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Izquierda tres: la estética

En Colombia hay dirigentes de izquierda que si bien no se han dejado cooptar ideológicamente por el establecimiento si se han dejado en lo cultural y lo estético.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
28 de noviembre de 2014

Estoy escribiendo un libro sobre mis vivencias, me cuenta por Facebook una chica campesina que salió corriendo de la cordillera occidental porque la iban a matar. Compañero, escribe por Gmail un curtido líder campesino del Tolima, ahí le mando unos poemas para que les pegue una mirada. Aquí estamos compa, garrapatea desde su celular un tendero que conocí en el Patía, y, acompaña el mensaje con un retrato en la que posa junto a un grupo de labriegos que han levantado una barricada sobre la vía Panamericana.

Las comunicaciones han cambiado y hay sectores de la izquierda que aún no se han enterado porque en sus cabezas sigue rondando el vago concepto de “la masa” de tal manera que desvalorizan al sujeto individual. La gente que lucha desea que la traten de tú a tú. Son pocos los que aún quieren que los traten como a ovejas de un rebaño. En estos tiempos la idea de uniformidad sólo es válida, hasta cierto punto, para los ejércitos. En la izquierda triunfante nadie quiere saber de órdenes porque las mujeres y los hombres que la forman son gente de acción que les apetece ir juntos a la lucha pero sin perder su individualidad.

Desde los tiempos en las que muchas cosas carecían de nombre y había que señalarlas con la mano, como escribió mi paisano, la izquierda ha conseguido ganar el pulso político cuando supo adaptar la propaganda y la táctica a su época. La rabia callejera se transforma en poder y gobierno si el mensaje se entiende y llega hasta el nervio de la gente que se siente “indignada” contra el estatus quo.

Un mensaje limitado al futuro sin tener en cuenta el presente no tiene futuro. Me importa un carajo el futuro, pareciera pensar el estudiante que lleva con orgullo la pancarta de su gremio. Me importa lo que estoy viviendo aquí, exclama en medio del ruido y el humo, en este día de protesta.

Hay un dialogo entre dos revolucionarios urbanos que, para mi gusto, es una concluyente metáfora entre el maximalismo y la realidad. Entre la razón y el corazón. Entre la alegría y el pesimismo. Sucede en la película “Infancia Clandestina” (representó a Argentina en los Oscar 2013), producida por Luis Puenzo (Oscar 1986 con su largometraje “La Historia Oficial”) y dirigida por Benjamín Ávila. Una historia de militancia. Está basada en el retorno a Argentina, desde Cuba y otros lugares, de guerrilleros Montoneros que tienen como objetivo lanzar una ofensiva contra la dictadura del general Videla.

En la cinta, Daniel reprocha a su hermano Beto por haber violado la compartimentación sólo para celebrar una fiesta de cumpleaños e invitar a la madre de ambos. La vida no es una gran aventura, recrimina Daniel. Cuándo vas a disfrutar un poco lo que estamos haciendo, responde Beto, qué sentido tiene lo que estamos haciendo sino hay felicidad. Al final, Daniel y Beto, son abatidos por los servicios secretos de Videla.

Un dialogo similar ocurre en “El beso de la mujer araña”, el ingenioso opúsculo de Manuel Puig. Allí los protagonistas son un homosexual y un activista político que se encuentran recluidos en una misma celda de una prisión de Buenos Aires. Un muchacho que cree sin vacilar en la doctrina marxista. Un compañero que cree en la honestidad del protagonista.     
 
La izquierda colombiana, si desea cautivar, no puede iniciar una rueda de prensa poniendo cara de malos amigos o detallando en forma atropellada cien propuestas programáticas. La vida es más interesante que la muerte, decía el “Rey de La Habana”. Los supermercados que ofrecen en sus refrigeradores cinco clases de yogurt son más exitosos que los que ofrecen cien. El proyecto por sí solo no es garantía de éxito, debe ir acompañado de una presentación intrépida.

