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Elecciones de octubre, termómetro para la paz

Si todo sale como está previsto, a los próximos alcaldes y gobernadores les tocará participar en todo el montaje de lo pactado en La Habana. ¿Qué tan conscientes somos de ello?

Juan Diego Restrepo E., Juan Diego Restrepo E.
24 de septiembre de 2015

No recuerdo que haya habido en la historia reciente del país un proceso electoral tan crucial para el futuro del país como el que estamos viviendo, que concluirá el próximo 25 de octubre, cuando los colombianos acudamos a las urnas, ojalá masivamente, a elegir alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. El telón de fondo de estos comicios es el avanzado estado de la negociación con la guerrilla de las FARC en La Habana, Cuba.

Si se concreta la firma del acuerdo final con esa guerrilla, tal como se ha anunciado, antes del 23 de marzo del 2016, lo que vendrá después son bastantes retos para los futuros mandatarios locales y regionales, pues tendrán que articularse a todo el proceso que se derivará de ese pacto: de un lado, disponer sus administraciones para lo primero, el mecanismo de refrendación, y si todo sale bien, para la implementación de lo acordado.

La importancia de estas elecciones también radica en el espíritu territorial que tendrán los acuerdos con las FARC, en armas desde hace 51 años. Eso significa que aquellos temas que se consignen en el acuerdo final se traducirán en acciones reales en cada municipio y en cada departamento, y por ello para concretarlos se requiere de administradores que estén en consonancia con este proceso y, eventualmente, con el que se pueda impulsar con la guerrilla del ELN.

Hoy más que nunca es importante que los candidatos y las candidatas expongan con claridad, en este mes que falta, sus propuestas sobre temas tan fundamentales como el desarrollo local en ámbitos de paz, atención a víctimas y desmovilizados, sustitución de cultivos de uso ilícito, seguridad, y participación en política de las FARC y ELN, por nombrar algunos temas.

Es importante que el electorado les exija a quienes han postulado sus nombres en este proceso electoral respuestas claves a esos asuntos. Bajo la filosofía de paz territorial, esa construcción y consolidación deberán pasar, necesariamente, por aquellos alcaldes, gobernadores, concejales y diputados que resulten elegidos el próximo 25 de octubre. Su compromiso es fundamental.

Estos hombres y mujeres deberán aportar solidez institucional, desde lo local y regional, para la implementación de los acuerdos, una vez refrendados por la ciudadanía. Derrotadas deben quedar en las urnas aquellas propuestas populistas que sustentan su discurso político en falsas promesas para las comunidades rurales y urbanas; también se deben atacar electoralmente aquellas campañas de las que se sospeche que tienen compromisos bajo la mesa para repartirse el botín público; y con votos se deben vencer las iniciativas que van en contravía del espíritu de reconciliación que se está consolidando en el país.

A los cargos de elección popular local y regional tampoco pueden llegar equipos de gobierno que utilizan lo público para sus intereses particulares y como trampolín en sus carreras profesionales. Lo que se viene para el país requerirá funcionarios comprometidos con sus comunidades en asuntos tan cruciales como el agro, salud, educación, vivienda y cultura. La consolidación de la paz también se juega en esos ámbitos y si hay algo que puede socavarla es la corrupción.

Convenimos que empezamos a transitar un camino desconocido que mi generación y la que me sigue no conoce, por tanto genera muchas expectativas, dudas y miedos. Pero ya jugados como estamos en la búsqueda del fin del conflicto con las FARC, y espero que prontamente el ELN, debemos comenzar a poner granos de arena a ese gran edificio que se requiere para abandonar por fin la confrontación armada. Y los primeros cimientos se pondrán en las próximas elecciones.

Colombia no es un país con una gran cultura política, fruto de la mala educación, la desidia, el mal comportamiento de los gobernantes y la corrupción. El escenario que se comenzó a gestar el 18 de octubre del 2012 en Oslo, Noruega, y que poco a poco ha venido entregando acuerdos parciales, aun en medio de las dificultades, requiere un nuevo espíritu ciudadano, más colectivo y menos individualista, más solidario y menos egoísta, más inteligente en su manera de elegir a quienes tomarán las decisiones públicas y menos interesado en las prebendas personales.

No alcanzo a imaginarme una alcaldía y una gobernación en manos de aquellos que rechazan los procesos de negociación con las guerrillas de las FARC y el ELN. ¿Qué pueden esperar las comunidades si el dinero de sus impuestos es administrado por los animadores de la guerra de cara, por ejemplo, al primer paso en este proceso, la refrendación de los acuerdos? ¿Hay garantías de que no los invierta en promover la carrera bélica?

Y digamos que los acuerdos son refrendados por la ciudadanía, que es el escenario ideal. ¿Qué tanto puede entorpecer su implementación un alcalde, un gobernador, una mayoría en un Concejo o en una Asamblea, que no estén de acuerdo con ellos? ¿Propondrán otras agendas, en contravía de aquellas que se requieren para consolidar la paz?

Por muchas décadas, los gobiernos de turno, tanto en lo nacional, como en lo regional y lo local, han esgrimido la guerra como una causa de la inoperancia del Estado, sobre todo en regiones donde ha sido más aguda la confrontación armada y es más profunda la pobreza. Ante un posible acuerdo final de la confrontación armada, lo que se debe generar entonces es la oportunidad de fortalecer las diversas instancias públicas para atender de manera más efectiva a los ciudadanos, tanto en lo rural como en lo urbano.

Las acciones bélicas han derivado en la pérdida de derechos sociales, políticos, económicos, culturales y ambientales. El fin del conflicto con las guerrillas supone una recuperación de esos derechos. Y para consolidarlos, se requieren administraciones locales y regionales comprometidas con esas causas.
Por ello no es poco lo que se juega este 25 de octubre. El electorado debe ser consciente de que su voto puede contribuir a consolidar la paz o a crear unas desviaciones que acabarán, finalmente, alimentando la guerra. Ese día, tendremos una medida real de lo que piensan los colombianos.

En Twitter: jdrestrepoe
(*) Periodista y docente universitario