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La confusión entre periodistas y mercaderes

Mauricio García V., investigador de DJS, critica la creciente práctica de los medios de comunicación de camuflar publicidad como información.

Semana
14 de febrero de 2005

A raíz de la campaña de desinformación sobre la guerra en Irak emprendida por varios de los más importantes medios de comunicación en Estados Unidos, sigue creciendo en el mundo el debate sobre el periodismo y sus vínculos con el poder económico y político.

Todos tenemos clara la distinción entre información y propaganda. No es lo mismo un artículo sobre, por ejemplo un carro, escrito por el fabricante, que el mismo artículo escrito por un ingeniero automotor. Dado el interés legítimo que tienen los vendedores en exagerar las cualidades de sus productos y en desconocer las de los demás, la información que de ellos recibimos la tomamos con una buena dosis de sospecha. De esta manera, el juego del mercado se libra entre la exageración del vendedor y la sospecha del comprador.

La información periodística en cambio pretende ser objetiva y cierta. Aquí no hay ningún juego estratégico entre quien produce la información y quien la recibe. Suponemos que los periodistas dicen lo que dicen porque así sucedió, no porque tengan un interés en que pensemos que así sucedió. El problema es que esta separación simple entre información y propaganda, que es uno de los pilares fundamentales de la sociedad moderna y democrática, se está deshaciendo. La realidad misma se vuelve como la información publicitaria: incierta.

Hace poco hubo un escándalo en Francia porque la prestigiosa guía turística Michelin, a partir de la cual millones de turistas en el mundo deciden dónde viajar, qué comer y dónde dormir en Francia, calificó de excelente un restaurante localizado en una región costera sin que el establecimiento hubiese siquiera abierto sus puertas.

En Colombia tenemos una versión mucho más grosera de este fenómeno en los programas radiales tipo Pase la tarde en los cuales los periodistas se dedican al 'análisis' de los beneficios milagrosos de un brebaje, una capsula o una faja para rebajar de peso. Para muchos, estos programas son lo que son: propaganda barata. Por desgracia, miles de personas caen en la redes de estos supuestos periodistas.

Pero estos son casos extremos, fáciles de detectar y que afectan sólo a ciertos grupos vulnerables de la población. Lo grave es cuando el maridaje entre el mercado, la política y el periodismo se hace de manera sutil e imperceptible, por ejemplo a través de los noticieros o la prensa escrita. Aquí son las bases mismas del sistema social y político que tambalean.

Los recientes escándalos periodísticos en Estados Unidos -el cubrimiento sesgado y propagandista de la guerra en Irak hecho por la cadena Fox, los casos Jack Kelley y Jayson Blair, estrellas del periodismo y mentirosos compulsivos al mismo tiempo-, el maridaje entre prensa y poder político en la Italia de Silvio Berlusconi, la compra de importantes medios de comunicación por vendedores de armas en Francia, la concentración del poder económico en el mercado de la información -la NBC es propiedad de la General Electric; la CBS, de Westinghouse; la ABC, de Disney, etc.- y, para no quedarnos por fuera, el híbrido mercantilista entre información, sexo y violencia que utilizan los noticieros de televisión de RCN y Caracol en Colombia -para no hablar de la radio- son todos hechos preocupantes que nos dan la incómoda sensación de que el mundo en que vivimos no es el que nos dicen, sino otro.

El fenómeno no es nuevo, claro está. Periodistas mentirosos y cortesanos los ha habido siempre, antes y después del célebre caso Dreyfus en Francia. Sin embargo, durante la década de los 70 se tenía la ilusión de que la prensa no sólo era objetiva e independiente sino que ella podía salvar la democracia. De allí surgió la idea de un cuarto poder -después del gobierno, el congreso y los jueces- capaz de fiscalizar y denunciar los abusos de los otros poderes. Es esta ilusión la que hemos venido perdiendo desde finales de los 80.

Vivimos en un mundo en donde la información es un bien abundante, a tal punto que sólo una mínima parte de lo que se produce se consume. La información se ha convertido en nuestro medio vital. Pero el porcentaje de esta información que obedece a la lógica del mercado es cada vez mayor. En esta especie de polución informativa -dice Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique- necesitamos una especie de 'ecología de la información' para depurar el medio ambiente en que vivimos.

Los medios han dejado de ser el 'cuarto poder'; pero hoy son más poderosos que cuando pretendieron serlo. Su capacidad para moldear los espíritus y esclavizar a la gente con modas, creencias y actitudes que sólo obedecen al interés económico es hoy más fuerte que nunca. Ese poder es particularmente eficaz cuando opera de manera velada, esto es, cuando la publicidad se disfraza de información. Los compradores asumimos una actitud de sospecha frente a la propaganda -sabemos en qué juego estamos-, y por eso no es fácil que nos engañen. Pero cuando no sabemos en qué juego estamos, es muy fácil que nos metan gato por liebre. Creemos que son periodistas pero en realidad son simples mercaderes.

Frente a la ausencia de un 'cuarto poder', la ecología informativa sólo puede venir de la organización ciudadana y de los límites jurídicos que a partir de allí se logren imponer a la interferencia del poder económico en la información.