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INTERROGANTES IMPERTINENTES

¿Cuál es el balance real del operativo militar contra Casa Verde?

Semana
4 de febrero de 1991


Me los vengo callando desde el año pasado, y no fue fácil. Me los callé precisamente porque me pareció arriesgado pensarlos, incómodo sugerirlos pero sobre todo, inoportuno plantearlos.

Sin embargo, el asesinato en emboscada cobarde de 12 policías la semana pasada terminó convirtiendo mi discreción inicial en un nervioso torrente de interrogantes. Y aquí va el primero:

¿Se justificó realmente el operativo militar contra Casa Verde?
El país casi unánimemente respondería que sí, y que la ocupación se produjo con varios años de tardanza. Era insostenible el mantenimiento de este corredor de impunidad, donde un día aterrizaba un helicóptero con un piquete de enviados del Gobierno, dos días después con uno de periodistas, y entre ambas visitas pernoctaba en el campamento guerrillero el repugnante cura Pérez, uno de los hombres más buscados por las autoridades.

El país unánimemente respondería que sí, pero a veces las cosas no son tan obvias como parecen.

Antes del operativo teníamos a un grupo guerrillero cuya cúpula mantenia domicilio cierto, a donde se podía timbrar o llamar por teléfono. Es decir, a donde se les podía localizar para amonestarlos o para acercarse a ellos. ¿No es acaso importante en una guerra saber, por lo menos, a dónde vive el enemigo?
Después del operativo, en el que inexplicablemente la cúpula del movimiento no se capturó, o porque se escabulló -falla militar- o porque no se quiso capturar -falla política-, Tirofijo y compañía regresaron a la clandestinidad, a donde también pasó el interlocutor de una paz potencial.

Antes del operativo teníamos a un grupo que si bien combinaba al tiempo el juego de la guerra y el de la paz, subversivamente venía actuando a media marcha. Continuaba boleteando, secuestrando, emboscando, pero al mismo tiempo dialogando, negociando y transando.

Después del operativo el grupo guerrillero pasó de a media marcha a la máxima potencia subversiva. Y de tener un pie en el terreno de la paz y otro en el de la guerra, terminó parándose firme con ambos pies en el segundo.

Antes del operativo se tenía un arma poderosa contra las Farc: la permanente, latente pero pendiente amenaza de una incursión militar.

Después del operativo no hay ninguna amenaza que pueda hacerse efectiva contra este grupo guerrillero, salvo la de que se está aplicando en su contra una guerra sin cuartel que por el momento parece haber castigado con mayor vehemencia a las fuerzas del bien que a las del mal.
Antes del operativo existía una zona a la que los militares podían resolver entrar en cualquier momento.
Después del operativo sucede lo contrario: existe una zona de la que los militares no podrán volver a salir, porque la guerrilla regresaría a tomársela de inmediato. Irónicamente, nuestros soldados quedaron convertidos en celadores de la ex morada de las FARC.
¿Entonces, cuál es el balance real del operativo militar contra Casa Verde?
Que su cúpula está vivita y coleando.
Que la capacidad agresiva de movimiento guerrillero está funcionando a todo vapor.
Que la policía se ha convertido en la víctima principal de su virulenta reactivación subversiva.
Que los canales de comunicación con Tirofijo y el resto de la dirigencia de las FARC están rotos.
Que este grupo guerrillero continúa igualmente esquivo a la paz pero mucho más cerca que antes de la guerra.
Que recuperamos un territorio que jurídicamente jamás dejó de pertenecerle al Estado pero que desde el punto de vista práctico constituía una carta de negociación que regresó nuevamente a la baraja.
Que esa