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De cumbre en cumbre

Las cumbres iberoamericanas han mejorado las relaciones de España con sus antiguas colonias americanas a pesar de volverse encuentros rutinarios entre presidentes.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
31 de octubre de 2016

Se ha celebrado en Cartagena la cumbre iberoamericana. Una reunión más dentro de la proliferación de encuentros de mandatarios. Como es usual en estos casos, siempre hay discursos estereotipados de los asistentes en los que al empezar sus intervenciones, hacen un elogio al anfitrión y a su gestión. En este caso, al Premio Nobel por el proceso que “pone fin a la guerra civil”, como algunos insisten en llamar al conflicto armado colombiano.

Las intervenciones de los presidentes en el exterior, como sucede también en las asambleas generales de Naciones Unidas, están dirigidas a los medios y a las opiniones públicas de sus propios estados, ya que a ninguno de los demás presentes les interesa lo que digan los otros. Incluso no siempre en sus propios países tienen la divulgación apetecida, no obstante que el mandatario, sus asesores y la prensa nacional hayan señalado que la visita o el discurso fueron “históricos”. A veces hay tantos hechos “históricos” similares que no cabrían en una enciclopedia.

Hace algunos años, no muchos, comentamos con Francisco Fernández Ordoñez, el ministro de relaciones exteriores español en el gobierno de Felipe González, que España durante la dictadura franquista y los primeros años de la democracia, había dado la espalda a sus antiguas colonias americanas, mientras que regularmente el Reino Unido celebraba reuniones con los 52 países del “Commonwealth” y Francia lo hacía con los 63 de la “Francofonía”, consolidando así su influencia geopolítica en los cinco continentes.

El mismo “Paco” Fernández y Felipe González, se propusieron al poco tiempo “descubrir nuevamente a América”. España cambió su actitud frente a América Latina, empezando porque el rey España o un representante de la Casa Real siempre se hacen presentes en las cumbres iberoamericanas que desde entonces comenzaron a realizarse. Incluso, para la televisión y la prensa locales la reunión gira alrededor de la presencia del monarca: el resto no es mayor noticia. Sobra decir que si ahora el rey hubiera venido acompañado de doña Letizia, ésta habría opacado la cumbre con premio nobel, proceso de paz y todo.

En algunos países latinoamericanos, la visita del presidente al exterior, especialmente a Europa, es un acontecimiento más social que político. El saludo a la archiduquesa de turno, la condecoración a un miembro de la realeza, el frac del presidente y el vestido de su señora, los entremeses en el banquete oficial, el color los caballos del coche y la marca del automóvil asignado son fundamentales... pero solamente en el país de origen del mandatario.

De todas maneras, las cumbres tienen la ventaja de favorecer el contacto personal entre los jefes de Estado, sus cancilleres y altos funcionarios lo que hace las relaciones sean mucho más fluidas y cordiales. Hace algunos años eso no existía: incluso las contadas salidas al exterior del presidente eran pugnazmente contabilizadas.

Basta decir que el presidente Misael Pastrana Borrero, expresó al final de su mandato que se sentía orgulloso de que solamente se había ausentado del país por 72 horas para asistir en Venezuela a la conmemoración de los 150 años de la batalla del Lago de Maracaibo.

El huilense Rafael Azuero, quedó encargado de la presidencia. Hubo una fastuosa toma de posesión en la plenaria del congreso con saco leva, bastón de mando, banda presidencial y honores militares por las escuelas militares y el batallón Guardia Presidencial en la plaza de Bolívar. Luego una recepción en el Palacio de San Carlos con centenares de invitados que llevaban sus mejores galas. Desafortunadamente no duró mucho, porque se incendió el edificio de Avianca.

Eran otros tiempos...

* Profesor de la facultad de ciencia política, gobierno y relaciones internacionales de la Universidad del Rosario.

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