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La robadera: el eterno retorno

El asunto daría risa si no fuera porque se trata de algo tan grave como es la vida y el futuro de los colombianos. No entiendo cómo un gobierno busca sacar de la pobreza a 25 millones de ciudadanos aumentando el precio de la canasta familiar y la factura de los servicios públicos.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
30 de agosto de 2018

La teoría, expuesta por el gran Federico Nietzsche, podría definirse como una concepción filosófica del tiempo que consiste en aceptar que todos los hechos y acontecimientos del presente, pasado y futuro  tienden a repetirse infinitamente. La historia de Phil Connors, ese personaje interpretado por Bill Murray en la celebrada cinta El día de la marmota (1993), es quizá el ejemplo que mejor pueda ilustrar una de las más controversiales reflexiones del filósofo alemán, plasmada en su clásico Así habló Zaratustra. El eterno retorno es, pues, la concreción de la vida que se repite, el dolor que regresa una y otra vez para recordarnos que somos humanos, el placer que  experimentamos al comer o el tiempo que regresa con el nacimiento de cada nuevo hijo.

Según Nietzsche, los senderos que recorrimos a  lo largo y ancho de nuestra existencia no son paralelos sino circulares. El tiempo es circular porque la vida lo es: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Las secuencias temporales que componen el día son mañana, tarde y noche, que constituyen la representación simbólica de la vida. Todo lo que nace tiene, necesariamente, que morir. Desde esta perspectiva, la historia (es decir, los hechos) es cíclica y nada de lo que hagamos, o dejemos de hacer, parece decirnos el filósofo alemán, podría evitarnos la muerte. No obstante, hay hechos de la vida que son previsibles, y que, por lo tanto, nos evitarían una gran carga de sufrimientos y dolor. Muchos de los acontecimientos sociales, políticos y económicos que han marcado el sendero de la debacle colombiana en las últimas décadas pudieron haberse evitado. Según un estudio realizado por la Universidad Nacional, cada año mueren en el país 15 mil niños por hambre. Es decir, un promedio diario de 500 menores (entre los 0 y 5 años) pierden la vida en Colombia por la negligencia explícita de un Estado cuyas autoridades, encargadas de evitarlas, se hacen, literalmente, las de la vista gorda. Los resultados del estudio nos dicen también que un promedio de 17.740  familias padecen de desnutrición crónica y que los departamentos más afectados por este hecho son, entre otros, Córdoba, Nariño, La Guajira, Norte del Santander, Sucre, Bolívar, Chocó, Cundinamarca, Cauca, Huila y Boyacá. Curiosamente, estos departamentos se han venido constituyendo con los años en  las regiones del país con los mayores casos de corrupción que se hayan registrados, pero también en la que la violencia histórica se ha ensañado contra sus habitantes.

La teoría de Nietzsche imagina el mundo como una bóveda donde los sucesos giran sin parar, donde los seres son apenas como granos de arena en el engranaje del reloj. En la vida, la historia se repite no por la inercia de esa fuerza (creadora o destructora) sino por la incapacidad social del cuestionamiento, por la lectura acrítica de los hechos que marcan la existencia, por el olvido social y la memoria cortoplacista. El robo de 50 billones de pesos anuales por parte de funcionarios inescrupulosos de las arcas del Estado debería ser un acontecimiento tan cuestionable como el asesinato sistemático de los líderes sociales. Debería ser leído por la ciudadanía como un acto de infamia, similar a la violación de un menor por un depravado sexual, o la violencia física que ejerce un hombre contra su mujer. Debería considerarse un acto de terrorismo, no solo porque suprime  o desaparece la inversión en salud o educación, sino porque literalmente asesina personas: niños, mujeres y adultos mayores en estado de indefensión.

Creer que hay vidas que valen más que otras no deja de ser una estupidez. Robarse 50 billones de pesos anuales destinados a la inversión social y otros rubros no deja de ser denotativamente una masacre, pero gravar los productos de la canasta básica familiar también. Si hoy, según el estudio en mención, la muerte de niños por hambre ronda la cifra de 15 mil, no debe quedar duda de que una vez entre en vigencia el decreto que aumenta el precio de los huevos, la panela, el aceite y el arroz, el número de niños muertos por inanición se disparará en todo el territorio nacional por una razón sencilla: el aumento de ese 4 0 5 por ciento del salario mínimo del cual vive más de la mitad de los colombianos, no le permitirá adquirir un poco más de lo que hoy alcanza a comprar. El asunto, en este caso, no se trata de macroeconomía sino de openes matemáticas simples: si una docena de huevos cuesta 4.800 pesos, cada unidad valdrá 400. Si el precio del huevo aumenta 100 pesos, no hay duda de se necesitarán 1.000 pesos más para comprar una docena.

El asunto daría risa si no fuera porque se trata de algo tan grave como es la vida y el futuro de los colombianos. No entiendo cómo un gobierno busca sacar de la pobreza a 25 millones de personas aumentando el precio de la canasta básica familiar y la factura de los servicios públicos. El razonamiento lógico nos diría que la mejor solución para matar la pobreza (no a los pobres) sería  evitar que 50 billones de pesos transitarán de las arcas del Estado a los bolsillos de los funcionarios inescrupulosos. Cortar ese chorro sería no solo un acto de justicia para con los contribuyentes, que cada año ven que el aumento de los impuestos supera exponencialmente el salarial y la inversión social se contrae hasta el extremo de que ya no nos duele la muerte de 15 mil niños pobres. Sería bueno que el ministro de Hacienda explicara en detalles cómo hará el milagro de beneficiar a 25 millones de ciudadanos que devengan un salario mínimo gravándoles los alimentos y aumentándoles los impuestos, pues si logra sacar ese conejo del sombrero no tengo duda de que  sería un fuerte candidato al Nobel de economía de este año.

POSDATA: Que algunos medios de comunicación de la costa se hayan “indignados” con las afirmaciones de Gustavo Petro sobre el negocio democrático que se maneja en la región caribe colombiana, no deja de ser una posición cínica. Habría que preguntarles a los clanes mafiosos electores cómo logran sacar 4 y 5 curules al Congreso cada 4 años, cómo alcanzan varias alcaldías en sus respectivos departamentos o por qué el Concejo de sus ciudades pertenece en su mayoría a sus respectivas cuerdas políticas. Que nos explique la casa política de los Char cómo llevan a cabo ese “milagro”, o por qué el exsenador Roberto Gerlein duró cuatro décadas sentado en un sillón del Senado de la República sin presentar a lo largo de ese tiempo un proyecto de ley serio que beneficiara a los colombianos más pobres. Que nos expliquen sin “indignarse” tanto, por favor.

En Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación.



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