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La calle no calla el deseo de aportar a la construcción de la paz

La marcha del 9 de abril demostró los anhelos, la esperanza y la disposición por participar en el proceso de paz. Y de experimentar una Colombia diversa, unida y activa.

Miguel Ángel Herrera
10 de abril de 2013

No era una simple marcha, era una manifestación que tenía en el centro a las víctimas y se oponía a cualquier tipo de violencia (directa, estructural o cultural). Y también centrada en lo que podríamos llamar, como muchos lo hicieron y gritaron durante el evento, una paz con justicia social. 

Soy consciente de que en anteriores textos he sido crítica frente algunos modelos de paz, y he hecho evidente mi oposición a modelos expansionistas y colonizadores de paz, asfixiantes, los cuales excluyen a la comunidad, lo local,  la cotidianidad y los micros escenarios. Pero esta vez quiero manifestar cómo la marcha se acercó a las concepciones de paz que apoyo, modelos un poco más posliberales, los cuales demuestran que los grandes gestores paz no están en el gobierno o las instituciones académicas, y que la paz no es un tema que sólo preocupa a los que están ahora sentados en una mesa en La Habana.  

En este sentido, la marcha dejó ver una “paz popular”, una paz que busca reorientar las ideas dominantes y hegemónicas, y apuesta por las prioridades que se derivan del día a día de las personas. Donde se hace evidente el grito del pueblo por hacer los procesos algo más democrático en incluyente. Procesos que son fomentados desde la deliberación y el diálogo, lo que significa unas legitimidades desde lo local. 

En este orden de ideas, David Roberts, creyente de la paz popular, recuerda que las instituciones no pueden ni deben ignorar las prioridades populares, que son la estructura de la “paz popular”, que no es otra cosa que una conexión con el día a día, la gente, y sus procesos socioculturales, logrando movilizar las necesidades públicas. Pues se trata de una reconexión con los sujetos y sus diversos contextos. 

Si bien se sabe, el fin del conflicto armado no es la paz, y la paz nadie la va a traer de La Habana, la paz se construye acá, y se hace a través de la disposición y la contribución de cada ciudadano desde su quehacer, desde las estrategias locales y las demandas comunitarias, las cuales alcancen procesos emancipadores que den la oportunidad de ser a todos protagonistas y escritores de sus historias.   

En efecto, una paz popular implica la participación de la comunidad en la que las costumbres, las cosmovisiones y las necesidades actúan como redes de significado,  orientadoras de procesos coherentes y útiles socialmente. Por eso me gusta lo que se vivió el pasado nueve de abril, donde marchar fue un encuentro enriquecedor, pues se trató de un espacio donde se dieron cita diversas personas que desde distintos escenarios apostaban por mejores condiciones de vida; grupos artísticos y culturales, organizaciones sociales y partidos políticos, hicieron evidente su deseo de aportar a la construcción de una paz que implique cambios profundos en todos los niveles, con el fin de no quedarse en una paz cosmética.