OPINIÓN
La democracia del trastorno
Mi mensaje final es claro: el diálogo debe primar, pero este exige también responsabilidad y grandeza por parte de los manifestantes y, sobre todo, de quienes tras bambalinas mueven los hilos del caos en el país.
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Colombia atraviesa días de agitación y desórdenes por cuenta del paro nacional convocado originalmente para tumbar la ya fallecida reforma tributaria. Con la caída de esta propuesta de tributación debieron cesar también las movilizaciones, pero el final de esta historia aún se ve, por desgracia, muy lejano.
Y es que para todos debería ser evidente que las movilizaciones buscan ganar en las calles lo que algunos no fueron capaces de ganar en las urnas. Esto apunta entonces a lo que hemos visto en los últimos días: cualquier cosa puede ser la excusa para adelantar el paro de todo un país. Esto no debería ser así, porque pone a la democracia como un sistema que solo funciona con la movilización de los manifestantes y no con el voto de los ciudadanos.
Quienes adelantan bloqueos, asonadas y saqueos de manera tan coordinada buscan justamente esto: que en Colombia haya una democracia del trastorno.
Y es que nuestro sistema político tiene reglas de juego muy claras. La expresión mayoritaria en las urnas debe ser respetada en lo referente al rumbo de las políticas de un gobierno. Pretender subvertir este orden a través de movilizaciones constantes es pasar por encima de la democracia. Jamás un bloqueo de vía puede ser más importante que un voto en la urna.
En ese sentido, los manifestantes no solo bloquean carreteras, puestos de salud, corredores de comercio y la cotidianidad de las personas. También bloquean a la democracia a través del trastorno.
¿Qué hacer en esta desventajosa perspectiva? Las soluciones ofrecidas por el Gobierno hacen eco del sentido más común, al ofrecer el diálogo y la no intervención directa y contundente de la fuerza pública en un momento en el que ya debería hacerlo. Colombia debe evitar el estado de sitio, pero cada día que pasa agota más las opciones.
Aquí ya se ha pasado del sagrado derecho a la manifestación a la manipulación del mismo por parte de los manifestantes. Utilizar un artículo de la Constitución para anular al resto, como los que consagran los derechos a la vida y a la libre movilidad, es una tesis que no aguanta la mínima revisión por parte de un experto.
Los colombianos han sido pacientes con estos hechos, entendiendo además que atravesamos la difícil coyuntura de una pandemia que en su tercer pico ha roto todos los registros. La empatía por los dolores políticos ha sido plena. Pero lo que ha demostrado este paro es que para algunos el diálogo es un valor inconveniente y que no importa pasar por la vida de millones de personas con tal de ganar un pulso político.
Es por lo anterior, por ejemplo, que jamás vimos a los influenciadores y políticos relevantes que están a favor del paro, lamentando cosas como el fallecimiento de un bebé dentro de una ambulancia por los bloqueos en Tocancipá, ni el intento de quemar vivos a diez policías encerrados por una muchedumbre en el CAI de La Aurora, solo por hablar de los casos ocurridos en el centro del país.
Así que cuando hablan del valor de la vida, deberían explicar que no aplica si tal vida corresponde a un policía. O que cuando dicen que el paro es por el bienestar general o por el bien de todos, ese “todos” no aplica si se trata de un bebé que pone en entredicho el valor de un bloqueo de carretera al necesitar pasar por ella.
Lo peor que nos puede pasar es que como sociedad aceptemos la democracia del trastorno. No habrá proyecto político de ninguna corriente que tenga margen para gobernar si nos acostumbramos a que hay que poner bocarriba todo el país para ser escuchados o satisfacer las demandas que deben ser tramitadas a través de los canales que la democracia dispone.
Mi mensaje final es claro: el diálogo debe primar, pero este exige también responsabilidad y grandeza por parte de los manifestantes y, sobre todo, de quienes tras bambalinas mueven los hilos del caos en el país.