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Impulsar la paz

Los francotiradores de la paz no han logrado su desgastado cometido: nuestra paz es estable y aspira a ser duradera.

Semana.Com
16 de octubre de 2018

Pese a disidencias, bandas criminales, reinsertados con paradero desconocido, líderes sociales asesinados, retórica y más retórica, la incontestable realidad de un país de fusiles silenciados es la semilla del desarrollo y la transformación. Continuar dándole la espalda a la implementación solo terminará recargando las municiones de quienes quieren sepultarla.  ¿Será posible hablarle a la paz con realismo y sin sectarismo?

La implementación del acuerdo final pareciera ser un monolito en la agenda política actual. Mientras altos funcionarios se arropan en el discurso de los errores del pasado, a no menos de 13 kilómetros del Palacio Presidencial, los habitantes del Sumapaz se preguntan por el futuro del desminado humanitario. A 700 kilómetros, en el Valle del Guamuez, antiguos cocaleros ven con incertidumbre el compromiso del Estado de honrar los primeros pactos de la legalidad también llamados de la sustitución. En los espacios de reincorporación, quienes aún permanecen son testigos del doloroso desfile de 70 cadáveres de excombatientes asesinados.

Pasaron dos meses para que los colombianos escucháramos al alto consejero para el posconflicto o la estabilización, Emilio Archila, hablar de su tarea desde la Casa de Nariño.  Según él, el posconflicto fue “excesivamente generoso”, “carente de planeación” y “una total chambonada”.

Evitar el desangre de la paz comienza por hablarle a la paz que es. Su fragilidad no es producto de la desfinanciación, tampoco de la incipiente institucionalidad y mucho menos de la falta de ejecución. Más bien su estado crítico se cimienta en la incertidumbre, las preguntas sin respuesta, los diálogos rotos, la falta de cabezas en las principales instituciones, funcionarios designados que generan zozobra y desconocidos planes de estabilización.

Si bien el presidente Duque ha dado muestras de buena voluntad con una paz que se ha comprometido a respetar, la ausencia de respuestas rápidas genera inquietud. En septiembre, el Consejo de Seguridad prendió las alarmas llamando a “renovar el impulso a la implementación de la paz” (resolución 2453). El jueves pasado, este órgano reafirmó su “preocupación por el ritmo actual del proceso de reincorporación así como por los asesinatos de exmiembros de las Farc”.   

Impulsar la paz no es escribir cortes de cuentas sino creer genuinamente en el diálogo y la concertación. Impulsar la paz es intervenir la agonizante reincorporación, reactivar con convicción los espacios de interlocución, asegurar que quienes creyeron por última vez en el Estado no se defraudarán y comprender que el mandato del Teatro Colón lo legitiman hoy más de 300.000 campesinos que inscribieron su nombre en el desminado, la sustitución, la reincorporación o los programas de desarrollo con enfoque territorial.     

En estos dos meses, el consejero para la estabilización concentró sus esfuerzos en redactar un particular documento titulado La paz, la estabilización y la consolidación son de todos. Mientras este informe se dedica a subrayar los desaciertos de la anterior administración, el reconocido Instituto Kroc afirma que la implementación temprana fue equivalente o más rápida que la de otros países del mundo. Tanto el Departamento de Estado como las Naciones Unidas coinciden en que donde operó la sustitución, decrecieron los cultivos. La Contraloría sostiene que el Gobierno Santos creó nada más que tres instituciones transitorias para esclarecer la verdad con justicia y no repetición y avezados economistas aseguran que los recursos para la implementación en 2019 existen y están asegurados.

El más sensato corte de cuentas sería volver a los lejanos municipios de la Colombia rural equipados de acciones de respuesta rápida que garanticen la sostenibilidad de los programas de paz. Ni la reincorporación ni las crecientes expectativas sociales ni los asesinatos de líderes sociales aguantan más merchandising político. Requieren tal vez más sensatez y acción política.

El desangre de la paz en manos de la retórica es prolongar el tan asentado relato de luchas inconclusas, esperanzas sucumbidas y codiciosas lenidades. Le demostraríamos a los países garantes (Cuba y Noruega), acompañantes (Venezuela y Chile) y a generosos donantes (Canadá, la Unión Europea y Suecia) que sus esfuerzos por detener la sangre de nuestros muertos terminaron confrontándose a la ignominia de nuestra indiferencia.

Porque a pesar de imperfecciones, resultaría ilógico que quienes ayudamos a construir la paz nos dedicáramos también a sepultarla. Desfinanciarla, burocratizarla o paralizarla hubiera equivalido a perpetuar las causas que originaron el conflicto. Llamarnos a engaños es señalar que su fragilidad se cimienta en omisiones pero -paradójicamente- también en demasiadas ejecuciones.  

Antes de que sea tarde, inyectémosle, ponderación y realismo a este debate. Impulsar la paz empieza por volcarse en lo que es y puede ser. No en lo que fue.