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¿Independecia?, mamola

Así que no esperen, no esperemos nada diferente de lo que ya conocemos. Sabido es que “lo que natura no da, Salamanca no lo presta”.

Álvaro Jiménez M, Álvaro Jiménez M
3 de febrero de 2020

La Fiscalía de Barbosa empezó haciendo agua. A minutos de ser elegido salió a decirle al país que será y actuará como fiscal independiente. Explicó qué no pondrá la entidad al servicio del uribismo, del Centro Democrático y que su accionar estará en favor de construir justicia. El coro de burlas se escuchó allende las fronteras.

Ese es su fracaso porque como bien dice el refrán: Explicación no pedida, acusación manifiesta.

Las intervenciones de Barbosa en su breve e ineficaz paso por la Consejería de Derechos Humanos fueron para defender al gobierno, al exministro de Defensa Botero (indefendible) y al presidente descalificando la sistematicidad en el asesinato de líderes sociales, luchando contra lo evidente, repitiendo lugares comunes sobre el compromiso del gobierno con la vigencia de los derechos humanos y saliendo de afán de las reuniones luego de disculparse porque: lo llamaban de Presidencia.

No se le oyó desde la función pública una sesuda intervención que sorprenda y genere expectativas positivas para la superación de la impunidad, la corrupción prevalente y que desde décadas atrás viene arrasando la confianza de los ciudadanos en la vida pública nacional. Tampoco, desde su cargo logró romper la ineficacia del sistema de protección a los líderes, a las comunidades por los nuevos desplazamientos o la política de restitución de derechos de las víctimas. No conocemos sus aportes de peso para superar la inestabilidad jurídica que lamentan inversionistas grandes, medianos y pequeños. Ahora que es fiscal general de la Nación, lo evidente es que con tantas obligaciones para proteger a los amigos, socios y aliados del “presidente eterno”, del “fiscal probo”, del “buen y brillante muchacho” etc, etc, su situación no es otra que la de un pobre hombre que llega a nombrar amigos en una entidad riquísima en puestos y en dinero, pero ausente de confianza pública. 

Lo claro es que ni en sueños va a dirigir la Fiscalía. Tampoco lo hicieron Néstor Humberto, ni Montealegre, ni Iguarán, ni Viviane, ni los fiscales encargados entre uno y otro nombramiento, a quienes salvo sus beneficiados nadie recuerda.  

La Fiscalía General de la Nación hace mucho es una especie de animal con múltiples cabezas dominada por diferentes intereses antes que por el privilegio de la ley y la Constitución. 

Está probado que detrás del pomposo nombre de ese cargo, se esconde un instrumento de pago de favores políticos, económicos y de poder que los gobiernos van usando uno tras otro para sus fines de defensa propia y ataque e intimidación de opositores. 

La función constitucional de esta entidad está atrapada entre un revoltijo de funcionarios honestos, luchando contra un sistema de justicia perverso donde los “adinerados”, los “bien relacionados” mueven fichas a lo largo del país para producir decisiones de “justicia a la medida” o de “venganza por justicia” para otros, que casi siempre son los más débiles en la estructura social, económica y política. 

Justo es decir que la miseria de calificación ciudadana sobre la Fiscalía y en general sobre el sistema de justicia no parece ser responsabilidad del recién nombrado, pues acaba de llegar a ella, pero si lo pensamos dos veces, sí lo es porque, como bien se dice, la manera como se llega a un cargo público es un indicador de lo que se hará. 

Para este caso, Barbosa llega no por ser un jurista notable, ni un destacado defensor de derechos de algún tipo o de la vigencia y el imperio de la Constitución. No. Nada de eso. Está ahí por ser amigo de Duque y haber demostrado que para acceder al poder fue capaz de cambiar su postura en relación con la JEP y convertirse en funcional a los intereses y necesidades del poder y los aliados del partido de Uribe. 

Por eso es fiscal, no por más. Que sea amigo de Duque es el adorno.

Así que no esperen, no esperemos, nada diferente de lo que ya conocemos. Sabido es que como en muchos asuntos  “lo que natura no da, Salamanca no lo presta”.