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De qué habla Uribe cuando habla de impunidad

La lucha que emprendió el Centro Democrático porque el plebiscito se hunda, no tiene, en realidad, nada que ver con justicia ni mucho menos con impunidad.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
8 de agosto de 2016

Más de 30.000 paramilitares, autores de crímenes de lesa humanidad, no fueron a la cárcel. Menos del 0.5% de sus comandantes están pagando el mínimo de prisión acordado y otros se encuentran próximos a alcanzar su libertad por tiempo cumplido. En recientes declaraciones de Salvatore Mancuso y Diego Fernando Murillo, alias Don Berna, han reiterado que el entonces presidente Álvaro Uribe los extraditó a los Estados Unidos para callarlos, para que no hablaran de los vínculos de su gobierno con las Autodefensas Unidas y la participación de centenares de militares activos en las múltiples masacres que aún recuerdan los colombianos.

De estos últimos, que recibieron beneficios por asesinar a jovencitos desempleados que luego, como lo conoce el país, fueron mostrados a los medios como guerrilleros dados de baja en combate, solo el 1% de los participantes de esa macabra misión ha sido juzgado y se encuentra recluido en alguna penitenciaría militar. Los otros, incluyen generales de la patria, fueron premiados con embajadas a pesar de que sus nombres aparecían en varios informes de Human Rights Watch y otras oenegés defensoras de los derechos humanos.

Pero la impunidad de los perpetradores de masacres no solo se limitó a militares que se aliaron con paramilitares para ejecutar semejantes encargos, sino también de funcionarios del gobierno Uribe y de congresistas cercanos a la Casa de Nariño que, desde sus curules, le brindaron apoyo irrestricto a los hombres de Mancuso y Castaño y estos les devolvieron el favor con dinero y, sobre todo, con muchos votos para sus posteriores reelecciones.

Todo lo anterior, como el país también lo sabe, ha sido negado una y otra vez por aquellos que han sido señalados de ser partícipes de los delitos por los que se les investigó o condenó. Tanto así que en mayo de 2015, en una separata que apareció en varios periódicos de circulación nacional, el expresidente y senador publicó 77 puntos que calificó de injusticia contra los funcionarios de su gobierno. Uribe, como era de esperarse, negó que detrás de esa publicación estuviera él. “Esa separata que se publicó este domingo en un periódico de la capital colombiana, con las 77 injusticias contra funcionarios de mi gobierno, no fue publicada por mí, sino por amigos”, aclaró el fundador del Centro Democrático en aquella oportunidad.

Para el ex presidente, el hecho de que sus “buenos muchachos”, entre los que destacaba a María del Pilar Hurtado, Bernardo Moreno, Diego Palacio, Sabas Pretelt de la Vega y Andrés Felipe Arias, fueran juzgados por la justicia y condenados por esta, no podía ser otra cosa que una persecución política, orquestada, por supuesto, por el presidente Santos, el fiscal Montealegre y los togados de la sala penal de la Corte Suprema de Justicia afines al gobierno.

Que Luis Alfredo Ramos Botero fuera juzgado por varios delitos graves, no tenía, para él, nada que ver con hechos delictivos pero sí con una cacería de brujas que buscaba el desprestigio de su gestión gubernamental y arrinconar a los ex congresistas que apoyaron sus políticas. O sea, que Ramos Botero no fue investigado por reunirse clandestinamente con paramilitares por la época en que, en el Congreso, se debatía la aprobación de la Ley de Justicia y Paz que se aplicaría a los paramilitares sentados en la mesa de Santa Fe de Ralito, ni muchos menos por recibir supuestamente dineros de estos para que la mencionada ley no fuera un colchón de piedras, sino por ser un hombre que se identificaba con sus políticas.

A partir de lo anterior, se podría concluir que María del Pilar Hurtado, esa “buena muchacha”, fue juzgada y condenada injustamente, y que Diego Palacio y Sabas Pretelt de la Vega les tendieron una trampa en la que cayeron redonditos, que Yidis Medina se inventó la novela de la entrega de prebendas para que el Congreso aprobara la reelección del entonces Presidente de la República, que su exministro estrella, Andrés Felipe Árias, no pagó favores políticos con el programa de Agro Ingreso Seguro y, por lo tanto, no hubo detrimento de los dineros del Estado, sino la entrega de subsidios a unos pobres campesinos cuyas tierras necesitaban la ayuda gubernamental para ponerlas a producir, que en su gobierno reinó la meritocracia y el manejo de la cosa pública fue transparente, que el caso de las legendarias “chuzadas” del DAS fueron productos de “algunas manzanas podridas”, pero no una política sistemática de su gobierno, que la “mermelada” que hoy entrega Santos a los congresistas, nunca se dio durante los ocho años de su administración.

No sé quién puede creer semejante película rosa de un gobierno cuyo color favorito fue el rojo de la sangre derramada, pero no hay duda de que algunos creerán las afirmaciones hechas por el líder del Centro Democrático. Tanto es así que no han faltados expresiones como las de que el gobierno Santos está acabando con el país, que lo está desangrando, que lo va a entregar a las FARC y que cuando eso pase nos convertiremos en la Venezuela de Nicolás Madura o en la Cuba de los hermanos Castro.

Siempre se ha dicho que lo primero que se muere en una guerra es la verdad: ni Santos es un traidor de su clase, ni Uribe es un defensor de la justicia que tanto pregona. Reclamar cárcel para los miembros de la guerrillera e impunidad para los funcionarios que lo acompañaron en sus ocho años de gobierno y que cometieron delitos graves, no es un acto de equilibrio jurídico, pero sí un deseo intrínseco y profundo de venganza, una venganza motivada por la supuesta traición cometida por Santos por no continuar las políticas de los “tres huevitos”, es decir, de la Seguridad Democrática, y por ver hoy ese destello de luz que empieza a iluminar el sendero donde él fracasó estrepitosamente.

En este sentido, la lucha que emprendió el Centro Democrático porque el plebiscito se hunda, no tiene, en realidad, nada que ver con la justicia, ni con la lucha para que no haya impunidad, sino con ese sentimiento primitivo por el cual, según el mítico relato bíblico, Caín le dio muerte a su hermano Abel.

* Docente universitario. Twitter: @joaquinroblesza - Email: robleszabala@gmail.com

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