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La caída de Goliat

Una lucha desigual, a lo “David contra Goliat”. El curtido político, después de pasar ocho años en la Casa de Nariño, encontró en el Senado el escenario propicio para perpetuar su legado.

Javier Gómez, Javier Gómez
20 de agosto de 2020

Al “presidente eterno”, como le dicen sus discípulos a Álvaro Uribe Vélez, le apareció la autoridad que lo puso tras las rejas. Al intocable y omnímodo expresidente, dueño de 800.000 votos en 2018, lo puso en la cárcel -lo digo simbólicamente-, un político de izquierda y defensor de los derechos humanos que a duras penas logró 80.000 votos, Iván Cepeda Castro.

Una lucha desigual, a lo “David contra Goliat”. El curtido político, después de pasar ocho años en la Casa de Nariño, encontró en el Senado el escenario propicio para perpetuar su legado, blindarse del cúmulo de investigaciones que lo acechan y, por supuesto, consolidar su proyecto con la elección de Duque como presidente en compañía de los 18 senadores que ayudó a elegir. Ya broquelado, utilizó el proyecto para volver trizas el acuerdo de paz, pisotear y borrar de la faz política a la izquierda, porque, según Uribe, es la madre de todos los males que tiene Colombia.

El poderoso senador (o ¿Goliat?), que colonizó durante dos décadas la vida política de los colombianos, quiso destruir y mancillar la reputación de Cepeda Castro (o ¿David?). Aturdido por el odio, no aguantó los serios cuestionamientos que le hizo el senador de izquierda en el debate de control político (17-09-14) por sus relaciones con grupos paramilitares, Uribe abandonó el recinto y, previo aviso a los 107 senadores, raudo se dirigió a la Corte Suprema de Justicia (CSJ) a denunciar a su opositor por manipular y comprar testigos para que declararan en su contra; pero el tiro le salió por la culata: de denunciante paso a investigado.

Acostumbrado a imponer su voluntad política -cambió la Constitución para hacerse reelegir- se estrelló contra el infranqueable muro de la CSJ que, tras asumir la investigación, encontró que los hechos eran opuestos: fue Uribe (como presunto determinador) quien en compañía de su equipo de la Unidad Legislativa y el abogado Cadena (hoy también preso) el que quiso enlodar a Cepeda, al establecer un presunto fraude procesal y soborno de testigos contra el legislador de izquierda.

Acorralado, tras el descubrimiento de su macabro plan contra Cepeda, acudió al poder establecido para que este lo rescatara y encontró, como era de esperar, un incondicional apoyo; ese establecimiento, sin importar el cúmulo de evidencias o lo dicho por la CSJ en su providencia, extendió una capa de protección sobre el expresidente, incluida una clase política repugnante, un empresariado genuflexo y una camarilla de periodistas que salieron del closet uribista para edificar un muro de impunidad; lo que debería ser una postura de decencia y de respaldo a la independencia de la justicia como soporte democrático, los medios de comunicación optaron por confundir y propagar el miedo de que si Uribe iba a la cárcel el país se iba a despedazar; pero además sin el menor asombro dejaron que graduara a los magistrados de “secuestradores y mafiosos”.

Por su parte, consciente de los instrumentos que provee la democracia, Cepeda hizo lo que debe hacer cualquier demócrata: primero estremeció la integridad de Uribe en un debate de control político para recordarle que era un hombre terrenal con muchas investigaciones judiciales a cuestas que rayan con delitos de lesa humanidad, y después acudió al llamado de la justicia para responder por la trama que le había fabricado el todo poderoso Goliat y, absuelto por la CSJ, le lanzó la honda de David que quedó estampada en la frente del preso #1087985.

Dice Wikipedia que la frase “David contra Goliat” ha adquirido un significado muy popular, denotando una situación en desequilibrio, una competencia en la que un oponente más pequeño y más débil se enfrenta a un adversario más grande y más fuerte. Es una descripción que encaja en la rivalidad entre Álvaro Uribe e Iván Cepeda, el primero un potentado político enchufado en las añejas élites capaz de evadir cualquier llamado de la justicia (hasta el 4 de agosto de 2020) y el segundo, un político de izquierda defensor de DD.HH que hizo de la justicia su propia causa y lo derrotó. El país, sin vacilación alguna, está cambiando.