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JULIO, ABRIL, PROSPERO

Semana
24 de octubre de 1988

Podría ser una buena señal del destino que, en un país tan pobre y sufrido como Haití, el nuevo presidente se llame Próspero. Es una especie de corazonada. Lo malo es que se trata de un tirano golpista que se apellida Avril aunque se tomó el poder en septiembre. La vida, que a veces es malvada, suele tener la mala costumbre de jugarle esas bromas crueles a la gente.
De todas maneras, y por mucho mandatario que sea uno, llamarse Prospero Avril es tan preciso y concreto como llamarse Afortunado Noviembre. Es, en cambio, lo contrario de llamarse Desdichado Julio, que es un nombre mas bonito aunque más melancólico.
Confieso que me han fascinado siempre estas trampas que la ciencia patronímica nos pone en el camino. A propósito: ¿el arte de desentrañar lo que hay en un nombre es una ciencia o una variante de la filosofía? Guillermo de Ocam, a quien llamaban "El Doctor Invencible", decía que el nominalismo no es más que una imagen individual. Que cosa tan complicada.
El ideal de estas especulaciones consiste, obviamente, en que combinen a la perfección el nombre y el apellido. El mejor ejemplo que se puede mencionar, en estos tiempos modernos, es el de un cantante operático que asombra al mundo y provoca a su paso una humareda de admiración. Se llama, como ya lo habrán adivinado ustedes, Plácido Domingo. De igual forma podría llamarse Agradable Miércoles o Apacible Viernes. Eso no cambia en nada la maravilla de su nombre.
Pero lo fantástico sería que al acoplamiento del nombre y el apellido pudiera agregarse también el oficio que ejerce el respectivo ciudadano. Un periodista, enterado de que estoy haciendo averiguaciones sobre este tema, viene a contarme una historia formidable.
Hace varios años, en la población huilense de Garzón, donde venden fresco de badea en la plaza, la policía detuvo a un indígena procedente del Cauca. Era un hombre alto y taciturno que se llamaba, textualmente, Lorenzo Pipi Pipi. Lo llevaron a la cárcel, maniatado con un cañamo, bajo la sindicación de haber cometido en mujer ajena el delito más apropiado para su nombre: violación.
Mi amigo el reportero descubre un gesto de incredulidad en mi cara. "Si piensas que miento -me dice, con dignidad- soy capaz de pedirle a la carcel de Garzón que me manden una fotocopia del libro de reclusos".
¿Cuales son las urdimbres que entrelaza el destino para que estos hechos sean posibles? Nadie lo sabe. Y eso es, precisamente, lo que hace apasionante la búsqueda de quienes nos hemos convertido, como Antonio Panesso en "El Espectador", en voluntarios investigadores de lo que podríamos denominar, elásticamente, la nombrología, que es lo mismo que los antiguos latinos llamaban nominatim. Intentamos, mientras nos divertimos, descifrar el misterio de los nombres, y encontrarles una atadura con la realidad o con la poesía.
Poesía es, para no ir muy lejos, el caso de una señora que veo todos los días en mi casa. Como buena campesina boyacense es dulce y mansa, de una ternura que se le ve en la sonrisa, con unos ojos que parecen agua estancada. Se llama, imagínense ustedes, Natividad Poblador. Igual podría decir que se llama Nochebuena Habitante o Pesebre Vecino y uno tendría que creerselo porque lo más hermoso de todo no es que se llame así, sino que tiene cara de llamarse así.
Una mañana de sábado, mientras hacía molicie en mi cama, le dije a Natividad Poblador que si en la vida existiera realmente la ley de los contrarios y de la antítesis, en algun lugar de este mundo debe existir alguien que se llame Mortalidad Demográfica. Ella me miró con un lamparazo de ironía y, sin alzar la voz, musitó suavemente: "Yo si he dicho que el señor tiene cara de estarse volviendo loco". Recogió la bandeja con los restos del desayuno, el cadáver de una naranja y un pedazo de arepa, y desapareció.
Desmejorando un poco la calidad de los ejemplos, debo anotar que Julio Iglesias podría ser, perfectamente, don Marzo Capilla, don Febrero Catedral o don Junio Basílica. Cualquiera de esos nombres sería posible si con ello logramos que cante mejor.
De manera, pues, y para regresar al principio, que probablemente existe algo de enigmatico en el hecho de que el general Prospero Avril se llame como se llama. Es factible que sea pariente, siquiera por el lado nominal, de un señor chocoano que se llamaba Mario Rico Mayo, que vendía abarcas en el mercado de Lorica.
Algún día, cuando hayan avanzado nuestras pesquisas científicas, volveremos sobre este asunto. Para decirles a ustedes que la actriz mexicana Flor Silvestre también podría llamarse Rosa Salvaje. O Gardenia del Campo. O Margarita Cultivada. Cualquier cosa es posible. La Mona Samper, en fin, opina que la cantante María Dolores Pradera podría, perfectamente, estar enrazada con una amiga suya que se llama Carmen Alegría Llano.
Ni para que recordar a un estimado periodista que fue colaborador de El Siglo muchos años. Se llamaba Julio Abril...

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