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Sesenta años de castrismo…sigue la revolución

La vigencia del castrismo durante 60 años, a pesar de la caída del socialismo, debe tener alguna explicación.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
20 de abril de 2018

Cuando Fidel Castro, en compañía de su hermano Raúl, entró triunfante a La Habana el jueves 8 de enero de 1959, ni los cubanos ni la comunidad internacional imaginaron que el “castrismo” perduraría por 60 años.  

Todos creyeron que, como era usual en la mayor parte de los países latinoamericanos, el régimen sería efímero y que sólo duraría hasta cuando los Estados Unidos decidieran precipitar un cambio. Incluso algunas de las familias que salieron hacia Miami, dejaron parte de sus pertenencias en Cuba convencidas de un pronto regreso.

De ahí en adelante, en muchas ocasiones se consideró que el régimen castrista estaba en sus estertores. En 1960 cuando la OEA afirmó que el sistema interamericano era incompatible con toda forma de totalitarismo; en 1961 con la fallida invasión  por Playa Girón patrocinada por los Estados Unidos; con su expulsión de la OEA en enero de 1962; durante la crisis de los cohetes que estuvo a punto de precipitar un conflicto mundial en 1962; con el bloqueo comercial y económico auspiciado por Washington ; con el derrumbe del socialismo y la disolución de la Unión Soviética e incluso, con el retiro y fallecimiento de Fidel Castro.

Sin embargo, la esperada caída del castrismo no se dio: esta semana Miguel Díaz-Canel ha sido elegido como sucesor de Raúl Castro, que sin embargo retendrá la jefatura del partido comunista cubano que es el que rige al país.

¿Cómo es posible que el controvertido régimen castrista, que ha apoyado a grupos armados en otros países y ha tratado afanosamente de exportar la revolución, haya prevalecido tanto tiempo? Aunque ha seguido pautas que fueron comunes en los países socialistas, la explicación no se puede limitar a eso, ya que el socialismo cayó y el castrismo subsiste.    

Fuera de que Cuba es una isla, lo que facilita su control interno y la defensa exterior, el gobierno ha infundido dentro de la población la convicción de que su país, es no sólo “lo más bello que ojos humanos hayan visto” como dijo Cristóbal Colón, sino lo mejor del mundo:  cuna del bolero y la salsa, líder en medicina, deportes, ciencia y educación, en todo. Si no están a la par de los grandes, es por el bloqueo norteamericano.

Destacan que, en contraste con otros estados, es un país tranquilo y seguro en el que sus habitantes son afables y cordiales, donde no hay violencia ni en el campo ni en las ciudades y en el que todos, aunque sea precariamente, tienen cubiertas sus necesidades básicas. Tienen como millones de latinoamericanos, africanos y asiáticos, la tentación de los Estados Unidos, con la diferencia que los cubanos están a solo 90 millas.

Pero además a gran parte de la población cubana no le interesa la democracia como nosotros la concebimos. Poco les importa que haya proliferación de periódicos, de noticieros de televisión y de partidos políticos, mucho menos que cuenten con un congreso “deliberante y representativo”.

Les interesa asegurar la comida cotidiana salpicada con ron y algo de música, el techo, el vestido, la educación y la atención médica, por deficientes que sean. Incluso algunos cubanos con auténtica curiosidad me preguntaban ¿Cómo es posible que Colombia con la grave situación por la que atraviesa, tenga congreso?    

También Estados Unidos con su política beligerante hacia Cuba han contribuido a la vigencia del régimen castrista que generó, dentro del país y en el mundo la visión de que libraban una lucha similar a la de David contra Goliat, que les trajo muchas simpatías en el mundo.

Ha existido además un hecho fundamental: el extraordinario carisma de Fidel Castro que en medio de adoradores y de enemigos acérrimos, fue una de las grandes figuras contemporáneas. Aunque Raúl dista mucho de tener las mismas características, su condición de compañero de Fidel en la Sierra Maestra, su lealtad a él a toda prueba, unida a su habilidad y pragmatismo, le permitieron recoger el legado de su hermano.      

 

 

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