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LA CARRUCHA

Ese es el zumbido que ahora recuerdo, como los quejidos de un fantasma entre la bruma de la añoranza. Nadie les decía "carruchas" porque esas son las palabras de ciudades como Cartagena y Barranquilla. En nuestro lenguaje de aldeanos se llamaban "runrunes

Semana
13 de noviembre de 1989

Me parece estar oyendo su zumbido, entre el viento calido de las cuatro de la tarde, cuando regresábamos del colegio. Un tropelín de muchachos escandalosos que tiraban al aire las talegas de lona con los libros. Emiromel se iba, a escondidas, a pescar barbulas en la barranca del rio. Diez más organizaban un partido de bolita de caucho en el solar donde se quemó la casa de Rafael Vargas.

Los otros montábamos un campamento bajo los almendros de la plaza mayor de San Bernardo del Viento. Ese es el zumbido que ahora recuerdo, como los quejidos de un fantasma, entre la bruma de la añoranza. Nadie les decia "carruchas", porque esas son palabras de ciudades como Cartagena y Barranquilla. En nuestro lenguaje de aldeanos se llamaban "runrunes". Pero es lo mismo.

La materia prima para su fabricación era elemental: un pedazo de hilo de coser, recogido cuando la señora América botaba por la ventana los desperdicios de su máquina de pedal, o a veces, también se utilizaba un trozo de pita delgada.

El otro elemento era una tapa de gaseosa o de cerveza. Era menester aplanarla, contra el pretil, golpeandola con una piedra, hasta que quedara lisa por completo.
Se le abria a la tapa - también conocida como "checa" o "chequita" por razones que no he podido saber-un par de huecos, con un clavo, lo que la hacia parecerse a un botón. Por ellos pasaba, de ida y vuelta, el hilo.

Extendiendo la cuerda entre los dedos indice de cada mano, la tapita y el hilo giraban en redondo, a una velocidad superior a la del avión "Concorde", y era ese movimiento rotatorio, frenético, el que producia el susurro, el que cortaba el viento, el que emitia aquel!a música inolvidable.

La primera parte de tan singular campeonato consistia en descubrir quién era capaz de baila más tiempo el runrún, más rápido y con más me!odia. Pero alguna vez apareció un perverso y se inventó la pelea. El tuyo contra el mío, cara a cara, de frente, como boxeadores. Las dos tapas, furiosas, se buscaban en el aire acercándose con cautela, alejándose con presteza, regresando hasta que la tapita de mejores reflejos cortaba el hilo de su rival.
La algarabía de la celebración era tan grande, que el padre Agudelo, que a esa hora dormitaba en su confesionario, oyendo los pecados de las beatas, tenia que salir a la plaza a imponer el orden a cogotazos.

La cosa se puso seria el día en que alguien comprobó, en carne propia, que aquella diversión era peligrosa. No sólo porque las tapas, de por si; eran cortantes como navajas, sino también porque algún muchacho malvado comprendió que podia sacarles más filo, amolándolas en un cemento o en una paredilla. Varias cicatrices en mejillas, frentes, manos y brazos sobreviven desde entonces, y hasta hubo un competidor que perdió un ojo a causa de una carrucha saltarina. Desde entonces, y a pesar de los años que han pasado, lo siguen llamando "El Tuerto Runrún".

A las carruchas también las denominant en diferentes regiones, garruchas - que es palabra de buena familia, porque la reconoce el diccionario -, carrumbas, carrillas, o zumbambico, como en el Valle y el Cauca.

Parece, según dicen los libros, que los españoles antiguos, que no usaban el runrún como competencia cortante, sino como simple juego giratorio, lo conocían con el nombre de trócola. Todo indica, si es que le hemos de hacer más caso a los tratados sabios que a la gracia natural de Mike Schmulson, que esa palabra deriva de la latina trochlea, que es el origen de la palabra polea.

Esas cosas se van acabando, arrastradas por la vida y por los juguetes japoneses de baterias, pero yo quiero hacer ahora, en esta página, una categórica advertencia a los fabricantes de gaseosas y cervezas: si se empeñan en envasar sus productos en latas o en litros, saldré a las calles de Sincelejo y de Coveñas con una pancarta, convocando a los runruneros de los confines de las sabanas de Sucre, de Morrosquillo, del Sinu, para que nos declaremos en un paro de runrunes caidos, porque, si no, señores industriales, ¿de dónde diablos vamos a sacar las tapitas?
Y eso que no les he hablado, todavía, de un juego similar y ya casi extinguido, una especie de béisbol rudimentario, que era "la tapita", identificado en varias regiones costeñas como "la chequita". Pero ese será tema para escribir otra crónica un día de estos. O de los otros...

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