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La cara oculta del político

Sin temor a sonrojarse, cada político debe imaginarse como un diamante en proceso de pulir su mejor curva; un producto de consumo masivo para la venta. Que tras cada declaración se está jugando su reputación y que por ello debe entrenarse no solamente para saber los datos, conocer las demandas, sino también saber comunicarlas.

Luis Ángel Murcia, Luis Ángel Murcia
26 de junio de 2019

Partimos del hecho que, de persistir los sistemas políticos democráticos, la política electoral no desaparecerá: es rentable, moviliza las economías locales y, así no lo parezca, genera expectativas colectivas como casi nada. Lo que sí tiende a esfumarse es la confianza por las instituciones, por la calidad de la democracia, los partidos políticos y, claro está, por los políticos. Entre el escepticismo y la suspicacia se perfila la contienda electoral de 2019 para elegir gobernantes y cuerpos colegiados en las 1103 municipios y 32 departamentos en Colombia.

De acuerdo con el Latinobarómetro (2018) tan solo 25 de cada 100 colombianos dicen sentirse satisfechos con la democracia y, en una proporción similar, la abstención electoral ha sido una constante a lo largo de los años en un amplio margen del territorio nacional. Sin embargo, frente a quienes participan con su voto en los comicios, la evidencia muestra que 8 de cada 10 electores han decidido su voto antes que comiencen las campañas. Claro está, que por lo general ese voto (a pesar de lo malo del sistema y a las rígidas estructuras políticas, especialmente de zonas semiurbanas y rurales) suele estar atado a la costumbre, a la elección menos mala, a lo tradicional.

¿Cómo revertir el hecho según el cual los políticos son parte del problema y no de la solución? ¿Cómo movilizar un concepto, una imagen y un perfil político acompañado de contenido, fondo y valor? Algo de ciencia aplicada y de técnica comunicacional favorecería un camino de transformación en la manera de hacer política.

La era digital no solo ha condicionado y, de hecho, transformado la manera de comunicar ideas desde arriba. También, desde abajo, los ciudadanos tienen acceso a ingentes cantidades de información y de forma, a lo sumo intuitiva y en extremo lógica, infieren soluciones eficientes a sus demandas. En la primera dirección, un programa político tangible, que sea alcanzable en el corto o mediano plazo, es una apuesta asertiva para hacer política y debe mostrar coherencia con la realidad territorial y los anhelos ciudadanos.

Con el uso de datos, indicadores y modelos de éxito, más una correcta técnica de diseño programático, es altamente probable satisfacer a un amplio número de electores que cada vez están menos dispuestos a tranzar su voto por arreglos económicos. El voto de opinión crece y, en definitiva, el éxito de ese buen programa estará determinado por la manera como se logre posicionar en el imaginario de las personas y seduzca, persuada su intención de voto. Ad portas de arrancar en firme la carrera electoral, se sugieren algunas recomendaciones para hacer efectiva la comunicación y el posicionamiento político de candidatos.

Personalidad y carácter: en la construcción de una imagen y un discurso programático, modificar parcial o totalmente la personalidad es la última opción a considerar. En el momento en que el candidato deja de ser él o ella (por quizás parecerse más a un candidato prototipo) pierde naturalidad. Si pierde naturalidad deja de transmitir convicción. Si no resulta convincente no genera credibilidad. Y si no es creíble no genera confianza y allí se pierde el voto.

Calidez y sensatez: en política no basta ser candidato sino también parecerlo. En la velocidad de las campañas -desde luego también antes y después de la misma- se necesita demostrar calidez y apertura a los ciudadanos; construir imagen con una buena dosis de inteligencia emocional y capacidad de adaptación a contextos: no demostrar enfados, ceños fruncidos, regaños. Bajo estas actitudes los mensajes no llegan. En lo opuesto, no se debe abusar de la sonrisa (no es lo mismo la risa que la sonrisa). En política hay una línea delgada entre movilizar una imagen y el espectáculo, el show, lo frívolo. Bajo ninguna circunstancia se puede generar la sensación de improvisación.

Contenido y soporte: un político debe convencerse y convertirse en referente. Sobrepasar la imagen de su propio partido o movimiento y capturar apoyos que, en otras circunstancias, y a propósito de la desconfianza, jamás votarían por su propia estructura. Además de notaría de avales, un buen número de partidos suelen actuar en un marco de eclecticismo temático, variando significativamente de una región a otra. Los votantes valoran y tienen a premiar a aquellos políticos que exponen cierta rebeldía. Que no necesariamente están dispuestos a seguir al pie de la letra lo que defiende su partido. Por el contrario, construyen realismo: símbolos, colores, discurso y posturas propias.

En lo frenético la contienda y de cara al éxito electoral, no apremia tanto que la gente lea o no el programa político -seguramente los partidos tampoco lo leen-, pero sí deben definirse dos cosas: 1) Presentar mensaje genuino, concreto, sólido, con una plataforma programática de fondo; 2) Prefigurar un sello personal, una determinación, un valor agregado que lo separe de la masa de competidores. Las elecciones se deciden por el sello personal del político y sus compromisos de valor.

De cara a vislumbrar cambios en el establecimiento en el inmediato futuro, los ciudadanos anhelan otro tipo de comunicación política, especialmente, otro tipo de mensaje. Puede haber un buen programa de gobierno, buenas propuestas, pero si no se comunica. Sin temor a sonrojarse, cada político debe imaginarse como un diamante en proceso de pulir su mejor curva; un producto de consumo masivo para la venta. Que tras cada declaración se está jugando su reputación y que por ello debe entrenarse no solamente para saber los datos, conocer las demandas, sino también saber comunicarlas. En una campaña termina ganando el que comete el penúltimo error. Lo importante son construir relaciones de confianza a largo plazo.

Consultor político, experto en desarrollo territorial y profesor universitario.

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