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La apuesta de Uribe: empezar de cero para renegociar los acuerdos

El expresidente repite hoy las mismas mentiras desde foros en Miami, en Ríonegro, en un hotel, en RCN o en CNN: el No salvó a Colombia del castrochavismo.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
31 de octubre de 2016

La construcción de un edificio requiere de constancia, dedicación y tiempo. Destruirlo no. La misma ley es aplicable para todo acto creativo. Los acuerdos de paz entre Gobierno y FARC necesitaron para su construcción 4 años y unos meses. Fue un acercamiento de tire y afloje, de contactos y mensajes, de discusiones privadas y desacuerdos, hasta cuando la razón, acompañada de algo de sensatez, le dio cabida a la mesa de diálogos.

Nunca -se ha repetido hasta el cansancio- un acercamiento entre las partes había llegado tan lejos. Nunca el máximo comandante de esa guerrilla había estado tan cerca de un presidente colombiano en ejercicio. Para destruir lo acordado en La Habana, por el contrario, no se necesitaba de consenso, ni de acuerdos, sino de soltar al aire todas las mentiras posibles y atizar los temores de los que habló Juan Carlos Vélez Uribe en esa ya célebre entrevista para el diario La República.

Dudo mucho que esos asesores tóxicos, o esa gente tóxica de las que hacía referencia un compañero de SEMANA, sean las verdaderas razones del desastre político por el que atraviesa el país. Uribe no necesita de gente tóxica que lo rodee porque él mismo es la representación personal de la toxicidad. No necesita de asesores sino de corifeos. No necesita de publicistas porque su capacidad para publicitarse parece infinita. Se desdobla como un transforme, afirma una cosa hoy pero mañana la repite cambiándole el sentido, o negándola, como ha sucedido infinidades de veces.

Zuluaga, como Duque y las eminentes Cabal y Valencia son en realidad sus ventrílocuos de cabecera. No deciden nada sino que cumplen órdenes a pie juntillas. Los 39 congresistas del Centro Democrático son “una sola sombra larga”, como el afamado verso del vate suicida. De manera que aquí el único farol que incentiva la guerra tiene nombre propio, y eso lo sabe Colombia, lo saben The New York Times, The Washington Post, El País de España y todos los diarios importantes del mundo, con excepción de The Wall Street Journal, del magnate Keith Rupert Murdoch, quien admira a Uribe por las mismas razones por las que en su momento defendió las políticas de George W. Bush.

Hoy, el expresidente sigue repitiendo las mismas mentiras desde su curul de senador, desde un foro político en Miami o Madrid, desde su finca en Rionegro, Antioquia, desde el hall de un hotel o frente a las cámaras de RCN Noticias o CNN en español: el triunfo del No salvó a Colombia del castrochavismo, una expresión que él y su partido se inventaron para asustar a los colombianos pero que no tienen ni la remota idea qué significa. Pide una reforma integral de los acuerdos cuando en el fondo sabe que eso es imposible ante el tiempo apremiante. Los puntos de justicia, participación política y restitución de tierra son en términos retóricos el “coco” del asunto. Las FARC los consideran inamovibles porque es necesario que todos los actores de la guerra (la que Uribe niega que exista) confiesen la verdad: militares, políticos, empresarios, comerciantes, funcionarios de los gobiernos anteriores que hoy están en la mira de la justicia y hasta miembros de la Iglesia Católica que aportaron su grano de arena al megaproyecto que buscaba la refundación del país.

Acabar con todo lo acordado y empezar de cero es la única manera de que el Centro Democrático gane en las negociaciones con las FARC. Uribe le teme, más que nadie, a la presencia en la palestra política de los nuevos actores. Pero más que todo le horroriza la justicia y que el apóstol Santiago, su hermano, termine confesando cómo se creó la cofradía de “Los 12 apóstoles”, quiénes las conformaron, quiénes la apoyaron y por qué, como lo asegura la Fiscalía General de la Nación, se utilizaron las fincas del expresidente para realizar reuniones donde se dictaron las pautas que acabaron con la vida de varios centenares de jóvenes desempleados de Antioquia y otros departamentos.

El temor de Uribe es ese, aunque lo niegue. Aunque vaya de foro en foro gritando que a él le interesa la paz del país, que hubiera sido peor si hubiera ganado el Sí porque era llevar a Colombia a un desastre político y económico, que implementar esos acuerdos era acabar con la Constitución y llevar a unos criminales al Congreso sin que antes hubieran pagado un día de cárcel.

Él sabe que hay millones de colombianos que le creen. Sabe que una mentira puesta a correr difícilmente puede detenerse. Embaucar imbéciles parece ser sin duda una de sus cualidades, pero sabe también que la justicia cojea pero llega. De ahí toda su lucha porque los acuerdos fracasen, porque eso de dar explicaciones no es su fuerte. Y decir “otra pregunta” no tiene lugar en los estrados judiciales.

* Docente universitario. Autor del libro Los buenos muchachos del expresidente, 2015, Ediciones B Colombia. - En Twitter: @joaquinroblesza. Email: robleszabala@gmail.com.