una madre de su hijo. Quizás por eso no los odian, quizás por eso en la mayoría de veces conservan una actitud condescendiente, a veces piadosa”, escribió James Baldwin.

Colombia enfrenta una de las peores crisis morales de su historia. Esa inmoralidad se llama corrupción. Sin embargo, lo que más indigna en el país no es la corrupción. Los políticos han sido hábiles para trasladar a la tal ideología de género los reflectores que deberían encandilarlos a ellos y hoy día, al parecer, a los colombianos les preocupa más lo que cada quien hace en su cama -que es problema de cada cual-, y no lo que los políticos se embolsillan del erario público, que es un problema de todos.

El país se ha ocupado todo el tiempo de los otros excluidos y hoy no sabe qué hacer con los homosexuales: estaban tan aplastados que ni siquiera eran vistos como excluidos. Mientras las cortes fallan en derecho a favor de la comunidad LGBTI, al Congreso le aterra perder el poder sobre ese odio. Tanto los congresistas que están en contra como los que están a favor saben que ese enorme caudal político promedia el 10 por ciento de los votos.

Hay quienes dicen: “¿Qué más quieren? Es que hasta se dan besos en la calle”. Como si la igualdad de derechos fuera un favor o como si la ley fuera más igual para unos con respecto de otros. Los seres humanos no somos iguales. Somos diferentes y esa es la riqueza de cada cual. Lo que son iguales son los derechos y, según el artículo 13 de la Constitución, en Colombia todos somos iguales ante la ley. Esto es lo que debe valer. Lo demás son solo prejuicios personales; “ofensas” anacrónicas (como llamar “marica” a un marica); inseguridad ante la propia sexualidad; necesidad de generar odio para sacar un provecho individual, bien sea político, económico, social o religioso; y, especialmente, cortinas de humo de la política.

Cada vez que se escuche el tema LGBTI en una campaña política hay que preguntarse: ¿a cuántos votos aspira ese político que busca desesperadamente envenenarnos con su odio?

@sanchezbaute

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