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Integrarse o morir, integrarse y morir

Con Estados Unidos no habrá ni sombra de lo que permitió el milagro europeo: migración libre y subsidios millonarios

Semana
24 de noviembre de 2003

La disyuntiva es simple: si Colombia no firma el TLC, los países que firmen nos sacarán del mercado de Estados Unidos. Esta disyuntiva explica por qué debemos firmar, por qué vamos a firmar y qué vamos a firmar.

Claro que los economistas oficiales no se quedan con algo tan pedestre como evitar que nos quiten el mercado. Prefieren creer en un boom de exportaciones que al fin jalone el crecimiento y el empleo; en la disciplina jurídica y financiera que el TLC vendría a asegurar, y en que Washington no dejará que un socio suyo quiebre.

El referente obvio de esas creencias es México, que cuadruplicó las exportaciones, modernizó muchas leyes, fue rescatado del "tequilazo", y siguió disciplinado. Pero igual vale decir que México no muestra tanto crecimiento ni tanto empleo, que depende del ciclo americano y, sobre todo, que se partió en dos países, para mal de campesinos, microempresarios, informales, indígenas y regiones atrasadas.

Chile está maduro para un TLC porque hace 30 años optó por una economía que complementa la de Estados Unidos: vender bienes primarios y servicios pero importar manufacturas y tecnología. Centroamérica disfruta de acceso preferencial al mercado americano desde 1983 y ahora aspira a mantener sus privilegios. Los otros socios preferentes de USA, Jordán y Singapur, son economías pequeñas, distantes y especializadas. Y Canadá llevaba un siglo de integración práctica, incluyendo el intercambio de trabajadores.

Así que cada socio tuvo sus razones para integrarse con Estados Unidos. Lo nuevo, lo de Bush, es que

Washington sea el que tome la iniciativa de firmar tratados con muchos más países -incluso, con todos los países- de América Latina, del Caribe y del Oriente Medio.

¿Por qué la iniciativa? Porque es el componente comercial del nuevo paradigma geopolítico: defensa dura del interés nacional americano (en este caso, los subsidios agrícolas o el arancel al acero); debilitar las instancias multilaterales (o sea la OMC), y lograr acuerdos bilaterales o con grupos de países débiles (los TLC, o el Alca si Brasil cediera).

No hay pues que hacerse ilusiones sobre la generosidad que pueda mostrar Zoellick respecto de Colombia. De entrada hay que sacar de la cabeza la idea aquella de que Europa arrastró a España. En nuestra integración con Estados Unidos no habrá ni sombra de las dos cosas que permitieron el milagro europeo: la migración libre de trabajadores y los subsidios multimillonarios para el país menos desarrollado.

Mejor será rumiar las 37 peticiones que Mr. Zoellick nos puso por delante. En materia comercial, Estados Unidos va tras los sectores más dinámicos (telecomunicaciones, energía, banca), tras el que creíamos nuestro alfil (textiles y confecciones), tras las compras oficiales y tras el e-commerce exento de impuestos. En propiedad intelectual, quiere que acojamos la ley americana, que persigamos más a los piratas y que indemnicemos a los dueños. Quiere que no distingamos entre inversionista colombiano y gringo, que prometamos apoyarlos en la OMC, que aceptemos sus leyes antidumping y que las disputas no caigan bajo jueces criollos. Quiere que mejoremos los controles ambientales y elevemos el salario de los trabajadores, cosas ambas que serían deseables si no fuera porque la "ventaja comparativa" de los países pobres precisamente consiste en abusar de sus recursos naturales y de su mano de obra.

Eso del lado gringo. Porque del lado nuestro es predecible cómo negociaremos: negociaremos mal. No porque seamos bobos o despistados, sino porque el juego nos llegó cargado: si uno quiere aprovechar el mercado americano tiene que entrar antes que los demás, pero el afán de entrar hay que pagarlo.

Vea usted: si no firmamos nos quedamos sin mercado y si firmamos nos llenarán de goles.

Lo cual nos deja apenas el resquicio de negociar un poco menos mal, de intentar excluir temas que nos desfavorecen (compras oficiales, propiedad intelectual), de demorar el golpe a los agricultores, de aprovechar las ventajas emergentes (la creatividad criolla, la red de colombianos en Estados Unidos) de lograr ñapas como el TPS o el subsidio a exportaciones que sustituyan las siembras de coca. Del ahogado, el sombrero, vea usted.

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