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LA AURORA BOREAL

4 de julio de 1983

JUAN DIEGO JARAMILLO
Hace una década, no se hablaba en Colombia de recesión, reactivación, capitalización o productividad. Eran conceptos demasiado sofisticados para la simplísima economía colombiana que se manejaba, todavía, al ojo y al tanteo, como todo lo nuestro, incluyendo el gobierno.
Hoy en día, empero, el debate económico se sitúa en primera línea de todas las conversaciones, y los analistas están atentos a observar el primer signo de la reactivación económica en un sistema que se ha vuelto, como los de los países industriales, sensible ante los estímulos.
En una economía que ha desarrollado vasos comunicantes con el sistema de las decisiones políticas, el debate sobre filosofía económica adquiere primera importancia ya que lo que haga o lo que deje de hacer el gobierno, o el Congreso, tiene un impacto directo sobre el bienestar económico y social del país. Otros eran los tiempos en que la industria privada andaba por senderos separados, aunque paralelos, de los que recorría el sector público.
Anemia y sangría: Los colombianos, esperando como estamos que se vean los primeros signos de la reactivación, la aurora boreal de nuestro sistema de libre empresa, hemos olvidado en el curso del debate dos puntos de primera importancia: el de los incentivos y el de las cargas laborales. En medio de una crisis de la hacienda pública, todos los esfuerzos parecen centrarse, paradójicamente, en producir la reactivación quitándole más plata por medio de los impuestos, al sector privado. ¡Una contradicción en los términos!. Los redactores de la primera emergencia, dominados por el pensamiento socialista y fiscalista del señor Perry, y compañía, no pusieron en ella elemento alguno de estímulo positivo a la producción.
Aplicaron a las empresas el típico tratamiento de los teguas medievales que curaban (?) una anemia con ventosas sajadas, remedio este que, entre otras cosas llevó a los cielos a nuestro Rey, Felipe II. El diagnóstico de que la falta de plata de las empresas se cura aumentándoles los impuestos no tiene precedente en la historia económica de occidente y resulta tan estrambótico, apenas como el que ha propuesto recientemente el joven parlamentario Daniel Mazuera para la capitalización de las sociedades: que el gobierno compre con la plata de los impuestos, propiedad sobre las empresas débiles y la regale, así como suena, a los contribuyentes. La propuesta de Mazuera, bien intencionada, representa un conservatismo capitalista, de derecha, que ya no tiene aceptación hoy en día. Pero no solamente carece de bases morales, sino de efectividad. Se propone que el gobierno acepte, como un pago de impuestos, la suscripción de acciones hasta por el 10% del monto del tributo debido.
Esto implica en la práctica una rebaja de impuestos del 10% --que nadie se ha atrevido a proponer formalmente--y luego un desembolso de dinero del erario para compra.
Con el agravante de que estas acciones que el Estado adquiere con su propia plata (la de los impuestos) no serían retenidas en manos públicas, por ejemplo depositadas en el IFI, sino que serían obsequiadas a los contribuyentes, evidentemente a los más ricos, a cambio del cumplimiento de su obligación moral de pagar impuestos. La propuesta es desatinada, pero elude el principio fundamental de la capitalización que sería bueno aclarar para poder producir la anhelada reactivación: que la gente suscribe acciones si es buen negocio hacerlo, y no las suscribe, si es mal negocio. Aunque las reciba regaladas como lo propone el doctor Mazuera. El beneficiario de esta liberalidad del gobierno, tratándose de acciones poco deseables desde el punto de vista de su rentabilidad, acudiría inmediatamente a la bolsa a venderlas a mitad de precio... ¿Por qué no optar, más bien, por unos créditos sin intereses a las empresas decaídas, ya que el Estado estaría dispuesto, de todas maneras, a regalar el 10 % del recaudo por impuestos? O,lo que es más sencillo, ¿por qué no desmontar la doble tributación?
No hay incentivos: Pero el punto que nos interesa discutir es otro.
Esencialmente, que para rescatar la supervivencia de nuestro régimen de libre empresa es necesario diseñar estímulos que vuelvan productivas las empresas. Hay que desmontar el sistema de la retroactividad de las cesantías; reducir la rentabilidad de los papeles públicos pues, al fin y al cabo, quien fija el interés es el gobier no por medio de sus papeles de captación, y hay que reducir las tasas nominales de los impuestos para atraer nuevas inversiones. Esto en poco tiempo, produciría la caída de la inflación y de las tasas de interés, haciendo de Colombia, nuevamente, un buen lugar para invertir. Incentivos, y no reglamentos, es lo que requiere nuestra economía.
Pues el organismo enfermo no parece dispuesto a dejarse engañar por la sangría que querían hacerle los primeros fiscalistas, o por la infusión de sangres debilitadas que se ha propuesto recientemente. Rebajen los impuestos, sin fórmulas complicadas, reformen el sistema laboral, y todo vendrá por añadidura. -

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