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LA DIGNIDAD IMPORTA

Semana
15 de febrero de 1999

Algo de la mayor gravedad ocurrió el 7 de enero pasado y, tan pichoncito el año, ya dio una
noticia que lo marcará y no podrá ser omitida en los resúmenes de diciembre próximo. El Presidente de la
República, en toda la majestad de su poder, rodeado de todos sus súbditos y de los súbditos de otras
naciones, fue burlado a la luz de todas las cámaras y de las portadas de periódicos y revistas.
El caso de 'el taburete desocupado' (para no hablar más de la silla vacía), asunto como de relato de
suspenso, no podrá entenderse nunca a cabalidad. Nadie sabrá por qué última razón no llegó a ocuparlo el
invitado de honor, como que ese fue el trato que se le dio en los medios, aunque en realidad era el anfitrión
mayor de la gran fiesta del Caguán, tierra de sus dominios. Manuel Marulanda permitió instalar el más
grande aparato logístico y protocolar, contribuyó a la parafernalia, formuló invitaciones y faltó a la cita.
Con un ramo de flores empuñadas a su espalda, yo no diría que la novia, sino el pretendiente de la paz, se
quedó al sol del Caguán, con tres goterones de agua que se desvanecieron bien pronto en su frente. Todo el
mundo lo vio, lo que se puede decir por primera vez sin exageración alguna, mientras enrojecía de ira y de
vergüenza.
Otro se retira y deja hablar al comisionado, sin interrumpir el proceso de paz, porque éste no puede
interrumpirse. Siempre estará en marcha, aunque sea hacia atrás. Semejante vergüenza no se la merecía el
presidente Andrés Pastrana, tan audaz y tan bien intencionado. Pero la audacia no lo hace todo y el juego de
azar puede producir la euforia del éxito o la más probable desazón del fracaso. Y el presidente Andrés Pastrana
fracasó, al menos en este estruendoso episodio. Lo dejaron fracasar y alguien debiera responder por ello.
"Se requiere más valor para ser prudente que para ser temerario", decía Winston Churchill, aleccionando muy
posiblemente a algún ímpetu juvenil. La temeridad, que en este caso de la entrevista fallida, llegó a
admirarse, tropezó con la redomada experiencia del viejo jefe de las Farc. Con el absoluto irrespeto de éste
por el hombre y por la Nación en él representada. Mientras el Presidente de Colombia reconocía al guerrillero
prácticamente como jefe territorial, éste ni siquiera daba crédito a la dignidad presidencial de ese joven de
bigotes, que esperó inútilmente su llegada bajo un toldo y delante de una bandera, convertida en colador de
todos los vientos. La fiesta ha debido terminarse allí y abruptamente. Sin desafíos; por el contrario,
correspondiendo silenciosamente al desafío de la contraparte. Pero ya no había lugar para más sombreritos
de paz. Marbel debía silenciar en ese instante su 'collar de perlas finas', pues a la vista sólo quedaban los
collares de municiones que se colocan en bandolera los combatientes.
Con todo, en la fútil vida moderna nadie puede ser, ni mucho menos parecer, derrotado. Todo ha de
disfrazarse de triunfalismo y de la odiosa 'energía positiva'. Todos en posición 'chamberlainesca' se ven
obligados a decir que nada pasó realmente grave, que incluso les gustó el asiento desocupado y el discurso
del comandante Joaco, con sus antiguas razones y sus cerdos históricos. Que este castigo y este foete
sobre nuestras espaldas sirvió para asentarnos en la realidad. Que la paz será necesariamente difícil y que
de esta forma lo vamos aprendiendo.
El pragmatismo se da de puños con la dignidad. Hace mucho tiempo que en este país nadie renuncia; hace
marras que se miente sobre todas las catástrofes públicas. En el reino de la propaganda y de la imagen
no cabe la verdad. La verdad hiere; la verdad hace daño. Pero sólo la verdad nos hará libres, dice el espíritu
de Dios y la principal ley de prensa.
Cualquier conversación de paz, a partir del 7 de enero, debe fundarse en la realidad del bofetón dado a
Andrés Pastrana por el jefe revolucionario, en cuya palabra creyó. Tanto sometimiento de la sociedad servil ya
ofende. Debe buscarse una paz con dignidad, no con el sojuzgamiento de todos los valores nacionales; no les
pongamos sombreritos ni cinticas de Santos a todos los hombres y mujeres valiosos de esta Nación. Se
ven ridículos. Si no hay respeto recíproco no puede haber diálogo.