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¿Y si Uribe fuera a La Habana?...

Es difícil imaginarse un café entre Santos y Uribe pero no es imposible pensar en un cara a cara entre el expresidente y Timochenko.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
19 de diciembre de 2015

Dejémonos de bobadas: una paz sin Uribe y lo que él representa es una paz a medias. Puede que los acuerdos alcanzados sean refrendados en abril o mayo por unos 5 millones de colombianos. Puede que superen todos los exámenes de constitucionalidad que se requieren y que consigan el aplauso unánime de la comunidad internacional pero será una paz frágil, coja, inestable en el largo plazo si no cuentan con el apoyo de esa mitad de país que Uribe todavía representa. Lo sabe De la Calle. Lo sabe el presidente del Congreso, Luis Fernando Velasco, que reconoce que el uribismo debe tener cada día más garantías en el capitolio y hará lo que pueda para incluirlos en las delicadas discusiones que ahora se vienen. Lo sabe, en el fondo, Santos que en sus conversaciones más privadas reconoce que sin el uribismo su paz puede durar lo que dure su gobierno. Y lo saben, mejor que nadie, las FARC, que no han enviado a uno sino a varios emisarios a hablar con el expresidente en los últimos meses para tratar de que se meta en el proceso de paz.

Lo que es un hecho es que el gobierno ha sido torpe en el manejo que le ha dado a la oposición. Ha perdido la paciencia con frecuencia y ha incurrido en la estupidez de llamar a los más críticos, “enemigos de la paz” poniendo una barrera infranqueable para reconciliar dos posiciones que aunque distantes pudieran encontrar puntos de consenso.

El uribismo también se ha equivocado en la escogencia de los voceros que ha seleccionado para transmitir su mensaje, en la construcción de un discurso basado en el sabotaje frente a cualquier cosa que venga del gobierno y aunque ha enmendado la plana con reflexiones más argumentadas y serenas en las últimas semanas, necesita audacia para recuperar a un electorado que le ha sido esquivo en los recientes comicios y sabiduría política para tender puentes con quienes los consideran unos sujetos irracionales que sólo saben decir ‘no’.

Es entonces cuando me pregunto: ¿y qué tal si Uribe fuera a La Habana? ¿Qué tal si un buen día el expresidente decidiera llegar acompañado de su bancada a hablar sin abrazos y sin fotos con el equipo negociador de las FARC? ¿Qué tal si un día, antes de que se firme el acuerdo final, los uribistas les dicen frente a frente a sus enemigos de la guerrilla lo que piensan de ellos, lo que opinan de lo que se ha logrado hasta ahora y les hacen conocer de primera mano sus dudas y salvedades? ¿Qué tal si después de una jornada de trabajo de verdad, sin whiskies ni sonrisas falsas, producen un documento en el que reconozcan coincidencias y dejen claras sus diferencias después de un sano debate que dure uno o dos días? ¿No sería ese un ‘cónclave’ todavía más productivo que el que propuso Santos a través de su hermano Enrique?

A estas alturas es difícil imaginarse un café entre Santos y Uribe pero no es imposible pensar en un cara a cara entre el expresidente y Timochenko. La porción del país que odia a Uribe lo vería como un gesto de grandeza y la porción restante que lo ama, lo entendería como un acto de valentía de un presidente frentero al que admiran, que un buen día decidió meterse en las fauces del lobo para decirle a la guerrilla lo que piensa.

Tal vez si Timochenko y Uribe se miraran a los ojos y se dijeran lo que creen estaríamos más cerca de una paz duradera. Tal vez a Santos no le gustaría que le quitaran el protagonismo pero tal vez entienda que sin ese encuentro no habrá nunca una paz real.

Twitter: @JoseMAcevedo

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