La propaganda armada del M-19 en los setenta fue exitosa porque generó suspenso en un país que gusta de las telenovelas y las historias de folletín. La propaganda, a todas luces legal, de la Unión Patriótica capturó la mirada de la gente porque trajo nuevos colores y otra forma de banderas en un país saturado de trapos rojos y azules. Son los dos únicos casos en los que la propaganda de izquierda ha revolucionado su soñolienta envoltura.

El discurso predominante en la izquierda colombiana, similar al del santo Job, es de lamentaciones. Se resume así: me hicieron esto y esto otro y están preparando un plan para seguir haciéndonos. Ningún boxeador anda explicando ante los medios sobre las cortadas que ha recibido en el cuadrilátero. Las costuras que tiene en el rostro hablan por sí mismas, son las marcas que le ha dejado la lucha y sigue entrenándose hasta conseguir el fajín. Dejemos, entonces, ese asunto a la Comisión de Memoria, los textos y los monumentos. Vamos directo a lo nuestro: cómo llegar al poder sin quejidos.

Sin agenda propia una agrupación está condenada al fracaso. A rasgos generales la agenda de la izquierda colombiana, en la última década, ha sido la agenda de Uribe. Uribe dice “misa” y a partir de allí la izquierda reacciona. Compas, hay que pasar de largo de ese man, me dijo un man, que él vaya por lo suyo y nosotros vamos por lo de nosotros. La llave está en que los demás hablen de nosotros. Con cinco ideas decentes y bien dichas, acopladas a la realidad, conectadas con la gente y un sugerente envoltorio, se puede disputar título.  

Hay una delgada línea que separa al inmovilismo de la corrupción. Algunos dirigentes políticos y sindicales sentados en un mismo sitio, yendo y viniendo a la misma oficina durante años y décadas no es bueno para la salud política del sujeto de izquierda. Rotar cuadros y remozar a las organizaciones hace bien a cualquier proyecto revolucionario o transformador.

Obligados por las circunstancias algunos dirigentes deshilachados por el tiempo y carentes de ambición revolucionaria optaron por hacerse a un lado pero si irse de la causa. Facilitaron el relevo para que sus agrupaciones no pierdan la rueda de los acontecimientos y la opción de poder. Eso pasó en Grecia, Portugal, Chile y está pasando en España.  

En Colombia hay dirigentes de izquierda que si bien no se han dejado cooptar ideológicamente por el establecimiento si se han dejado en lo cultural y lo estético. Abandonaron su vida de barrio y a los amigos de la esquina. Dejaron de desayunar y beber cerveza en el ventorrillo de toda la vida para irse a chicanear en las salas de té. Siguen representando a la izquierda, votamos por ellos, pero ya no son los mismos, son otros. Algunos, se volvieron unas malas copias de esos caimanes del establecimiento que sólo abren la boca para comer.

Y el centralismo. También la izquierda se volvió centralista en muchos sentidos. Desde la composición de sus órganos ejecutivos hasta en el enfoque sobre la realidad nacional. Con esto se refuerza la brecha entre el centro y la periferia. La gran isla de Bogotá que progresa a trompicones y el resto del territorio nacional en donde las reglas del juego dependen de quien esté mandando en la plaza.
 
Si hay un lugar en América Latina y el mundo en los que los ideales de izquierda tienen futuro, es Colombia. Y cuando hablo de futuro me refiero al de ahora. Ese cuento de la “acumulación de fuerzas” para no se sabe cuándo es realmente un viejo cuento con el cual nos vamos perdiendo el cuento. Hay cuadros y organizaciones moldeadas en la lucha contra el terror y el exterminio, como pocas en el mundo. Hay muchísima gente entrona con una larga escuela de rebeldía. Gente que ha recibido palo. Gente que ha caído y con las mismas se han vuelto parar.  

Yezid Arteta Dávila
En twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/

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