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La del garrido garzón

Toda decisión es mala. Bavaria ya resolvió: no seguirá en Avianca. Los demás no saben qué hacer, si entrar o no, o gritar sálvese quien pueda

Semana
8 de agosto de 2004

Recuerdan esos versitos de Darío donde se cuenta la historia "del garrido garzón / con el acero clavado / muy cerca del corazón"? Son unas rimas tristes, ya que, según dictamen del médico, ese garrido garzón "con el venablo moría, / sin el venablo también". A mí se me vinieron a la cabeza al ponerme a estudiar lo que está pasando con Avianca, lo que pasó con Aces, y en general lo que está sucediendo aquí con la aviación comercial. Resumamos lo que creo que pasará con Avianca: sin Efromovich se muere, con Efromovich también.

Pero vamos despacio. El transporte aéreo en Colombia es un mercado inmenso, atípico en la región. En el país se mueven entre ocho y nueve millones de pasajeros al año, una cifra enorme comparada con nuestro número de habitantes, y esto se debe a circunstancias únicas: la geografía de los Andes ha impedido que se construyan autopistas en la zona más poblada; no existen ferrocarriles; a diferencia de otros países del continente, Colombia es una nación de grandes ciudades y no de una megacapital que casi todo lo absorbe; hay problemas de seguridad en los viajes por tierra; sólo en avión se puede llegar a muchos sitios lejanos, dado que no hay carreteras; además, los colombianos tienden a ser aventureros y se van del país, a buscar mejores aires, o vuelven al país, a curarse la enfermedad de la nostalgia.

Por tales motivos el negocio de los aviones, bien manejado, debería ser excelente. Hay muchos aeropuertos; tenemos pilotos, mecánicos y técnicos de calidad. Muchos de los despedidos de Aces están trabajando en la India, en Corea y en Marruecos. Allá los aprecian y les pagan porque saben hacer su trabajo. Aquí, en los últimos decenios, se montó una escuela aeronáutica, se hizo un gran esfuerzo para acumular conocimientos, pero hoy esta riqueza desperdiciada se desangra hacia otras partes.

La Alianza Summa fue una de las operaciones empresariales más perniciosas que se hayan visto. El capitán del barco pequeño, Posada, se unió al trasatlántico, que hacía agua. Al juntarse al gigante, también el barco pequeño se empezó a hundir (pues sus pocos recursos se convirtieron en la caja menor del barco grande). Entonces el capitán abandonó su barquito y saltó al grande, con mejor paga. El barco menor se hundió traicionado por su ex capitán, y casi todos sus marineros se ahogaron (o nadaron hasta la India). El grande seguía haciendo agua, pero como era grande se hundía más despacio. Y ahí está el paquidermo ineficiente, sobreaguando solamente por el Capítulo 11 (la ley de quiebras gringa), entre prórroga y prórroga, pero sin resolver los problemas estructurales de la empresa.

Uno de los más graves es la deuda que Avianca tiene con Caxdac, la Caja de pensiones de los aviadores, unos 120 millones de dólares. Los pilotos pagaban sus aportes, pero las empresas no. El gobierno ha sido cómplice con ellas al permitir desde hace mucho tiempo retrasos en los pagos. Ahora los accionistas, que vienen perdiendo plata, hacen lo posible por sacarles el cuerpo a esas acreencias. Llega un empresario más o menos oscuro de Brasil, Efromovich, más cargado de promesas que de dólares, y los miles de empleados -no sin razón, pues ya vieron lo que pasó con Aces- no saben si creerle o no.

Esta semana los pilotos decidirán si irse a la huelga o seguir aguantando en la incertidumbre sobre sus derechos. Ellos podrían ceder en algunos privilegios que tienen, pero no pueden estar seguros de que ese sacrificio los salve. ¿Volar más días y más horas, resignarse a la mitad de las vacaciones pactadas cada año, renunciar al escalafón como quiere Posada? No están peleando por aumentos, sino por los derechos adquiridos, que para algunos son excesivos, pero Avianca los firmó. Para los pilotos sería muy triste ceder, permitir que muchos colegas sean despedidos, facilitar así que Juan Emilio se gane un premio por ganarles el pulso, y que luego de todas formas la empresa naufrague y ellos se queden sin el pan y sin el queso. Como el garrido garzón, "con la huelga se nos mueren, y sin la huelga también".

Para la Federación de Cafeteros (otra que traicionó a Aces), es igual de difícil quedarse en este negocio que salirse. Toda decisión es mala. Bavaria ya resolvió; no seguirá en Avianca y ni siquiera hablan del asunto. Los demás no saben qué hacer, si salirse o quedarse, si entrar o no, si apoyar el nuevo proyecto o gritar sálvese quien pueda. Tampoco el gobierno interviene, aunque tal vez sea él -es decir, todos nosotros, los contribuyentes- el que acabe pagando los platos rotos del lío pensional.

Aquí se acostumbra un tipo de capitalismo cómodo. Si los bancos van a quebrar, todos los colombianos los salvamos con el tres por mil. Si una aerolínea (que ya no es de bandera, eso no existe) se va al suelo, nos la cobran a todos, y no a sus dueños. Y lo más grave es que de todas formas los usuarios necesitamos ese servicio, porque en Colombia toca transportarse en avión. También los pasajeros, frente a Avianca, estamos "como el garrido garzón / con el acero clavado / muy cerca del corazón: ¡si me lo dejas, me matas; / si me lo quitas, me muero!".

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