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JUSTICIA UNIVERSAL

Por: Antonio Caballero

Parece ya inminente (aunque nunca se sabe) el comienzo en España del juicio contra el
ex dictador chileno Augusto Pinochet por algunos de sus crímenes de Estado. Y eso nos tiene muy
contentos a todos los ciudadanos rasos del planeta: por fin va a ser juzgado, y quizás condenado (y no
simplemente ahorcado de un farol al cabo de una revuelta exitosa, o fusilado en su palacio al cabo de una
guerra perdida, o simplemente enviado al exilio como consecuencia de un golpe de salón), un jefe de Estado.
Pero en cambio eso preocupa seriamente a los jefes de Estado del mundo entero, y a los ex jefes de
Estado, y a los que aspiran a ser en el futuro jefes de Estado. Y no les falta razón. Saben que si el
precedente del juicio a Pinochet prospera, a todos ellos se les puede venir pierna arriba algo parecido.
Por eso claman su escándalo personajes en apariencia tan diferentes como la conservadora británica
Margaret Thatcher y el socialista español Felipe González, el comunista cubano Fidel Castro y el populista
argentino Carlos Menem, y hasta Juan Pablo II, Papa cristiano de Roma. El propio Bill Clinton, presidente
de Estados Unidos, un experto camaleón que no puede ser llamado ni socialista ni conservador, ni
comunista ni populista, ni cristiano, ni Papa, aunque pose de ser una mezcolanza desfachatada de todo eso
(si es que alguno de todos los nombrados corresponde al adjetivo que ellos mismos se adjudican:
¿socialista González? ¿Conservadora Thatcher? ¿Comunista Fidel? ¿Cristiano el Papa? Ni siquiera es de
Roma. En cuanto a Menem...), el propio Clinton, digo, se inquieta con lo de Pinochet. Y para ayudar a la
justicia ordena a sus servicios secretos, que pusieron al general chileno en el poder, que entreguen
documentos al respecto: pero con tachaduras: son una mancha negra. Todos ellos se horrorizan de que vaya
a ser juzgado su colega chileno. Porque aunque en apariencia sean distintos, en realidad son idénticos: y
todos son exactamente iguales al general Pinochet. Todos ellos son jefes de Estado. Y en consecuencia,
muy probablemente, criminales de Estado. Cabe suponer que el juicio a Pinochet alarmaría inclusive, si
viviera, a Salvador Allende
En esto de los criminales de Estado hay, por supuesto, grados. A Felipe González, por ejemplo, lo
acusan de 20 muertos en una guerra sucia contra la banda terrorista ETA, por la cual algunos de sus
subordinados _inclusive un ministro_ están hoy en la cárcel. A Pinochet lo acusan de más de 15.000 muertos,
torturados y desaparecidos (y también algunos de sus subordinados están presos por eso). A otros jefes de
Estado ni siquiera se atreve nadie a juzgarlos. El iraquí Saddam Hussein, por ejemplo, mandó matar (o según
ciertas versiones mató con su propia mano) a sus dos yernos y a unos cuantos millares de 'traidores' más,
sin que ningún juez se aventurara, ni en su país ni en el extranjero, a levantarle la voz. A la reina Isabel II de
Inglaterra sólo su frustrado consuegro Al Fayed ha osado implicarla en la muerte de su nuera Diana de Gales,
y ningún juez le ha hecho caso. El camboyano Pol Pot, responsable de la masacre de dos millones de sus
compatriotas, fue juzgado por sus propios compañeros jemeres rojos, pero no condenado; y no sonó muy
serio que también lo reclamara en juicio el gobierno de Estados Unidos, el mismo que le había dado asilo
político a su predecesor en el gobierno de Camboya, el mariscal Lon Nol, responsable de la muerte de
otros dos millones. Pues no es sólo que haya grados en el crimen (de dos muertos a dos millones de
muertos), sino que todo depende de quién sea el criminal.
Por eso no hay razón para que los ciudadanos rasos del planeta estemos contentos de que se juzgue a los
jefes de Estado, como, en teoría, se juzga a todo el mundo. Porque sucede que sólo se juzga a algunos
de ellos: los de los Estados débiles. ¿Se le ocurrió a algún juez de Nueva Zelanda llevar a juicio al
presidente francés François Mitterrand por haber ordenado el hundimiento, en Nueva Zelanda, y con varios
muertos, de un barco ecologista de Green Peace que perseguía las pruebas atómicas de Francia en el
Pacífico? No: no se le ocurrió. Ni se le ocurrió a ningún juez de Panamá llamar a juicio al presidente
norteamericano George Bush por haber bombardeado la ciudad de Panamá, causando 5.000 muertos, para
capturar a un agente rebelde de la CIA, el general Noriega. Ni se le ocurrió tampoco al Tribunal de La Haya
denunciar al Vaticano por haber entregado a ese mismo Noriega, violando asilo diplomático que había recibido
en la Nunciatura panameña.
Lo de Pinochet va también por ahí. Es _o era_ un pequeño tirano. Y de un pequeño país. Y por eso lo juzgan.
Pero los ciudadanos rasos del mundo sólo estaremos de verdad contentos cuando veamos juzgado a Bill
Clinton, o a alguno de sus predecesores en la presidencia de Estados Unidos, por un tribunal de Kosovo, o
de Somalia, o de la isla de Granada, o de El Salvador, o de Indonesia. O de Chile.

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