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La columna de Gustavo Gómez

Semana.com publica en su totalidad los comentarios del periodista sobre la columna de Daniel Coronell.

16 de marzo de 2014

A propósito de los roces entre los periodistas Gustavo Gómez y Hollman Morris, el también periodista Daniel Coronell dedicó una columna a exponer sus puntos de vista sobre el asunto. Gómez hace una serie de comentarios, también en formato de columna sobre la perspectiva del columnista de Semana.

Sobre el amargo deber de Coronell

Hace 25 años soy periodista. Pero hace 46, colombiano. No he creído nunca en solidaridades de cuerpo ciegas y sordas y mudas (como las que nos regalaron el cáncer de la pederastia en la Iglesia Católica). Los periodistas no estamos blindados frente a la ley y a la Constitución, y tenemos en nuestro ejercicio límites que pueden resultar incómodos, pero no por ello se desvanecen en nuestra soberbia. Un médico, un abogado, un arquitecto, pueden hacen apuntes críticos sobre sus colegas que equivocan el camino, en detrimento del bienestar de la sociedad, de la misma manera en que ese derecho nos asiste a los periodistas. Eso es muy distinto a condenar y dictar sentencia, que es un asunto reservado a los jueces.

Creo sano ventilar estos tópicos, aunque la coyuntura política del país a veces enturbie las aguas. No considero, y en ello estoy de acuerdo con Daniel Coronell, que entrevistar a guerrilleros haga guerrilleros a los periodistas. Pero me parece que se deben guardar ciertas distancias y no entrar en el terreno de la conversación animada, el consejo y la correspondencia con recomendaciones a criminales.

Tengo y tendré relaciones profesionales con personas que han dejado las armas, porque en este país debemos caber todos, incluso el alcalde Gustavo Petro, que es autoritario, mal administrador y pésimo gobernante. Pero en cualquier acercamiento laboral que se produzca antes de su llegada a la arena democrática, los periodistas debemos ser extremadamente serios y rigurosos, so pena de contraer una especie de Síndrome de Estocolmo Tropical.

Mi sueldo, si me permiten una rápida enumeración de los últimos años, lo han pagado Caracol Radio, Publicaciones Semana, Canal Caracol, El País, El Espectador y, más que ellos, sus audiencias y sus lectores. No hay contratistas cancelándome coimas para completar el colegio de mis hijos ni políticos consignándome “cariñitos” por mi trabajo. Mucho menos elaboro publirreportajes para la Policía Nacional, a la que, entre otras, critiqué abiertamente en radio y redes sociales por no explicar con entereza la conducta del ESMAD en los videos que resultaron de las protestas del 2013. Y no una vez, sino varias.

Paso a plantear un par de puntos sobre Hollman Morris, gerente-periodista de un canal en el que abierta, y también soterradamente, (a través de derechos de petición infamemente orientados contra colegas) se ha tratado de socavar mi accionar profesional por motivos que no pueden ser diferentes a uno de los pecados de Morris: haber convertido un canal público, sostenido con dineros de todos, en jefatura de prensa audiovisual de un político que, además, también es funcionario. Ese punto gris, que la mayoría de mis colegas han preferido eludir para no molestar al “gremio”, es de dimensiones vergonzosas.

Defendí públicamente a Morris cuando la Procuraduría lo puso en la mira por haber transmitido el concierto de Paul McCartney, lo he tenido al aire varias veces hablando de las persecuciones de las que ha sido objeto, entrevisté a muchos directores de los programas del canal cuando remozaron la parrilla con su llegada, le avisé personalmente sobre un posible atentado a su cuenta de Twitter y manifesté, al aire y en redes, mi condena a las amenazas que él denunció ante la opinión hace unos días.

Pero eso no impide que vea con preocupación muchas de sus actuaciones, que, repito, han pasado los límites del periodismo serio y equilibrado, pero no lo convierten en guerrillero, como equivocadamente me atribuye Coronell en el pasaje más desafortunado de una columna en la que me equipara con alguien que es cada vez más activista, estratega y asesor, y menos periodista.

Lamento profundamente que hayan perseguido a Morris y que haya tenido que pasar malos momentos en el pasado, pero también deploro cómo, tal vez víctima de esas presiones del establecimiento, haya terminado dando pasos en terrenos de arenas movedizas para todo periodista que respete las reglas del Estado de Derecho.

No soy su juez, pero sí uno de sus muchos críticos. Y cada vez que algo que él haga (o cualquiera de mis colegas) me parezca que traicione el espíritu del periodismo, lo diré. Y lo haré porque, con sus infinitas deficiencias, en este país todavía tenemos derecho a la libre expresión. Aquí lo único bolivariano, por lo pronto, es el Expreso.

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