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The Farc brothers

Los actuales dirigentes del partido Farc jamás pensaron que su proyecto político se iba a estrellar contra la puñetera realidad.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
29 de mayo de 2019

A menudo la realidad derriba a martillazos la obra de los utópicos. Eli y Charlie Sisters son dos hermanos forajidos que se ganan la vida matando gente por encargo. Recorren cientos de millas a uña de caballo hasta llegar a San Francisco. California vive la fiebre del oro. Van detrás de Herman, un químico que ha descubierto la fórmula para encontrar oro. Herman es un socialista utópico que sueña con crear un falansterio en Texas con el oro que consiga en California. Los hermanos Sisters van por él y por el oro. Jacques Audiard (Palma de Oro 2015) en el filme The Sisters Brothers (Leon de Plata 2018) contrasta la utopía con la realidad.

 Los actuales dirigentes del partido Farc jamás pensaron que su proyecto político se iba a estrellar contra la puñetera realidad. Para explicar esta disonancia entre ficción y realidad hay que echarle una mirada al “antes” y el “ahora”. Las Farc fue un subejercito cohesionado alrededor de unas normas básicas. Planeación orgánica y militar en estado puro. Los mandos ejecutaban planes y punto. La política se circunscribía a la mera información. Por seguridad, recelo o paranoia limitaron los espacios para la elaboración política. Las armas lo resolvían todo. No había ambiente para la política. Era entendible. Vivían una guerra a plenitud. Eso fue “antes”.

 El “ahora” llegó después del acuerdo de paz. Las Farc también acusaron la perdida de una generación política de alto valor para el país. Galán, Pizarro, Gómez Hurtado, Pardo Leal, Reyes Echandía, Manuel Cepeda, entre otros. Las Farc perdieron a Jacobo Arenas y Alfonso Cano. Quedó un vacío político que fue llenado con lo que había. El país que tenemos es un dibujo de los políticos que tenemos. La jefatura de las Farc que negoció y firmó los acuerdos de paz hizo lo que pudo. No había más alternativa que sacar algo de un proyecto condenado a existir y sin perspectiva revolucionaria. Sumando aciertos y errores las cuentas no daban. La única manera de subsanar el déficit era dejando el rifle e intentar recomponerse políticamente. Luego del desarme la jefatura de las Farc tenía en su haber un activo y una carta que jugar: la cultura y el relato.

 El activo de las Farc eran los cientos de excombatientes dueños de una cultura cuyo principio rector era la colectividad. Una inmensa cofradía. Una hermandad. El arquitecto de esa cultura fue Tirofijo. Más que un listón de valores era auténtico sentido de lo común. Esa cultura les permitió mimetizarse entre la naturaleza y sortear la industria de sus adversarios. Amén de la cultura, las Farc tenían un relato que contar al país y el mundo. Al día siguiente, luego de la fiesta, los dirigentes de las Farc tenían que madrugar. Les esperaban dos oficios: cohesionar y lanzar a la agrupación desde su cultura colectiva y diseñar una alternativa política asentada en la realidad del país. Al final del día la ficción acunada en sus cabezas se impuso sobre la realidad del país.

 Marquetalia era un buen relato. Más potente que las delirantes tesis aprobadas en el congreso fundacional del nuevo partido. Un trazo indígena parecía más autóctono que una rosa traída de Europa. La teoría se impuso sobre la práctica. A cuadros intermedios como Romaña, quien ha demostrado asombrosas dotes empresariales, le preocupa más su situación personal que las cargas del coronel Rondón en el Pantano de Vargas en 1819 invocadas por Iván Márquez para salvar el proceso de paz. En doscientos años el país, para bien o mal, ha cambiado. Hay quienes todavía no se han enterado.

 Utopía y realidad. Un tema recurrente en literatura y política. Susan Sontag lo trató. En América, la escritora neoyorquina cuenta la vida de Maryna Zalezowska, una actriz polaca que a finales del siglo diecinueve viaja desde Europa hacia los Estados Unidos con el fin de establecer en California una comuna socialista conforme a las ideas de Fourier. Sin embargo la realidad hace que Maryna cambie de perspectiva. Algo parecido sucedió con Jacinto Rentería, el trotskista peruano que se inventó una insurrección en Jauja que a la postre fracasó porque sólo existía en su cabeza. Vargas Llosa mitificó esta alocada sublevación en La historia de Mayta. Está bien soñar, Viejo Topo, pero cuando vayas a tomar decisiones políticas fíjate bien que tus pies estén fijados sobre la tierra.

 Los que lideran el partido de las Farc se acusan entre sí. Concursan por demostrar quien posee más musculatura política o ejecutada las mayores proezas militares. Más que una controversia política parece una disputa entre cuchilleros. Como las que veíamos en la cárcel Modelo de Bogotá. Están malbaratando el activo cultural que les dejó Tirofijo. Antes que construir un relato como el hizo Jacobo Arenas ante medio centenar de campesinos pobres reunidos en Marquetalia, están brindando un espectáculo de mal gusto que se ha vuelto la comidilla del periodismo amarillo. En un momento de tensión y elaboración política, los jefes de las Farc no acaban de salir de esa atmósfera pestilente en la aparecen voces de charlatanes, soplones, timadores, chamanes, astrólogos, malversadores y delirantes.

 Los hermanos Sisters, Viejo Topo, vuelven maltrechos a su tierra. Llevan oro en las alforjas pero están vaciados por dentro. El comodoro que les pagaba para que mataran ha muerto. No saben qué hacer con sus vidas. Eligen volver al rancho de la madre. La pobre vieja es la única que puede dulcificar sus atormentadas almas. El fuego del rancho, la gacha de frijoles, las camas calienticas, los mimos de la vieja. Vuelven a una realidad sencilla, más grata y eficaz que la utopía del oro.

 El 22 y 23 de junio vuelve a reunirse la gente de las Farc. Es una buena ocasión para apaciguarse, dulcificarse, juntarse y relanzarse. No sería bueno que convirtieran esa reunión en una riña de gallos. Eventos como el convocado por cuatrocientas mujeres farianas (30 de mayo a 2 de junio en Bogotá) son las cosas que vale la pena seguir. Mientras ellos resucitan viejas rencillas, ellas descubren que es su momento político.

 Yezid Arteta Dávila

* Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

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